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Esa noche, Elizabeth por fin tuvo la oportunidad de hablar con su esposo, sí es que a eso se le podía llamar oportunidad cuando estaban rodeados de tanta gente, ya que ambos se encontraban sentados en sus respectivos tronos, viendo a la corte danzar, en el centro del salón de celebraciones del palacio de la ciudad. Las actividades festivas de la corte, habían vuelto a realizarse con normalidad, ya que según su suegra, William no quería dar una imagen de derrota, por todo lo que estaba pasando en el reino, a sus súbditos, parando las fiestas; por eso había ordenado que todo siguiese como si nada hubiese pasado, sin embargo su marido no había asistido a las celebraciones, hasta hoy, impresionando a todos cuando lo vieron aparecer, en esa majestuosa estancia, de abovedados techos; adornada con candelabros de araña, que iluminaba el lujo de la vestimenta de todos y del impresionante lugar. Elizabeth había escogido ponerse un vestido color escarlata, que notó unos segundos iluminó la vista azul de su esposo cuando se sentó a su lado, antes de que quedara otra vez, viéndose apático y aburrido, pareciendo desear estar en otra parte. Ella quien tambien se había emocionado al verlo, puesto que le tocaba de vez en cuando venir a las celebraciones con su suegra a represar su papel de reina en ausencia de él, de inmediato se sintió triste por su apatía y las contestaciones con monosílabos que le daba, ya que empezó a tratar de sacarle conversación desde que se había puesto a su lado.

—¿A qué has venido si se nota no quieres estar aquí? —no pudo evitar preguntarle, mostrando su frustración por su actitud.

—Sino quisiera estar aquí; no habría venido—respondió él, con sequedad.

—Cierto. Nadie más que yo, sabe que si él rey no desea hacer algo; no lo hace. —espetó ella, alterada, recordando sus desplantes de los últimos días, haciendo a William alzar las cejas.

—Elizabeth, de verdad hoy no estoy para quejas—replicó él, cansino—No he podido ir a verte, ni atenderte porque estoy ocupado y necesito estar concentrado en lo que estoy haciendo.

Ella se avergonzó de su arranque, cuando notó que le hablaba con sinceridad.

—Perdóname. Sé que hay muchos problemas en el reino. Solo es que me duele que no compartas conmigo...Yo...verás...yo te extraño—confesó diciendo las últimas palabras de forma más baja y quebrada, mientras él solo suspiraba largamente, volviendo a mirar a todas las personas, moviéndose en el salón. —¿Hoy sí irás a mi alcoba? —preguntó Elizabeth al ver que lo perdía de nuevo. Lo amaba y era natural que desease tener su atención; tener su cuerpo. Él, aunque se veía agotado, estaba bellísimo esa noche con aquel levita de brocados dorado a juego de su pantalón oscuro, piezas de las que ella deseaba despojarlo en la intimidad para disfrutar de lo que había debajo. Un cuerpo fuerte de guerrero, que podía dejarla delirando, como las últimas veces que la había dejado en blanco, olvidándose hasta de su nombre, en el castillo de campo. Aún el recuerdo de esas noches de pasión, le hacían temblar las piernas y despertar sudando frio. El deseo por su esposo era demasiado, pero tambien quería recuperar todo lo que había ganado con él emocionalmente; porque todo parecía peor que antes. Él totalmente cerrado; cuando antes ella lograba sacarle conversaciones que no tenían que ver con sexo, cuando se abrazaban, enredados entre las sábanas, luego de copular masivamente.

—Seguiré ocupado, Elizabeth. —le respondió William quebrando sus ilusiones. —En esta semana te prometo que visito tus aposentos ¿sí?

—En esta semana...—repitió ella de forma queda, doliéndole que la tratase como una amante cualquiera que tenía que esperar un momento esporádico en que él se dignara a verla. ¡Por dios! ¡Era su esposa! ¡su reina!, bramó en su interior, a punto de reclamárselo, pero él se levantó de repente, argumentando que iría a atender un asunto a la sala contigua donde se reunían los caballeros a apostar. Ella al verlo irse, junto a los guardias que se acercaron a custodiarlo, tragó saliva, tratando de contener las ganar de llorar. Volvía a rechazarle, pensó devastada, al tiempo que todos continuaban danzando, mientras ella se veía sola en el trono, puesto que su suegra se había movido de su silla apenas William había aparecido para dejarlos hablar, solos. Elizabeth, sabiendo que estaba por desmoronarse, tuvo que salir del atestado salón, escabulléndosele a los guardias y a sus damas de compañía, pegándose a otras personas que salían, entonces terminó más tarde, en el aseo de damas, ubicado en la misma planta cerca del salón, echándose agua en la cara para borrar las lágrimas que finalmente salieron de sus ojos. Gracias a dios en el lugar no había más nadie, así que pudo desahogarse en soledad, pensó mirando su rostro en los espejos, montados sobre una larga encimera, donde estaban los cuencos de agua. Sus ojos verdes se veían como dos ventanas de vulnerabilidad. Últimamente estaba muy sensible y seguramente se debía al embarazo, llegó a la conclusión, recordando que tambien le estaban dando calambres en la parte baja de la espalda, que el doctor de la corte había dicho que eran normales en su embarazo, días atrás que la estuvo revisando cuando ella contó el hecho a su suegra, alarmándola. La distancia de William la estaba matando, concluyó enterrando la cara entre las manos.

Su reina por obligacion /LIBRO 1) COMPLETAWhere stories live. Discover now