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Elizabeth durante las siguientes semanas había estado morando en un palacio de campo del rey en Zaragoza, una provincia recóndita de Baulgrana, donde solo había vegetación, naturaleza y era habitada por personas muy humildes, que trabajaban aquellas hermosas y fructíferas tierras. Había sido mandada allí, junto a la reina madre, quien se había dedicado en ese tiempo a darle lecciones sobre cómo se debía comportarse, cuando asumiera el trono como la reina consorte de su hijo. Ella se había sorprendido de todo el protocolo, en cuanto a modales y tratamientos a los cortesanos, como tambien se había quedado impactada al enterarse de la fortuna inconmensurable de su futuro esposo, quien tenía a su gente hundida en la miseria, pese a ser tan poderoso económicamente. Era un desgraciado egoísta y no entendía cómo podía tener una madre tan buena, quien parecía muy triste en el fondo de su mirada azul, tan parecida a la de su hijo, solo que los ojos del rey eran fríos y despiadados. Ese hombre la había chantajeado de la peor forma, incluso le había ordenado escribirles a las hermanas del convento, diciéndoles que había cambiado de opinión y se había enamorado de él, por eso abandonaba el hábito para casarse. Todo por salvar su corona y ahora a ella le tocaba ser su reina por obligación, cosa que la aterraba porque él la había amenazado con exigir sus derechos conyugales, sin importarle que, para ella, él fuese repugnante, luego de haberla violentado. Tembló al recordar sus manos sobre ella y su cuerpo fuerte, empujando dentro del suyo. Recrear eso la ponía muy temblorosa y asustada, además de que su interior se volvía líquido, reacción que no entendía, luego de que había sido humillada de aquella cruel forma. Entonces se abrazó sintiéndose sucia y apagó las velas del cuarto, ya que luego de que dos criadas la hubiesen ayudado a ataviarse con un camisón, estaba lista para dormir. Mañana sería un largo día, porque tenía que regresar a Baulgrana. En los próximos días por fin se iba efectuar su infame boda con el rey y su estómago se hacía un nudo, imaginando lo que le esperaba bajo las garras de ese hombre tan malvado. Todo este tiempo lo había utilizado para concientizarse de que su misión sería mediar por el país ante el rey; su majestad la reina madre, la había hecho ganar más confianza en sí misma y llenarse de valor, diciéndole que ella podría lograrlo porque era hermosa y si llegaba a tener una buena relación con su futuro esposo, él podría escucharla, solo que tendría que permitirle sin oponerse a que usara su cuerpo, cuestión que de solo pensarlo le daba nauseas, ya que no sabía si podría soportarlo otra vez, sin rechazarlo. Sentía mucha repulsión por él, era tan degenerado y maldito, que de solo imaginarlo encima, le provocaba intentar un suicidio, cosa que no hacía por temor a la ira de nuestro señor, quien era el único que decidía cuando quitarle la vida a uno. Suspiró, mejor se dormía y dejaba de pensar en ese gigante de melena dorada, tan similar a un león salvaje. Ya en su debido momento vería como actuaba ante él, ahora solo debía descansar, pensó, cerrando por fin los ojos, teniendo desgraciadamente otra vez la pesadilla, en que él rey se apoderaba de ella, enterrándole toda su dureza. Que dios la ayudase a superar el daño que ese hombre había provocado a su mente, rogó al despertarse sudada y entonces se puso a rezar para ver si este ser divino la escuchaba y le brindaba consuelo para no seguir sufriendo.





***

Esa noche otro que estaba muy alterado, era el rey en su palacio de la ciudad, ya que le habían traído una mujer para esclavizar de un burdel y cuando la había empezado a penetrar, teniéndola encadenada de las muñecas a los barrotes del calabozo donde encerraba a sus esclavas para castigarlas, se imaginó que se estaba apoderando de su futura esposa y que ella disfrutaba como esta, a la que solo le tenía las piernas libres para que pudiese albergarlo, mientras él la tenía agarrada de las nalgas. Maldición, no podía sacarse a esa novicia de la mente, solo se la pasaba deseando convertirla en una mujer lascivia, luego de haber estado en un convento. Debía tener la mente muy inocente aquella deliciosa fémina, sería divertido pervertirla hasta tenerla gritando como a esta mujer a la que poseía, mordiéndole los generosos pechos, que se bamboleaban ante su fiera posesión. Luego de que la puta se corrió, la soltó y la enganchó del cuello con una cadena larga con collar de hierro que él le manejaba como si ella fuese su animal, para despues obligarla a arrodillarse para que lo tomara con la boca, mientras él halaba la cadena para provocarle asfixia. Entonces cerró los ojos y se imaginó a la novicia altanera en la misma situación, esposada tras su espalda y de rodillas, dándole placer. Sabía que no debía tomar a su reina para esos menesteres, sí porque había conseguido con una buena jugada con el cardenal eclesiastico de su palacio y uno de sus consejeros, conseguir el permiso en el vaticano para que el matrimonio se efectuara con todos los derechos reales. Dios, todo lo que hacía por ella, una mujer insignificante. Pero no quería arriesgarse a tener un matrimonio que no le serviría para nada, así que ahora si podría tener herederos con ella. Además quería verla a su merced, luego de mostrarse altiva e indiferente con él, ya que le enervaba su indiferencia y que no hiciese reverencia ante él. Un día le acapararía toda la boca de esperma como ahora se la llenaba a esta puta y quería que lo disfrutase. Maldita mujer insignificante ¿Por qué le alegraba que volviese para ser su reina? Toda su corte se había indignado luego que él les hubiese comunicado que la había escogido, teniendo sangre plebeya, mandandole él a guardar silencio sobre el tema, sino querían ser expulsados de su corte. En realidad ya a él no le molestaba como al principio que ella fuese a ser su esposa, porque desde que ella se había ido la había echado en falta y quería volver a tenerla aquí, ya que se sentía desesperado por empezar a usar sus derechos de esposo. Era bellísima, tan bella que había opacado su deseo por las demás que había tenido luego de ella en estas semanas. Sí, lo reconocía, se había obsesionado con ella, seguro porque nadie lo había rechazado antes y quería cobrárselo, pensó mientras seguía usando el cuerpo de la mujer que tenía a mano, ahora poniéndola a gatas, para luego hundirse, dándole varias arremetidas violentas y cuando la vio empezar a llegar al orgasmo se separó para no complacerla, pegándole entonces con una fusta de bestias en las nalgas, castigándola como deseaba castigar a la que sería su reina. Ella aprendería que nadie le decía que no, se dijo, aunque en el fondo sintió vacío, cuando la sesión de tortura a la mujer terminó, con ella acabada y sin fuerzas en el piso de esa mazmorra, entonces aburrido se dirigió a su alcoba por un pasadizo secreto que conectaba a ese sitio de torturas. Se había convertido en un monstruo, un monstruo del cual su madre no estaba orgullosa por sus horribles actos, ya que incluso antes de irse le había advertido que si se atrevía a hacerle daño a la muchacha cuando fuese su esposa, le retiraría hasta el saludo y se iría lejos de su lado, él se le había reido fingiendo desinterés, pero en realidad si le preocupaba que su madre lo abandonara otra vez como cuando era pequeño, no porque la quisiera, claro, sino porque la necesitaba y no sabía si lo llegase despues a traicionar con sus enemigos. La quería a su lado. Ella era muy sagaz y muy astuta para ayudarlo a proteger su reino, prueba de ello, fue como se había dado cuenta de la verdad de la novicia. En fin, su madre era una pieza clave para Baulgrana y quería que le traspasara tambien todos esos conocimientos estategicos a su esposa, quien lo iba acompañar el resto de su vida y debía aprender a detectar cualquier situación que pudiese poner en peligro a la corona y debía tambien ayudarlo a proteger su reino.

    




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Su reina por obligacion /LIBRO 1) COMPLETAWhere stories live. Discover now