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—Si él cree que le voy a rogar está muy equivocado. —alegaba William aquella noche, mientras regresaba al castillo furioso por la negativa de Darcy de no aceptar más su hospitalidad, yéndose a refugiar a un convento.

—Su majestad es necesario que arregle sus diferencias con el rey Darcy antes que parta a su país. —le decía uno de sus consejeros ministro, mismo que junto a los otros iban detrás de él tratando de convencerlo, ya que lo seguían desde que se había montado al caballo en el campo, reaccionando de mala manera a los planes del viejo, vociferando que se fuese al infierno, porque él era el que perdía al tener a su hijo herido, con incomodidades.

—¿Y qué quieren que haga? —se giró a mirarlos William, ya estando en el rudimentario vestíbulo de su castillo, mientras los lacayos lo recibían haciendo una reverencia— ¿Qué me arrodille ante el viejo pidiéndole perdón para que se tranquilice y me crea? Ya le expliqué la verdad de lo que pasó, pero si no me quiere creer, allá él. Que se vaya al puto infierno.

Su majestad recordemos que tenemos muchos negocios importantes en la parte norte del reino, frontera con Ganah y que, si al rey Darcy le da la gana, nos detiene el tránsito de ese lado del mar, no dejándonos pasar para comerciar con los países de arriba. —le refrescó la memoria Coviert, un rubicundo hombre de peluca larga; su mejor consejero y ministro encargado de las arcas del reino, además de confidente en sus jugadas más ocultas—Vuestro padre cuando tuvo la enemistad con él, tuvo muchas pérdidas porque el reino al buscar otras rutas gastaba el doble de dinero y tiempo y justo por ello, decidió volver a recuperar las buenas relaciones con el rey Darcy. Además está la amenaza del príncipe Harold. Ya en anteriores ocasiones le hemos aconsejado que estar bien con Ganah le da más estabilidad a nuestro reino. Ahora menos que nunca podemos tener de enemigo a alguien tan poderoso como el rey Darcy, a quien el príncipe Harold podría pedir una alianza para dañarlo a usted.

—Ya no es tan catastrófico que perdamos el comercio del norte, ya que a diferencia del reinado de mi padre, quien tenía como principal fuente de ingreso esos negocios, yo ahora tengo fructífero canal que gané apoderándome de las tierras de Siam en el sur—contestó William. —Así nos tocará quedamos con los negocios del sur y listo. Darcy que se vaya al infierno y si se une con Harold mi ejercito es formidable y para los dos habrá espada. Pero no voy a humillarme ante Darcy jamás. Si mi padre pudo sobrevivir años enemistado con él, yo tambien.

—Su majestad... —iba replicarle Coviert, pero William le alzó una mano para que callara cuando se dio cuenta que el castillo parecía muy silencioso, entonces preguntó al lacayo si todo bien estaba bien allí.

—Todo bien su majestad —contestó el estirado lacayo con peluca. —Solo más temprano hubo un incidente, pero nada de cuidado.

—¿Incidente? ¿Qué incidente? —frunció el ceño William.

—La reina y la reina madre prohibieron a la corte seguir en celebración en los salones, pidiéndoles que se confinaran en sus habitaciones y estos últimos se molestaron al no tener un edicto de usted por escrito, dándoles esta orden.

William ahora entendió el silencio, entonces apretó los dientes molestándole que sus reinas hubiesen dado una orden de esa índole sin su permiso; más sí lo que él siempre había inculcado a sus cortesanos era que nunca acabara la fiesta, ni la interacción, pero despues reflexionó que fue lo mejor lo que hicieron esas dos, porque ese día no había nada que celebrar, ya que tenía un maldito traidor en su reino, que parecía haber destrozado irremediablemente sus relaciones con Ganah y una celebración hasta podría dar a entender a Darcy que era verdad que había atacado a su hijo solo para no pasar la humillación de perder. Suspiró, sintiéndose terriblemente cansado y con nuevos mareos, sin embargo, continuó con sus consejeros ministros en su despacho, hablando de la situación grave en que la que estaban. Él al final pidió a estos, que ellos trataran de mediar con el rey, mientras estuviese en el convento al que pretendía largarse, ya que el viejo tenía que entregarle el botín de ganador de la justa, porque independientemente de lo que había pasado, él le había vencido a Héctor. Seguía molesto con Darcy, pero ahora que se le había bajado un poco la ira, meditó que era verdad que no debía dejarle a Harold la oportunidad de aliarse con alguien como el viejo rey, quien tenía un reino rico y próspero, ya que ese maldito país tenía minas de piedras preciosas, además de otros negocios que lo hacían un país formidable. Sí. No podía dejarle esa puerta abierta a Harold para empezar una revuelta en su contra, aliándose con alguien tan poderoso como el viejo. Ese idiota se valdría de cualquier cosa para recuperar sus antiguas tierras, ya que William se había apoderado de su canal ubicado en esos terrenos, tomándolo para Baulgrana y sumiendo a Siam en la inmunda pobreza y él debía estar desesperado queriendo recuperar la fuente de ingreso de su país. No, no podía permitirle nada, decidió finalmente, volviéndole a decir a sus consejeros que trataran de conseguir una audiencia entre Darcy y él, a ver si lograba convencerlo que estaba en un error. Luego que la reunión acabó, William despidió a los hombres y se quedó solo mirando su mapa, en el escritorio, donde tenía marcado su prospero país que debía cuidar a toda costa, entonces mientras se servía una copa de ron francés, que tanto necesitaba esa noche, uno de sus guardias entró, diciéndole que su madre estaba afuera en el pasillo y deseaba pasar a verlo. Él suspirando, ordenó que la dejaran pasar y se volvió a arrellanar en su silla tallada en oro, a ver que excusa le daría por lo que hizo sin su permiso. Ella apenas se sentó frente a él, viéndose elegante, como siempre con un vaporoso vestido crema, le argumentó que era necesario lo que habían hecho ella y Elizabeth, por su bien y de más. Cosas de su madre, para manipularlo.

Su reina por obligacion /LIBRO 1) COMPLETAWhere stories live. Discover now