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William, esa mañana, sentado en un trono techado de la tarima de la plaza del pueblo, cuyos lados estaban cerrados y blindados con planchas de acero, camufladas con tela, para que no hiciera mayor impacto una bala, se sentía como en la guerra: solo esperando el movimiento del enemigo, teniendo una estrategia bien planificada y la ventaja de saber lo que ellos iban a hacer, ya que habían infiltrado finalmente a alguien entre los rebeldes y sabía que parte de su plan había funcionado, porque la noche anterior en una reunión con máscaras y antorchas en un bosque los malditos habían planificado matarlo hoy, como él quiso lograr. Él sabía que pudo coger a los reunidos la noche anterior para encarcelarlos por traición, pero no lo hizo, porque quería demostrarle al cardenal Di- Santi que era cierto que por medio del anuncio que este había dado de otorgarle supuestamente el derecho de estar en línea de sucesión a sus primos, lo iban a tratar de matar hoy. Quedar como la víctima, lo haría limpiar su nombre y lo exentaría de cualquier culpa ante el vaticano, además ya había descubierto cuál de sus primos estaba metido en esto, porque la noche anterior habían visto a Gerardo salir de su casa en la ciudad, junto al conde Alfred, dos a los que siguieron y vieron llegar a la reunión en primera fila. Ambos debían estar tan desesperados por pensar que él iba a matar a Gerardo para que no heredera el trono, que ni cayeron en cuenta que eran vigilados y volvieron a regresar a la casa de Gerardo, seguro esperando que su funesto plan, expuesto en su reunión diera resultados y hoy sus hombres acabaran con él. Esto de dejar que lo atacaran sus cómplices, solo sería un simulacro y luego agarraría a ese par en aquella casa, que seguía vigilada. Le alegraba por fin saber la identidad de los cabecillas del movimiento rebelde, aunque no estaba satisfecho de confirmar esto, porque siempre había sospechado de Ambrose, su otro primo, mismo a quien no se le había observado ningún movimiento en su casa, ya que él mismo ni había salido, ni había recibido a nadie y parecía estar ajeno de todo esto. En fin, la casa de ese imbécil tambien estaba vigilada, por si luego que este se enterara que lo intentaron matar y no pudieron, intentara escapar, delatándose. De todas maneras, cuando mandara a apresar a los otros dos y los demás, sus hombres los torturarían hasta sacarle el último nombre de los implicados en esta traición, así que nadie se salvaría, pensó William, volviendo a concentrar su atención en un dueño de una imprenta del pueblo, que arrodillado a sus pies, le hablaba de la quiebra de su negocio. Saber el estado de sus negocios era el supuesto objetivo para que él se hubiese presentado al aire libre ante sus súbditos, por eso William trató de prestarle atención al hombre, no queriendo mirar a la multitud, que la guardia tenía controlada, ya que estaba alerta para la acción. Él había dicho a su ministro traidor que vendría con poca seguridad, hasta le había dado un número falso de hombres, así que debían estar confiados que lograrían acabar con él por los supuestos pocos guardias con que había venido, pero lo que no sabían que él tenía otra fila de soldados escondidos para salirles a contratar, luego que efectuaran el ataque. Todo estaba listo, él solo tenía que seguir esperando sentado, en el entarimado, fingiéndose un rey preocupado por su pueblo, junto a los tres guardias que lo custodiaban, allí arriba. William luego de recibir al dueño de una imprenta al que le prometió ayudarlo, mientras sus sirvientes apuntaban su caso, recibió a dueños de un puesto de frutas, una pareja que tenían a una pequeña niña como de un año, rubia que vestía con trapos algo andrajosos, misma que le hizo sentir una punzada en el corazón, al pensar que él bebé que perdió Elizabeth pudo ser así. Él pudo tener una pequeña así mismo de ojos verdes, que se pareciera a Elizabeth o a él, se dijo teniendo que respirar hondo cuando la vista se le nubló de lágrimas, que se negó a derramar, aunque si metió la mano en bolsillo de su casaca dorada y tocó la textura de la ropita de su bebé pieza que ahora llevaba con él siempre. Esas personas no debían tener a aquella niña allí, se alarmó William, temiendo que la pequeña fuese a ser lastimada con lo que estaba por suceder, pero antes que dijese a sus padres que se retiraran se oyeron disparos de mosquetes hacia el trono y se formó el despelote, que hizo que muchas personas salieran huyendo, ya que hombres irrumpían a caballo disparando. A William ninguna bala pudo impactarlo, porque él se cubrió con las paredes de su trono techado y blindado, entonces se agachó a abrir una puertezuela bajo las tablas, que era el móvil para escapar y esconderse debajo mientras sus otros soldados atrapaban a esos rebeldes, pero no pudo meterse porque los alaridos de miedo de la niñita que la madre había llevado al suelo con ella, lo detuvieron. Al papá de la pequeña le habían disparado y estaba tirado en el suelo inconsciente y cualquier bala podría alcanzar a esa criatura y a su madre, ya que la última estaba tratando de reanimar a su marido con la niña en brazos, se dio cuenta William, haciendo lo impensable, salir de su zona de blindaje reptando para jalar a esa mujer y ponerla a salvo con la pequeña, que le quitó de los brazos, William alcanzó a ponerlas a salvo haciéndolas entrar a su zona blindaje, pero antes que entrara él, recibió un tiro en el brazo que lo hizo marearse, pero finalmente escapó junto a la señora por la puertezuela. Sus tres guardias del entarimado, quienes lo siguieron, junto a sus sirvientes, lo ayudaron debajo quitándole a la bebé, mientras él sentía un dolor lacerante en el brazo, pero no le importaba, ya que no había permitido que a esa pequeña le pasara algo, como no pudo evitar que Elizabeth perdiera al niño de ambos. Recordar a su hijo lo hizo cerrar los ojos, triste, pero no se desmayó, hasta que pasó un tiempo, en que se dejaron de escuchar disparos en el exterior y luego entraron por la parte de abajo sus demás hombres, anunciándole que había acribillado a los rebeldes, matando a algunos y a los que quedaban vivos, lo habían tomado de prisioneros. Bien. Había triunfado, pensó William, sintiéndose muy debilitado por la sangre que le salía del brazo, sin embargo dio instrucciones de llevarse a toda esa plaga a la mazmorra del palacio y que tambien fuesen por su primo Gerardo y su amante el conde Alfred y los apresaran, luego la oscuridad lo reclamó y su último pensamiento fue para Elizabeth, a quien había logrado vengar, cogiendo a los criminales que la habían hecho sufrir tanto, teniendo que entrar a este reino, en que él la había lastimado más. Sí. Al menos había hecho esto por ella, un alma pura que no merecía todo lo que le había pasado. Su reina, su amor. Lo único que les agradecía a los rebeldes, porque consideraba a esa mujer el más maravilloso regalo que le habían otorgado en la vida.

Su reina por obligacion /LIBRO 1) COMPLETAWhere stories live. Discover now