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Beatriz, quien regresaba en el carruaje alquilado que había conseguido una de sus damas de compañía, se bajó en el sitio del bosque, donde estaba la entrada del pasadizo que conducía hacia el castillo. El plan había sido que su dama de compañía saliese por la puerta principal, argumentando a los guardias que iba a comprar telas para su señora, llevando el trasporte de sirvientes del castillo, sin emblemas reales para pasar desapercibidos, luego la muchacha venía a buscarla a este punto, para despues ir hacia convento, así que ahora volverían a repetir la operación de vuelta, mientras la muchacha le pedía que tuviese cuidado, luego que el cochero le abría las compuertas de madera, ocultas en el suelo tras un árbol. Beatriz luego de asentirle a la joven temerosa de su seguridad, se adentró al pasadizo, teniendo que detenerse en un lugar del oscuro y húmedo pasillo de piedra, recordando su beso con Darcy. Aquello fue impulsivo, lo sabía, pero ella no había podido evitar sentirse mal al verlo quebrarse frente a ella y lo había besado. No se arrepentía porque seguía deseándolo, aunque él esta vez hubiese sido frío al pensarla la madre del hombre que había lastimado a su hijo, pero bueno, había ido con el primer propósito de abrirle los ojos y esperaba que hubiese funcionado. Algo de lo que le había dicho tuvo que haber calado en su mente. Y de verdad regresaría todas las veces que fuesen necesarias, porque Darcy de verdad se veía mal, sufriendo mucho y quería apoyarlo. Solo esperaba que él le siguiese permitiendo estar con él, en este momento difícil, pensó, siguiendo su camino, no dudando que Elizabeth, debía seguir teniendo la situación controlada con William. No se equivocó, porque cuando llegó al castillo y preguntó por ella a su dama de compañía, esta le indicó que la muchacha seguía encerrada en su alcoba con el rey. Beatriz calculó el tiempo que se había tomado en ir y volver y se dio cuenta que habían sido cinco horas, ya que era mediodía. Santo dios, sí que se había tomado en serio su tarea su nuera, pensó sonriendo.

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Efectivamente, Elizabeth había cumplido con ahínco su tarea de entretener a su marido, prueba de ello es que ahora, habiendo perdido la cuenta de cuantas veces habían copulado esa mañana William y ella; Elizabeth le tuviese justo en ese momento, una pierna a su esposo en su hombro, mientras ambos estaban sentados en la cama, uno frente al otro, aprovechando Elizabeth su posición encima de él para llevar el ritmo de la penetración, meneándose, haciéndolo degustar el agujero en el centro de sus nalgas. William tenía los brazos hacia atrás para sostenerse sobre sus palmas, al tiempo que se mordía los labios, viendo como Elizabeth cabalgaba en torno de su erección. Elizabeth confesaba que se sentía irritada, de adelante y de atrás luego de tanto uso de sus partes íntimas, pero no podía parar de recibirlo, ya que el gusto de disfrutar de aquella carne era demasiado, además tenía que seguirlo entreteniendo. Por eso le había hecho de todo: se la había chupado varias veces; se había dejado poseer a cuatro; a horcajadas; sobre la puerta; frente al espejo donde William la hizo mirarse gozar como una pecadora; tambien lo había estado recibiendo debajo de él en la cama dos veces, y encima de él, con esta eran tres. Ella se había dado cuenta que cada día más se desataba sexualmente, no siendo ni la sombra de la joven de mente inocente que se había casado con este hombre, ya que ahora estaba tan deseosa de placer, que hasta había momentos que olvidaba la moral inculcada en el convento, dejándose hacer todo tipo de prácticas inmorales. Tambien se había dado cuenta que a su salvaje marido parecía gustarle su soltura y atrevimiento en la cama, por eso ahora Elizabeth estaba en esta postura extravagante que él le indicó que ella podía lograr, con una pierna extendida pasando la cintura de él, hacia la cama y otra arriba de su pecho, disfrutando de cimbrearse, subiendo y bajando para tragar cada centímetro de su grosor. William luego de dejarla creer que era la dominante, empezó a moverse él, desde abajo, empalando el dilatado centro de sus nalgas, haciéndola gritar frenética y sudar más, ya que a ambos les corría un sudor, luego de tantas tandas, que tenían todas las sábanas de la cama arrugadas y salidas de las esquinas y al colchón impregnado de fluidos, con penetrante olor de puro sexo. Apenas habían desayunado un poco, más temprano, cuando habían vuelto a aparearse como dos animales, recordaba ella, viendo sus mordidos senos bambolearse, cuando aquel bárbaro empezó a darle rápidas arremetidas, casi partiendo en pedazos su cuerpo, haciéndola derramar lágrimas de gozo y arañarle la espalda.

Su reina por obligacion /LIBRO 1) COMPLETAWhere stories live. Discover now