32

9.5K 693 62
                                    

William, más tarde, cuando tuvo a su esposa ante sus ojos, no pudo evitar sentirse más hinchado y deseoso, al notar que ella llegaba ataviada con una elegante bata, el cabello negro suelto, cayendo como una cascada sobre sus hombros, además de que su rostro estaba maquillado, viéndose más preciosa que de costumbre, pero lo que más lo mató de su realce eran sus labios pintados de rojo, ya que se imaginó a esa boca carmesí, cubriendo su miembro.

—Pueden retirarse—dijo William a los dos guardias que la habían conducido hasta allí, pasándola por la antecámara de la habitación, mientras se movía incomodo sentado en la cama por la erección descomunal que ella le había provocado.

—Parece que sienten que soy una amenaza para ti, que hasta me acompañan aquí. —comentó Elizabeth sonriente, cuando se quedaron solos, al tiempo que miraba aquella estancia proveída de un sillón; un juego de comedor de cuatro puestos; un fuego crepitando y un balcón. Además, las paredes estaban revestidas de un tapiz dorado y habían muchos cuadros de paisajes.

—Probablemente si lo eres...—murmuró él, ronco, pasando por su cabeza todas las perversidades que deseaba hacerle esa noche.

—Si tú lo dices...—musitó ella con un tono insinuante, antes de desatarse la bata y mostrarle que debajo de la misma estaba desnuda. William, quien estaba acostumbrado al cuerpo femenino, porque desde pequeño lo indujeron a tener relaciones sexuales con muchas prostitutas, no se esperó gemir por ese descubrimiento tan atrevido de su reina. Una parte de él se llenó de celos posesivos de que hubiese estado cerca de sus guardias, estando así, donde cualquiera de ellos pudo advertir que no había prendas bajo esa bata, pero la otra parte de él, la lujuriosa, se excitó más con el morbo de que se estuviese comportando tan atrevida, cuando la personalidad de Elizabeth era seria y centrada, entonces con el pene tan duro como un hierro, le dijo:

—Así que vienes dispuesta a cumplir todo lo que prometías en tu erótica e interesante carta.

—Así es, querido esposo. —respondió ella, siguiendo con aquella voz seductora, que lo tenía cautivado y extrañado esa noche.

—Bueno... mira como me tienes. —dijo él, luego se despojó de los pantaloncillos de dormir para enseñarle su larga y gruesa erección, llena de venas y con punta morada, misma que hizo entreabrir los labios rojos a Elizabeth, quien se relamió, seguramente deseando tenerla clavada hasta el fondo. —Me duele mucho por lo dura que está. —agregó él, simulando apretar los dientes de dolor mientras se daba placer a si mismo con el puño, poniendo más enorme e hinchada su virilidad. —Tu dijiste en tu carta que me curarías de lo que me doliera. Acércate y te diré que debes hacer para que me sienta mejor.

Elizabeth no dudó mucho en seguir su orden: desnuda caminó hacia él, poniéndosele en frente, mientras él seguía sentado en la cama. Él de inmediato la agarró por la espalda y le empezó a acariciar el vientre, con una mano callosa, analizándole esa parte, quizá rebuscando algún cambio, que aún no se daba, porque su barriguita apenas tenía un leve relieve, luego le alzó la mirada para mirarla gemir y sonrojarse, cuando empezó a darle estimulación en su vértice de risos, pasándole una mano completa friccionandola, mientras con la otra mano le hundía dos dedos en su grieta trasera. Elizabeth no pudo evitar echarse hacia delante y descansar sus manos en sus duros hombros, soportando el ardor de ser masturbada adelante y atrás por su marido. Él, por su parte, aprovechando que le acercaba aquellos senos bien proporcionados de los que era poseedora, se llevó una aureola a la boca y se amamantó de ella, sin dejar de estimularla en sus orificios que cada vez se llenaban más de ansias de ser llenados, pero Elizabeth no había venido esta noche a permitir que William siguiese siendo el dominador de sus encuentros. Ella había venido a demostrarle que lo amaba y que estaba dispuesta a todo por su relación, por eso debía ser la que tomara las iniciativas, pensó echándose atrás para detener las atenciones de su marido. Él la miró desconcertado, quizá pensando que ella ya no quería ser tocada, ya que la otra noche hasta lo había rechazado, por eso ella al ver su cara de decepción, le dijo:

Su reina por obligacion /LIBRO 1) COMPLETAWhere stories live. Discover now