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—Padre, qué bueno que ha venido, necesito...necesito desahogarme... —susurró la reina madre cuando estuvo en la capilla del palacio, confesándose con el padre, quien estaba metido en el confesionario. La estancia era tan grande como una iglesia, con techos en cúpula, adornados con dibujos de ángeles y liturgia, además sus paredes de piedra gruesas estaban llenas de candelabros con velas, para tener mejor iluminación.

—¿Pero hija que ocurre? —preguntó el sacerdote, detrás de la malla de cuero que los separaba.

—Es mi hijo William—contestó la reina Beatriz.

—Mmm el rey... —murmuró el padre, negando con la cabeza como si no hubiese remedio para aquella alma—Todos en el pueblo odian su reinado. Vuestro hijo es muy injusto.

—Lo sé, y no sabe cuánto me duele que hijo sea así. —confesó Beatriz, llena de dolor.

—Hija tened fe en Dios; vuestro hijo un día se dará cuenta que no está procediendo de la mejor manera. —la animó el sacerdote.

—Padre si supiera monstruosidad que ha hecho William... —susurró ella, sintiendo el pecho apretado.

—¿Qué ha hecho ahora?

—William... —Beatriz se detuvo con un nudo en la garganta—...William abusó de una joven. Una joven pura, antes de su violento asalto.

—Pero ¿qué dices, hija? —exclamó el sacerdote, quien estaba ataviado con una sotana negra y rondaba los setenta—¿Cómo es posible que el rey haya hecho un acto tan despiadado?

—Si padre, ¿se da cuenta? ¡¿se da cuenta?! Mi hijo es un desalmado. —exclamó Beatriz enjugando sus ojos con un pañuelo.

—Pero ¿Quién es la joven, hija? —preguntó el religioso.

—Sinceramente no sé quién es, padre. Lo único que sé, esa muchacha está muy mal.

—¿Pero de dónde salió? Vuestro hijo no acostumbra a entretenerse con damas de virtud que yo sepa.

—Él dijo que unos usureros se la habían traído de las montañas, alegando que era una meretriz. Que en realidad no sabía que conservaba la pureza.

El sacerdote se sintió lívido al escuchar esto. Del convento en las montañas a unas horas de la ciudad, habían mandado cartas a todas las congregaciones, informándo de la desaparición de la hermana Elizabeth a ver si en su iglesia sabían algo. Habían dicho que solo habían encontrado un calzado de ella en el bosque y que ya el obispo y la madre superiora habían dado parte a las autoridades, porque temían que hubiese sido raptada por los vulgares que se dedicaban a traficar damas al lejano oriente. Él solo había rogado que esa muchacha, que había crecido en ese convento, siendo la consentida de las hermanas mayores, no fuese tener un horrible destino y ahora esto que le decía la reina, lo dejaba dudoso.

—¿De qué color la muchacha tiene los ojos, su majestad? —preguntó, recordando a esa jovencita, a la cual había visto varias veces cuando iba a visitar a los pobres de las montañas.

—Me parecieron que verdes. —respondió la reina, recordando cuando Sheba le abría los ojos a la criatura para examinarla. —Además tiene el cabello negro; no es muy alta y es notablemente hermosa. ¿Sospecha de quien se pueda tratar, padre?

—Sí. —confesó el sacerdote, lúgubre—Y si es quien pienso vuestro hijo puede estar en graves problemas. Necesito verla.

—Padre es imposible que lo meta a los aposentos privados de mi hijo. —respondió Beatriz alarmada.

—Su majestad hay que encontrar la manera de que la vea porque perdemos tiempo. Ayer se perdió una novicia con esas características que me describe.

Beatriz al escuchar esto, se llevó una mano a la boca. Sí, había que actuar rápido, porque un lío con la iglesia podría ser el final del reinado de su hijo, a quien podrían excomulgar finalmente, luego de tantas amenazas. No, no, no. No iba permitirlo, se juró ella, por eso preguntó si entre su servidumbre habría alguien que supiese dibujar, encontrando a una escuálida muchacha, misma que a la mañana siguiente, pidió que la acompañara al cuarto donde estaba la joven herida. Los guardias de su hijo no le prestaron atención en las primeras puertas, porque ella siempre llevaba damas de compañía, pero en la última le tocó mentir, diciendo que podría desvanecerse, ya que se sentía algo débil y necesitaba a la niña para que la acompañase. El guardia luego cedió y pasó, ordenando despues a esa muchacha que se fuese a una esquina y formulara el dibujo lo más rápido que pudiese, mientras ella distraía a Sheba. Al final todo fue un éxito y en la tarde volvió a llamar al sacerdote para mostrarle el retrato hecho con lápiz de carbón en la mañana.

—¿Es ella padre? —preguntó temiendo la respuesta, sentada al lado del sacerdote en las bancas de la capilla.

Él anciano asintió, luego de mirar la imagen.

—¿Qué puede hacer William para que la iglesia no lo excomulgue por el pecado que cometió? —preguntó la reina madre.

—No solo lo van excomulgar, su majestad. Puede ser condenado por iglesia por un delito contra la moral por utilizar a una religiosa para actos impuros. —explicó el sacerdote. —Y ella tambien puede ser procesada porque la inquisición puede pensar que un demonio se apoderó de ella para tentar al hombre que le quitó su virtud.

—Pero ¿Qué solución puede haber para que William salga de todo este problema?

—Casarse con la joven antes que aparezca el clero—respondió el sacerdote. —Ella aún no tomaba los votos porque era novicia, así que no cometería delito de herejía, casándose, habiendo ya tomado los votos de pobreza, castidad y obediencia. Pueden argumentar, cuando vengan que ella se arrepintió de encomendar su vida a Dios y por eso se desposó con el rey.

Beatriz hizo una mueca, no sabiendo como William podría hacer para casarse con una joven enajenada de la realidad, pero no había que perder tiempo, era mejor tener una esposa loca, que perder el reino y ser condenado a muerte.

Su reina por obligacion /LIBRO 1) COMPLETAWhere stories live. Discover now