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El rey Darcy, aquella mañana, sentado al lado de la cama del rudimentario cuarto del convento (edificación donde estaban alojados él y sus hijos) trataba de no deshacerse en lágrimas, viendo que Héctor seguía igual, solo respirando, pero sin abrir los ojos. Su hijo ya casi llevaba tres días sin volver en sí y Darcy sentía que se moría al ver un hombre tan vital en el pasado, pareciendo muerto en vida. El médico de su corte seguía sin darle esperanzas, solo diciéndole que era cuestión de horas para que llegase su desenlace, pero Darcy no aceptaba este diagnóstico, porque Héctor se tenía que recuperar, ya que era muy joven y tenía mucha vida por delante, además no sabía si sería capaz de soportar perder a uno de sus hijos, cuando solo por el bien de ellos se habría sobrepuesto de la perdida de Eleonor, pensaba angustiado, llevándose las manos a la cara, ya que los ojos le ardían producto de no dormir por estar cuidando de su muchacho. Solo se separaba cuando tenía que reunirse con sus consejeros en otra sala de ese convento donde habían sido acogidos por las hermanas, pero cuando salía de las reuniones volvía a estar con Héctor, aterrorizado de que le pasara algo, en su ausencia.

—Papá, vete dormir un rato. Yo me quedo con él—Darcy al escuchar la voz, giró la cabeza y miró a Helena que entraba por la puerta, con una palangana llena de agua y compresas. Su hija, al igual que él, se veía agotada. No era la misma princesa glamurosa de siempre. Llevaba un moño desalineado y un vestido gris que no parecía ser suyo, sino de alguna de sus criadas, ya que los de Helena eran muy pavorosos para los menesteres de atender a su hermano, según sus propias palabras. Helena, a simple vista parecía una persona superficial y antipática, pero en el fondo no lo era, ya que los amaba y siempre procuraría el bien de la familia, por eso no era extraño que se hubiese quitado su fachada de elegancia para atender a su hermano, a la par de las criadas y monjas que se habían ofrecido a ayudar al herido. A Héctor siempre había que estarle cambiando el vendaje que le cruzaba el pecho y la espalda, además de estarle limpiando la fea herida cosida ya, luego de cauterización, para que no se le infectase. Él pobre estaba muy maltrecho, porque aparte de esa herida, el doctor le había indicado que tenía algunas vertebras movidas en la columna por ser tocado por la lanza y era por esta razón que había que mantenerlo acostado de lado. Darcy solo quería que este tormento de pensar que no había esperanzas, acabara y que Héctor se despertara contra todo pronóstico y se empezara por recuperar.

—Sabes que aunque lo intente no pondré dormir, cariño.—le respondió Darcy a su hija, inclinándose un poco de la silla donde estaba para arreglarle la manta a Héctor y acariciar su largo cabello rubio, rasgo que siempre había admirado de su hijo, porque cuando era pequeño, parecía como si sus hebras fuesen de oro. Recordaba que cuando era bebé, él y Eleanor, se pasaban buen rato, peinándolo, mientras Héctor, reía travieso, tratando de quitarles el peine. ¿Quién iba imaginar que su pequeño hijo, lleno de luz en otro tiempo, ahora fuese este hombre ensombrecido al que le había destruido la vida ese maldito del rey William?

Hasta que le dolía el alma recordar el entusiasmo con que su hijo le había hablado, luego de ganarle los dos primeros días a William V. Los proyectos que había tenido para Ganah, si lograba obtener el oro, venciendo a rey de Baulgrana en la última justa. Dios, su muchacho. Ahora su vida pendía de un hilo por un desgraciado que se negó a verse perder.

—Sé que estás muy preocupado, pero hay que cuidar de tu salud tambien—le respondió Helena muy seria, poniendo las cosas que traía en la mesita al lado de la cama de su hermano, luego de se acercó a él y le tocó el brazo, para agregar: —No quiero que vuelves a ponerte mal del corazón, papá.

Darcy arrugó la cara ante la mención de su afección de la que pocos sabían, porque no le gustaba sentirse un enfermo. Había tenido un leve infarto hacía un año y justo por esta razón, Héctor se había ofrecido a representarlo en la justa. No debió permitírselo, es mas no debió venir aquí y debió excusarse por su enfermedad, se recriminó, sintiendo otra vez que las lágrimas empañaban sus ojos.

Su reina por obligacion /LIBRO 1) COMPLETAWhere stories live. Discover now