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Cuando Beatriz llegó a sus aposentos privados, sus criadas le informaron que su nuera no hacía más que llorar y temblar, fuera de sí, así que de inmediato se acercó a ella en la cama donde la tenían e intentó decirle palabras dulces, acariciándole el cabello, para hacerla reaccionar.

—¿Cómo sigue su hijo? —preguntó la joven, haciéndola suspirar de alivio, porque había salido del trance. —¿Está muy grave?

—No te preocupes muchacha, ya está estable. —le respondió Beatriz, entonces preocupada preguntó:—¿Qué te hizo? ¿Alcanzó a...?

Elizabeth negó con la cabeza.

—Solo me golpeó, pero no me abusó, porque lo golpeé antes que lo hiciera. —respondió ella con un hilo de voz, abrazándose sobre sus rodillas.

—¿Qué? ¿Cómo que te golpeó?

—Sí, me dio algunas...nalgadas. —confesó ella, llena de vergüenza porque había sentido cierto placer perverso de aquello.

—Dios...—susurró Beatriz, sabiendo las manías de su hijo y preocupándole que se atreviese a tomar a su inocente esposa para eso. —Pero ¿Estas bien? ¿Por qué no le dijiste a las criadas para que te pusiesen ungüento?

—Estoy bien, su majestad. —respondió Elizabeth, quien no quería que nadie le mirara las marcas de las manos de su esposo, que seguramente tenía. —¿Él va ejecutarme por lo que hice?

—No, William está furioso, pero no te hará daño. —le informó la reina.

Elizabeth asintió de forma vaga, entonces la reina le dijo:

—Esta vez te salvaste de cumplir tus deberes conyugales, muchacha, pero William es impaciente y querrá...

—Lo sé. —contestó Elizabeth con desolación porque tambien sabía que él no iba aguantar tanto tiempo sin querer poseerla y ella no se sentía capaz de corresponderle. Él le causaba mucho pánico, luego de lo que le había hecho. Dios mío, menos mal no lo había matado, porque, aunque fuese un infeliz, ella no era una asesina.

—Vamos a tus aposentos, muchacha —le dijo la reina madre, agarrándola del brazo. —Te hace falta descansar, luego de esta noche tan abrumadora.

Elizabeth le hizo caso, luego se dejó ayudar por las criadas de la reina a ser llevaba a sus habitaciones, donde apenas logró dormir por el del pánico de lo que le esperaba los siguientes días. Seguramente nada bueno, pensó a primeras horas de la mañana porque mientras desayunaba en el comedor de su habitación fue avisada que su esposo deseaba verle, así que tragándose su miedo fue a atender su llamado porque era mejor no seguirlo enfureciendo; llevándose una sorpresa de que cuando los guardias de él le abrieron las puertas dobles de su habitación, se lo encontrara siendo atendido con dedicación por una dama que le había parecido ver en el matrimonio y la fiesta de la noche anterior. Ella le daba de comer y al verla, se pegó más al rey, pareciendo posesiva. Elizabeth sintió una molestia desconocida.

—Buen día, querida esposa. —le dijo él rey burlón al verle. —Selene, retírate tengo que conversar con mi señora. —le ordenó él a la mujer, que pasó a su lado, mirándola con desdén, antes de salir, junto a los guardias, dejando a Elizabeth sola con su esposo, quien no tenía camisa y se veía pálido y dolorido, con vendaje en la cabeza.

—Me han dicho que deseaba verme.

—Sí, quería que vieras que no lograste tu cometido de matarme. —respondió irónico él.

—Yo no quise matarlo. Usted me...

—Ya. —la detuvo con una mano para no oírla hablar de eso. —¿Cómo te encuentras tú? Supe que te me querías volver loca otra vez ¿Ya estás bien?

Su reina por obligacion /LIBRO 1) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora