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Elizabeth tuvo que salir del bullicioso salón de baile para lograr tranquilizarse, así que despues de caminar por interminable pasillo lleno de cuadros de antepasados, se metió a una estancia con las puertas dobles abiertas, que parecía ser una biblioteca, entonces allí sentandose en un sillón, soltó a llorar entre sus manos, sobresaltándose cuando escuchó el sonido de pasos de alguien más metiéndose en la estancia. Pensando que sería el rey se puso en guardia, pero no se trataba de él, sino de un hombre de cabello largo y negro, que la miró con preocupación.

-¿Está usted bien, su majestad? -le preguntó, mientras ella avergonzada, se limpiaba las lágrimas.

- Sí, me siento muy bien, no se preocupe. -respondió Elizabeth levantándose, entonces el hombre le estudió el rostro y despues de un largo silencio, le susurró:

-Lo siento.

-¿Qué siente? ¿A qué se refiere? -preguntó Elizabeth frunciendo el ceño.

-A que haya tenido que casarse con mi primo. -respondió el hombre. -Él tiene mal corazón y estoy seguro que la hará sufrir.

Elizabeth no dijo nada, ya que una de las cosas que le había recalcado la reina madre era a no confiar en nadie de la corte.

-¿Su nombre es? -le preguntó distante al hombre.

-Soy el conde de Ambrose, Reynald Bowes Teck, hijo de un hermano del anterior rey. -respondió el pelinegro haciendo una reverencia, mientras ella veía su perfil a contraluz, ya que la chimenea que avivaba la estancia, estaba tras él. -A sus órdenes, su majestad.

-Mucho gusto, ahora si me disculpa, debo retirarme a mis aposentos. -le dijo ella, pasando a su lado para irse hacia la salida, pero algo que él le dijo, la detuvo:

-Si en algún momento necesita mi ayuda, solo hágamelo saber.

Elizabeth asintió y salió del lugar, pensativa sobre ese hombre, ya que se veía caballero, a diferencia de la bestia de su primo. Su primo, él que ahora era su esposo y podía hacer uso de ella cuando quisiese, recordó ella, sintiendo que se le revolvían las entrañas, entonces mientras seguía caminando abrumada, la reina madre la encontró, viéndose muy preocupada por su desaparición y luego ambas subieron juntas a su habitación, tras las criadas que la acompañaban.

-¿Necesitas algún consejo sobre tu noche de bodas? -le preguntó la elegante dama más tarde, mientras las criadas, la despojaban de su vestido para prepararla para cuando su majestad, viniese.

¿Cree que necesite algún consejo, su majestad? -replicó Elizabeth desganada. -Sé muy bien lo que me pasará y será tan horrible como...-"como la otra vez" se calló, porque las criadas estaban.

-No siempre es horrible, querida-le dijo la reina, quien estaba sentada en el sillón de la habitación. -Puede llegar a ser el acto más emocionante que puedes vivir.

Elizabeth no creyó eso, pero hubo cierta convicción en las palabras de la reina madre, que siguió meditando sus palabras cuando se quedó sola, momento en que, acostada en la cama de doseles, solamente llevaba un camisón puesto para ser más accesible para su majestad. Tragó saliva. Sus muslos temblaban de miedo y aquella grieta lastimada por el rey en el pasado, empezó a mojarse ante la expectativa. No sabía por qué le ocurría esto, ni tampoco porqué la protuberancia que sobresalía de su nido de risos, palpitaba al mismo ritmo de su asustado corazón. Que nuestro señor la ayudase, pidió al cielo, no pudiendo evitar levantarse para caminar de un lado a otro en la estancia.

***

William se sorprendió por su reacción posesiva cuando su hombre de confianza, le informó al oído- mientras estaba en el trono, viendo a su corte danzar- que su reina estuvo hablando, a solas, con uno de sus primos en la biblioteca, hacía rato. Reynald era un hombre muy seductor y coleccionaba amantes, por eso saberlo cerca de su esposa, lo hizo rabiar, entonces sin dilatación se levantó y salió del salón para dirigirse a los aposentos privados de ella y luego de pasar por la antecámara, se adentró a su alcoba, encontrándola, caminando de un lado a otro. La misma palideció al verlo y William se excitó al ver su miedo.

-¿Ya lista mi señora? -le susurró él burlón, mientras los guardias encargados de su seguridad, cerraban las puertas de la habitación, tras él, dejándolos solos.

Ella no le contestó, solo hizo una mueca, entonces William se acercó como un depredador, sabiendo que tenía a su presa lista y se le puso detrás para bajarle el camisón. Elizabeth se sintió paralizada cuando él le besó los hombros desnudos y gimió cerrando los ojos, cuando empezó a estrujarle los pechos, cuando la tela del camisón quedó a sus pies como un charco, dejándola desnuda.

-Tienes prohibido volver a encontrarte a solas con otro hombre. ¿Entendiste? -le él susurró amenazador, haciéndola abrir los ojos de golpe, para encontrarse con la imagen frente al espejo de la cómoda que estaba frente a ellos, de sí misma, desnuda y sonrojada, con el rey detrás de ella, que ahora que lo veía detenidamente, sin tanto desprecio, se dio cuenta era verdaderamente guapo. -¿Qué ves? -le preguntó él, riéndose -¡Ya se! te has dado cuenta que hay lujuria dentro de ti ¿cierto?

Elizabeth soltó un gritito cuando vio a través del espejo como le estrujó suavemente uno de los pezones de sus senos llenos y muy turgentes.

-Mmm ¿ves de lo que te hubieses perdido en ese monasterio? -volvió a burlarse él, mientras ella temblaba, sintiendo que la sangre le hervía, por sus pecaminosas atenciones. -Anda relájate... ya vemos que esto te gusta...poco a poco te iré enseñando a ser una buena esclava para tu rey.

¿Esclava?, a Elizabeth esa palabra no le gustó, ni mucho menos que la empujara contra la cómoda, poniéndola boca abajo, apresando sus manos contra el mueble con una de sus manos grandes y ásperas. Oh dios, le iba volver a hacer daño, como aquella primera vez que la había hasta encadenado...¡no! ¡no lo podía permitir otra vez!, pensó revolviéndose, pero él le hizo poner la cabeza contra la cómoda, sin soltarla y le echó el cuerpo encima, quedando pegado en su espalda, mientras le sentía su dureza mojada, rosar sus nalgas.

-Hace rato te dije que la palabra castigo me encantaba. -le dijo él, contra el oído, mientras ella luchaba por quitárselo de encima. -Y cómo has tenido la osadía de retarme atreviéndote a hablar con otro hombre a solas, te castigaré. Así irás aprendiendo que debes respetar a tu rey, porque aparte de eso tambien soy tu esposo, tu amo y tu dueño.

¿Castigarla? ¿Pero cómo...?, se extrañó Elizabeth, antes de sentir las palmadas que le empezó a dar el rey en las nalgas, con la mano libre, mientras que con la otra sostenía las suyas para que no se escapara, teniéndola apresada, boca abajo, sobre la cómoda. Oh dios...debía sentir dolor, pero en realidad eso no era lo que sentía...¡Sentía placer!, Por eso, gemía y saltaba ante cada picosa palmada, sintiendo una necesidad angustiante de ser llenada en aquel rincón ya muy empapado, que él había profanado la otra vez...¿Qué la pasaba? ¿Por qué le ocurría esto? ¡¿Por qué?! Se preguntaba, al tiempo que la vejación acababa y se quedaba respirando agitada sobre el mueble.

-Bien, ahora que has recibido lo que te merecías, es hora de servirme como una buena esclava. -sentenció él, soltándola, entonces Elizabeth se giró un poco y lo vio empezar a darse placer a sí mismo, luego de haberse sacado aquella bestia grande y llena de venas, de los pantalones. Verle aquello la hizo temblar de pánico, ya que temió a ser lastimarla como la otra vez, así que aprovechando que estaba suelta se levantó y salió corriendo hacia otro punto de la habitación, entonces él rey luego de soltar una maldición la siguió. -Querida, no me hagas perder la paciencia. Túmbate en la cama ya mismo. -le ordenó, pero ella se fue pegando a la pared, mientras él se le acercaba amenazadoramente con su imponente tamaño. -Elizabeth no vas a llegar a ningún lado siendo rebelde. Anda...que ya vi que te gustó...-le dijo y entonces la alcanzó, obligándola a sentarse en la mesita de noche, cogiéndole una mano para apresarla con las esposas que sacó de su pantalón. Solo alcanzó a cerrarle una muñeca, antes que, de Elizabeth, aterrorizada, tratando de defenderse lo golpeara con un candelabro en la cabeza, que alcanzó a coger con la mano libre de la mesita de noche, así que sorprendida vio como le corrió sangre en la cabeza al rey, quien se echó atrás tambaleante y se desplomó ante sus ojos, quedando inconsciente en el suelo. Dios mío ¿Qué había hecho?, se preguntó Elizabeth, llevándose una mano a la boca, impactada. ¿Lo habría matado?

Su reina por obligacion /LIBRO 1) COMPLETAWhere stories live. Discover now