Capítulo 63

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El chico de fuego cerró los ojos unos instantes mientras iba en la moto. Relf estaba muerto y sus hombres también. Al menos aquellos que habían podido reconocerlo de cerca. Se había asegurado de que ninguna cámara de seguridad lo enfocase directamente y sabía que nadie lo había visto el tiempo suficiente como para reconocerlo. Poco a poco había ido recuperando la confianza que había perdido debido a lo que Verónica había hecho aquella noche. El hombre mayor y solo ocupó por unos segundos la mente del chico. Seguía sintiendo pena porque una persona mayor estuviese solo en el hospital sin nadie que lo acompañase, y no pudo evitar pensar en sus abuelos. Ni tan siquiera sabía si aún estaban vivos ni si habían tratado de buscarlo a él o a su hermano al enterarse de que sus padres habían muerto. Una parte de él los había odiado hacía ya tiempo, pensando que los habían abandonado, tanto a su hermano como a él, pero en ese momento en el que ponía en duda todo lo que le había pasado en la vida y que volvía a pensar en ellos sin que la rabia lo cegara, creía que quizás sí que hubiesen tratado de encontrarlos. No lo suficiente, claro estaba, y eso le generaba sentimientos contradictorios y un profundo rechazo hacia ellos, pero también la necesidad de saber la verdad.

David siguió dando vueltas en círculos para averiguar si alguien lo seguía, pero no había nadie a su alrededor, así que prosiguió su camino hacia casa de Jorge. Hacía ya rato que había hablado con Erick y por el momento todo estaba bajo control. El señor Robert aún no había dado la voz de alarma. Tan sólo había llegado una chica nueva durante aquella noche. Una nueva presa que había sido comprada por alguien con mucho dinero.

David cogió aire y lo soltó poco a poco. Hacía tanto frío que sintió como el aire helado le quemaba los pulmones. Tuvo que toser nada más acabar de soltar la bocanada de aire.

Siguió avanzando por las calles sin salir a la autopista, callejeando hasta llegar cerca de la casa de Jorge donde hizo una segunda inspección de que nadie lo seguía. Cuando estuvo seguro de ello, aparcó la moto en el garaje del policía, forzando la puerta de entrada sin hacer ruido y cerrándolo con rapidez una vez que estaba dentro.

Eran casi las siete y media de la mañana cuando por fin volvió a relajarse. El sonido metálico de la puerta del garaje al cerrarse le causó esa sensación. Paz. David miró a su alrededor. Era extraño como las casas pueden convertirse en un hogar con las personas correctas. Aunque sabía que su hogar estaba donde estuviese Verónica, no podía negar que se sentía a salvo entre las cuatro paredes de la casa de Jorge. Los recuerdos lo invadieron como el crepúsculo engloba poco a poco la oscuridad. La primera vez que entró en aquel lugar fue cuando se dio cuenta de lo realmente perdido que había estado desde que Maek entró en su vida.

David tragó saliva y elevó ambas cejas mientras se adentraba en el interior de la casa sin hacer ruido, por si acaso Jorge no estaba solo. Durante más de una noche se había preguntado cómo se sentiría si a Jorge le pasaba algo malo por su culpa. Por ayudarlo. Un suave escalofrío de terror le sacudió la espina dorsal al tiempo que se mordía un labio.

No había ni una sola luz encendida en la casa, y de pronto David se sintió mal por ir a verlo a esa hora, no obstante, ese ridículo sentimiento duró poco. Podía ir a ver a Jorge a la hora que fuese, y él lo sabía. El chico siguió avanzando y llegó hasta la habitación del hombre. Dudó sobre si llamar a la puerta o decir su nombre, pero se decantó con la primera opción.

Para su sorpresa, no fue Jorge quien habló para dejarlo pasar al otro lado.

—¡Por fin llegas! ¡Te estaba esperando amor!

David sintió como el corazón se le aceleró. Esa voz no era la voz de Jorge. De hecho, ni tan siquiera era la voz de un hombre. ¡Era la de una mujer!

CIUDAD DE FUEGO© (3)Where stories live. Discover now