Capítulo 33.1

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David volvió a sacar su arma de la liguilla de sus vaqueros y le indicó a Carmen que corriese hacia la nave más alejada. Él mismo le había dado instrucciones a sus hombres para que lo esperasen allí.

—Diles que se queden dónde están y que me esperen. Es una orden. —aseveró él con autoridad a Carmen.

La mujer asintió con el miedo dibujado en sus facciones y la luna iluminando su camino al tiempo que salía corriendo. David se quedó unos instantes mirando las estrellas, tratando de calmarse ante los disparos que se escuchaban en el interior de la nave y los gritos de las mujeres. Aunque fuese lo fácil, una parte de él no podía ni quería dejarlas allí. Al menos no a todas. Con que pudiese sacar a una de allí, al menos a una de esas mujeres obligadas al tráfico sexual, todo merecería la pena. El chico cogió aire y entró en la nave. Volvía a estar en medio de una pelea de bandas. La de Maek y la de Baref. David avanzó ocultándose entre los derruidos muebles y las piedras gigantes en color grisáceo que había en aquella nave. Las mujeres se estaban refugiando en un cuartucho al fondo y a la izquierda. David las vio con el ceño fruncido mientras disparaba a un hombre y esquivaba una bala. Tenía que llegar al fondo y tratar de que no lo viesen mientras sacaba a las mujeres, y eso sólo podía hacerlo si utilizaba la entrada principal para sacarlas y no las traseras. Con paso decidido y ocultándose todo lo que podía de los hombres llegó hasta mitad de su camino. Esquivó un cuerpo inerte en el suelo cuando alguien se colocó en frente de él apuntándolo directamente a la cabeza. David le aguantó la mirada a un hombre de unos treinta y muchos, de cabello oscuro y ojos enfadados, vestido de negro, mientras que su corazón comenzaba a latir desenfrenado en el pecho. Casi podía notar las pulsaciones en la vena del cuello. Lo conocía. Era el otro hombre que estaba sentado al lado de Relf el día de la reunión. ¿Y si ese hombre era El Zorro? ¿Y si sabía lo que había hecho? Los estaban atacando por su culpa.

David no tardó en apuntarlo con su arma, pero ambos se quedaron mirándose sin dispararse mientras a su alrededor todo era sangre y sonidos de disparos mezclados con alaridos de dolor o insultos y maldiciones.

—Tú no deberías de estar aquí. —dijo David con aspereza mientras no perdía de vista la mirada del hombre.

El chico de fuego estaba convencido de que sus ojos le avisarían del momento exacto en el que fuese a dispararle. David relajó los hombros, mostrando que él poseía el control al tiempo que le dirigía una mirada de suficiencia. El hombre se la devolvió con una mirada de desprecio y alzando un poco más su arma.

—Tú tampoco mocoso. —le respondió el hombre de ojos marrones—. Sé que fuiste tú quien le dio el aviso a Darren.

David se quedó muy quieto. Aquello no se lo esperaba.

—No sé de qué me estás hablando.

El hombre sonrió jactanciosamente y miró a David de arriba abajo. Había algo en su forma de actuar que hizo que David se diese cuenta de qué ocurría.

—Trabajabas a dos bandas. Para El Zorro y para Relf. Vigilas a Darren. Tienes su teléfono pinchado. —dedujo David dándose cuenta de lo que ocurría y acercándose a él sin que el hombre se lo esperase—. Eres una de sus águilas.

¿Cómo diablos había pasado por alto que podrían haberle pinchado el teléfono? ¡¿Cómo había podido olvidársele a él?! La ira lo invadió por el error que había cometido, pero, ¿cómo diablos iba a saberlo? ¡Ni los hombres de Baref ni de Maek pinchaban teléfonos del grupo joven cuando Maek estaba vivo! ¡¡¡Al menos no los de los líderes!!! Alguien llevaba el registro de llamadas y de números que los líderes tenían en sus teléfonos. Eso era todo. Ya tenían suficiente con las águilas que los vigilaban a cada momento o con torturarlos para sacarles información. Llevándose una mano a la cabellera castaña y respirando con dificultad porque no sabía quién más podía ser conocedor de que había sido él quien había dado el chivatazo, se acercó al hombre mientras veía en sus ojos que iba a dispararle. El joven de fuego rodó por el suelo antes de que la bala impactase en su cuerpo y se deslizó veloz, rodando en el suelo cuando aventuro que un segundo disparo se acercaba a él. Tras devolver los tiros y tirarlo al suelo de un impulso, David lo desarmó y comenzó a darle puñetazos. Ambos rodaron hasta que tras varios puñetazos se separaron y volvieron a mirarse. Los ojos grisáceos de David transmitían tanta ira y tanto peligro que cualquier persona se habría alejado corriendo al verlo.

Con rapidez ambos se incorporaron mientras los disparos seguían invadiendo la estancia. Si David hubiese desviado tan sólo un centímetro la cabeza una bala le habría rozado la oreja. A su alrededor, todo era caos y descontrol. Sangre y muerte. El sonido de la bala desgarrando la piel. El susurro de la muerte como un aire frío en la nuca.

David lo veía todo a cámara lenta. Cada movimiento de su contrincante. La forma en la que se las apañó para coger de nuevo su pistola que estaba en el suelo. El dedo en el gatillo. Su mirada de rabia congelada que se encontró con la de David, con pistola en mano y disparándole. Ambas balas se cruzaron en el aire. David rodó para evitar ser dado y lo logró por apenas un centímetro. Su mente iba a la velocidad de la luz. Si ese hombre era el águila de Darren, tenía que matarlo. Y... ¿a cuántas otras? ¿Cuántas personas más sabrían lo que había hecho? ¡Se había convertido en un chivato! Lo mirase por donde lo mirase, por mucho que quisiese mantener la calma y tener el control, todo iba a peor.

Ganando terreno David disparó en el brazo del hombre logrando que soltase su pistola. Sin perder tiempo se le tiró encima y comenzó a pegarle hasta dejarlo casi aturdido. Puñetazo tras puñetazo su rostro se iba volviendo sanguinolento. Cuando supo que lo tenía donde quería, casi muerto, el joven se deslizó con cuidado por el suelo agarrando con fuerza al hombre para que lo siguiese hasta colocarse en una posición donde no eran el centro de los disparos.

—¿Cuántas águilas más hay?

Os sigo subiendo el maratón. Un abrazo enorme y gracias por leer!

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