Capítulo 33.3

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El chico volvió a apuntar con su arma y comenzó a disparar tras zafarse de su agarre. Los disparos sonaron en ambas direcciones y David fue incapaz de evitar que uno de ellos impactase contra su cuerpo. El dolor lo invadió y casi lo cegó al tiempo que buscaba fuerzas de dónde no las había para seguir consciente.

Los ojos de Verónica se le vinieron a la mente en ese momento, y fue como si le hiciesen recuperar el aliento de golpe. Uno a uno, fue capaz de quitarse a aquellos hombres de encima y ocultarse detrás de una gran roca que sus subordinados usaban como mesa. Cogiendo otra pistola del suelo, David les fue disparando uno a uno, sin apenas hacer distinciones entre los hombres de Baref y los de Maek. En medio de todo ese caos nadie podía darse cuenta de a quien disparaba. Todos estaban demasiado ocupados tratando de mantenerse con vida. David distinguió a Eme escondido detrás de una piedra y se le quedó mirando. Estaba cerca de dónde él se dirigía, de ese cuartucho donde estaban las chicas. Eme era el segundo peor después de Sean. Era egoísta y cruel. David lo sabía porque había visto como había descuartizado a una chica delante de otra, sólo para que la segunda se entregase a él sin resistencia. Lo llamaban el domador. Incluso cuando Maek estaba vivo lo llamaban así. Los demás captaban a las chicas. Él las adiestraba para que fuesen sumisas. David se acercó a él y le disparó asegurándose de que nadie lo veía. Miró en ambas direcciones antes de hacer que una bala impactase sobre su piel blanca.

Eme, moreno y con ojos verdes, se giró hacia David, quien lo desarmó después de dispararle y se agachó junto a él. En ese momento recordó cómo le había pegado una paliza a Cat, incluso antes de que ella significase tanto para él. David había tratado de interponerse y él le había jurado que iba a matarlo si volvía a meterse en medio de una doma, como él lo llamaba.

—Nadie me amenaza y sigue vivo. —le susurró David mirándolo a los ojos—. Te veré en el infierno, Mariano.

David usó su nombre completo y no sólo la inicial por la que lo conocían la mayoría de las personas, y se quedó mirándolo hasta que el hombre comenzó a convulsionarse y cerró los ojos entregándose a los estragos de la muerte. David se mordió los labios. Sus sentimientos cambiaban a la velocidad de la luz. Pasaba de desear matar dolorosamente a todos los hombres de allí a arrepentirse por todo lo que estaba haciendo y por contribuir a la matanza. Volvía a sentirse como un monstruo. Un monstruo que no sentía nada. Que tan sólo era capaz de ver la vida irse de los cuerpos de las personas que él mismo mataba. Eso era algo que él quería dejar atrás, pero no podía superarlo a no ser que acabase con todos aquellos hombres. Era un maldito asesino, y así se sentía. ¿Cómo podía mirar a Verónica a los ojos después de todo aquello? ¿Después de arrebatar tantas vidas? ¿Iba acaso a salir vivo de allí? ¿Iba a volver a verla? Los disparos seguían sonando a su alrededor. Era el sonido de una guerra. De una batalla que no debía de durar tanto como estaba durando aquella. David tenía un juicio moral con lo que estaba haciendo. Con lo que había hecho durante toda su vida. Aunque una parte de él sabía que todos aquellos hombres eran asesinos, sicarios y traficantes humanos, no podía evitar sentirse mal al arrebatarles las vidas. No obstante, sabiendo que no era el momento, cogió aire y se irguió, intimidante.

El chico miró a su alrededor después de cerrarle los ojos a Eme. Los disparos seguían sonando por todas partes, y sus oídos comenzaban a pitarle. David se llevó una mano al estómago. Se había protegido a su mismo con una especie de maya metálica, a modo de chaleco antibalas, porque sabía lo que se avecinaba cuando le mandó su ubicación a Darren. Sin embargo, no había sido suficiente. Estaba herido y comenzaba a ver borroso.

David se apoyó en la roca donde descansaba el cuerpo de Eme y se levantó apoyándose en él, con la pistola en guardia por si alguien quería dispararlo. Con esfuerzo, llegó hasta el cuarto donde estaban las mujeres y trató de abrir la puerta. Con una sonrisa vio que la habían atrancado para que nadie entrase.

—Abrid. —gritó sintiendo como su voz no sonaba tan poderosa como siempre—. Soy Cobra.

La reacción al otro lado de la puerta no tardó en llegar. Una de las chicas, la que le propuso a David pasar una noche con ella a su regreso con los hombres de Maek, fue quien abrió la puerta.

—Cobra. —dijo al verlo con tal mal aspecto.

—Estoy bien. —respondió él autoritario, aunque todas las mujeres pudieron ver como estaba herido—. Voy a sacaros de aquí, vamos.

Todas las mujeres lo siguieron mientras él les hacía señales para que usasen las piedras grandes y los objetos desperdigamos por el suelo para esconderse. David volvió a disparar a un hombre que se les acercaba y no era de los suyos. Una a una, fue sacando al menos a cuarenta mujeres de todas las edades de aquel lugar por la puerta delantera. Algunas de ellas morían en el camino a causa de las balas. Otras resultaban heridas y eran otras mujeres las que las ayudaban a salir. David estaba atento a todo. Era imposible que no lo viesen, pero ya no le importaba. Probablemente la mayoría de los hombres de Maek muriesen esa noche. Siguiendo las indicaciones de un David que se había hecho con otra pistola del suelo y que no paraba de disparar a diestro y siniestro, comenzaron a correr hasta que llegaron a la puerta principal. Allí varios hombres de Baref estaban detrás de rocas enormes y comenzaron a dispararles. Una chica perdió la vida justo delante de David y otra perdió el equilibrio por una herida. El joven no se lo pensó y la ayudó a incorporarse mientras rodeaban por fuera la nave y llegaban a la contigua. Durante el camino siguió disparando hasta que la nueva pistola se quedó sin balas. Corrió y corrió y refugió a todas las chicas en la nave más cercana, donde ya los esperaban sus subordinados. Al verlo llegar los demás jóvenes salieron de dónde estaban y se acercaron a ellos para disparar a los cuatro hombres que quedaban fuera. Al ver todos los que eran dos de ellos echaron a correr, pero ninguno llegó lejos antes de que las balas los atravesasen. Los dos que se quedaron corrieron la misma suerte.

—¿Qué demonios está pasando? –preguntó Erick alterado y aún sintiendo como le ardía la espalda.

David se centró en respirar. Estaba sudando y perdiendo demasiada sangre. Era increíble cómo iba de una herida a otra aún peor en tan poco tiempo.

—Nos atacan los hombres de Baref. —respondió David sintiendo cómo le fallaban las fuerzas y llevándose una mano al costado sangrante pero manteniendo un semblante amenazante y peligroso—. Tenemos que irnos lejos de aquí antes de que nos encuentren. Vamos. Que cada uno monte a una chica en su... moto. Llevaos también los coches.

De pronto David dejó de hablar y todos los ojos se posaron en él. Todos los presentes habían visto la amplitud de sus heridas y la forma en la que a pesar de ellas mantenía la compostura, incluso cuando perdió el control por completo y cayó al suelo, sin conocimiento.

Y hasta aquí el maratón de cinco capítulos <3 Contadme si os gustaron! ¿Qué creéis que pasará? Gracias por leerme y de nuevo espero que estéis bien! SOIS MARAVILLOSAS. Un abrazo enoooooorme! Os quiero <3

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