Capítulo 38.1

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Verónica respiró profundamente y se llevó una mano a donde debería de estar su flequillo. Sonrió al encontrarse directamente con su frente. Se sentía extraña, y hasta ese momento no se había dado cuenta de que cada vez que estaba nerviosa se entretenía tocándose el flequillo. Pasó de la lista de contactos a la lista de llamadas. Tan sólo había llamado a tres números distintos a su propio número y al de su madre. En el registro no tenía ni una sola llamada más. Tan sólo tres números. Verónica salió al cuarto de baño y encendió la ducha antes de llamar al primero de ellos, el más reciente y se colocó en la oreja cerrando la puerta del baño y acercándose al agua para que nadie en el piso escuchase su voz. Estaba segura de que ese era el número de Jorge, tal vez por eso su boca se abrió en picado cuando escuchó la voz de una mujer.

—Hola dulzura. No esperaba que me llamases tan pronto. —dijo una mujer al otro lado de la línea con un acento pronunciado.

Verónica no supo cómo reaccionar y colgó el teléfono. Las piernas le fallaron y cayó al suelo. Otra vez no. Su padre no podía haber hecho lo mismo otra vez. No en ese momento. No cuando estaban en una casa alejada de Neone y lejos de esa horrible mujer con la que engañó a su madre después de la muerte de su hermana Ángela.

Según su padre, nunca había pasado nada entre esa mujer y él, tan sólo se besaron, pero ahora que ella era más adulta, no podía evitar pensar que dos personas adultas no hiciesen el amor estando solos y borrachos. Una punzada le invadió el pecho y tuvo que contenerse para no salir corriendo y pedir explicaciones a su padre. Después de la muerte de Ángela tanto Pedro como Violeta se tomaron un tiempo para ellos mismos, y tanto Verónica como Víctor estuvieron durante ese mes pasando los fines de semana con su padre. Quien una noche estaba tan mal que se emborrachó y llamó a una niñera para que estuviese con ellos al ver el estado en el que estaba. Esa fue la etapa más oscura de Pedro. La muerte de Angela lo había devastado. A pesar de tener a sus otros dos hijos, su alma estaba rota en mil pedazos y ya ni tan siquiera le sangraba el corazón. Él era quien más fé tenía de todos en que el trasplante de médula de Victor iba a salir bien. Que Angela iba a vivir. Que tendría una vida normal. Que sería feliz...pero nada de eso pasó. Cuando una luz se apaga otra luz oscura se enciende en los corazones de las personas que amaban a esa persona.

Esa noche Pedro llegó a su casa agarrado de la cintura de otra mujer y balbuceando cosas sin sentido. Cuando Verónica bajó las escaleras de su piso, vio a Pedro muy pegado al cuerpo de la otra mujer. Tanto que chilló nada más verlo. Según él, aquello que Verónica vio al levantarse de la cama por los ruidos que estaba haciendo su padre ni tan siquiera fue un beso. Tan sólo tenía el rostro cerca del suyo. No pasó nada más, y una Verónica más joven había creído a su padre, pero se había visto en la obligación de pedirle a Pedro que se lo contase a Violeta, porque incluso cuando era una niña sabía que si ella no hubiese estado allí esa noche podría haber acabado de forma distinta para Pedro, y Violeta jamás le habría perdonado una infidelidad, sobre todo porque era el ejemplo de su hija Verónica y ante todo quería que estuviese con alguien que la respetase. Sin embargo, a pesar de que jamás había pasado nada más con ninguna otra mujer, Verónica no había sido capaz de perdonar ese desliz a su padre hasta hacía algo más o menos un año. Para ella, también rota por Ángela y por superar una perdida a una edad tan joven, que su padre se cayese del pedestal donde lo tenía tan solo agravó las cosas.

Después de ese día Pedro le había incluso jurado que en su vida jamás había habido otra mujer que no fuese su madre. Verónica le había escuchado decir eso a su padre miles de veces, pero entonces, ¿quién demonios era la mujer al otro lado de la línea y porqué se había dirigido hacia su padre como dulzura?

Verónica apretó una toalla con fuerza y volvió a llamar al mismo número. La voz de esa mujer volvió a responder y la forma en la que dijo el nombre de su padre no dio lugar a dudas.

—Pedro, ¿todo bien?

Verónica se llevó una mano a la boca casi aguantando un sollozo unos instantes, y cuando creyó ser capaz de volver a hablar, se quitó la mano de los labios y apretó los dientes. Inconscientemente se levantó y comenzó a andar compulsivamente por el cuarto de baño.

—¿Quién eres? —le preguntó.

La voz al otro lado de la línea no respondió, y Verónica se dio cuenta de que había colgado. La chica volvió a llamar una vez más, pero nadie respondió al otro lado. Verónica se dejó caer en el suelo, exhausta de pronto y volvió a llamar una vez más. Iba a llevarse toda la tarde llamando si hacía falta.

—¿Quién eres? —volvió a preguntar cuando a la décima llamada la mujer volvió a responder.

—¿Quién lo pregunta? —dijo la mujer.

Verónica sintió ganas de pegarle una cachetada a la mujer, pero al mismo tiempo se sintió muy, pero que muy triste.

—¿Por qué has llamado dulzura a Pedro?

Sigo actualizando. Besos!

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