Capítulo 43.2

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Felix tragó saliva. Eva y Verónica intercambiaron una mirada de pánico.

—A mi jefe eso va a hacerle tan poca gracia como que tenga que ir al burdel de otra ciudad y lo haga esperar.

El señor Robert asintió con la cabeza, conforme. ¿Qué demonios estaba ocurriendo?

—En ese caso...

—En ese caso ¿qué tal dos chicas? Si vuelvo sólo con una mi jefe va a matarme. — Felix se encogió de hombros como si eso fuese lo inevitable—. Si valen la pena el señor Ildikó repetirá y estoy seguro de que no le importará invertir más dinero. Ya sabe usted lo que se dice de él —acabó la frase en una carcajada.

Verónica notaba como el corazón iba a salírsele del pecho y Eva tenía los ojos húmedos de la impotencia.

—No, no lo sé —comentó el señor Robert arrastrando las palabras y muy serio, sin empatizar lo más mínimo con la risa de Félix, quien se puso tenso nada más darse cuenta de la situación.

—No importa –murmuró Felix, tratando de enmendar la situación—. Quizá pueda llevarme a dos chicas y traerle más dinero a la vuelta.

En ese momento quien rio fue el señor Robert. A su lado, otro hombre que se había enterado de la conversación se unió a sus risas. Verónica y Eva temblaban de miedo, pero se mantenían quietas aún sabiendo que a esos dos hombres les faltaba poco para mandarlos asesinar.

Aquello se les había ido de las manos.

—¿Con quién te crees que hablas muchacho?

Felix contuvo el aliento. Verónica y Eva querían hablar, pero sabían que no debían de hacerlo. La rabia y la impotencia por no poder hacerlo empeoraron su situación interna. Ambas sentían náuseas, y eso que habían evitado mirar a todas las camareras desnudas que atendían las mesas en las que los hombres hacían con ellas lo que les apetecía. Todo era tan repulsivo que no había palabras para describirlo.

—Con alguien que posee un local suculento al que estoy seguro de que volveré en más de una ocasión.

El señor Robert negó con la cabeza.

—He dicho que puedes irte. La próxima vez no lo haré.

Los tres jóvenes sintieron que el corazón se les saltó un latido. Aquello iba de mal en peor. Iban a acabar muertos. El señor Robert le hizo una mueca a un guardia para que lo sacase de allí y les dio las espaldas, a lo que Felix, sorprendiendo a las dos chicas, volvió a insistir:

—¿Dos chicas entonces? —preguntó Felix tragando visiblemente saliva.

La tensión en el ambiente creció de forma descomunal cuando el señor Robert, alejándose, dejó de avanzar y se detuvo con la espalda rígida. Verónica profirió una pequeña exclamación ahogada, aterrada. A su lado, Eva se acercó a ella y rozó su mano con la suya. Era increíble como incluso en una situación así su amiga lograba ayudarla. Lo que no sabía, era que ella también la estaba ayudando al mantener la calma.

El señor Robert se volvió lentamente hacia los tres jóvenes. Verónica y Eva elevaron un poco más el mentón, tratando de mostrar que afrontarían la muerte si eso era lo que ese traficante humano quería de ellos. El hombre del traje se le quedó mirando tan detenidamente que las dos chicas pensaron que Felix iba a salir corriendo en poco tiempo. Eva no pudo evitar reparar en que en aquella sala había hombres bebiendo, charlando y riendo mientras que muchas mujeres eran explotadas sexualmente justo ante sus ojos. ¿En qué clase de sociedad vivía? ¡Y eso era algo que pasaba en todo el maldito mundo! Eva sintió aún más ganas de vomitar. Sobre todo cuando una de las chicas que hacía de camarera y llevaba tan solo un tanga en color negro se le quedó mirando y Eva fue capaz de ver la expresión de desesperanza y pérdida que había en su rostro.

CIUDAD DE FUEGO© (3)Where stories live. Discover now