Capítulo 61

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Las puertas del ascensor volvieron a abrirse con un suave pitido y David asomó la cabeza con curiosidad. Había algunas personas en el pasillo de la segunda planta, pero aquello no le importó lo más mínimo. No iba a tardar. No podía tardar.

Salió de aquel ascensor dejando el cuerpo sin conocimiento del médico detrás de él. Las puertas se cerraron y en su interior sabía que, aunque se molestase en esconder el cuerpo de aquel hombre, no le serviría para ganar tiempo. La bata de médico en color blanca que se había colocado encima de su ropa hacía que su piel pareciese algo más bronceada.

El chico avanzaba mirando hacia delante y tratando de no llamar la atención, aunque no se le escapaba que muchas personas se volvían a mirarlo. Le devolvió una mirada a un hombre que caminaba con un aparato del que tenía colgado varios goteros. Por unos instantes David lo compadeció, pero luego pensó que era una persona fuerte que estaba en el lugar idóneo para tratar de curarse. El recuerdo de Verónica hablándole de Ángela le revolvió las entrañas en ese preciso momento. Le habría gustado estar con ella en esa etapa de su vida por muy oscura que hubiese sido. Ojalá se hubiesen conocido antes, pero cada vez tenía más claro que todo pasaba por algo y que cada camino se entrelazaba con otro en un momento determinado precisamente por una razón.

Con andares seguros y agachando la cabeza para que nadie lo reconociese mientras hacía como que miraba su móvil, siguió caminando habitación por habitación hasta que llegó a la 248. Tenía que hacer eso. Tenía que hacer eso. Tenía que hacer ESO. ¿Por qué le temblaban las piernas? ¡¿A ÉL?! Quizá porque en algún rincón de su ser aún tenía la esperanza de no tener que matar a nadie más. De ser un chico normal. De no sentirse en peligro ni tener miedo a que alguien pudiese dispararle, o peor aún, disparar a alguien a quien él quería. Porque por primera vez en años había vuelto a querer a alguien tanto que le daba miedo perderla. Porque ante todo era humano, y sabía lo doloroso y lo atroz que podía ser arrebatar una vida. Y aun así, tenía que hacer eso, se repetía una y otra vez. Tenía que entrar en la habitación y proteger a los suyos. Eso no sólo era por Verónica, también era por Cat, por Jota, e incluso por Marco y Alex.

Haciéndose el distraído, el chico tragó con fuerza cuando vio a dos hombres sentados justo delante de una habitación. David los reconoció incluso sin haberlos visto nunca. Eran hombres de Relf. Hombres que no lo habían reconocido y que estaban ahí para proteger a la persona que él tenía que matar. No había otra opción. Tenía que actuar rápido.

Divisó a dos policías en la entrada custodiando la puerta y a otro en el pasillo de entrada. Había pagado a un niño cincuenta euros para que hiciese sonar la alarma de incendios y el sonido comenzó a llegar a sus oídos al tiempo que dos policías se miraban y se dirigían al pasillo para comprobar qué pasaba. Al tercer policía bastó con saludarlo e indicarle que se acercase a un ángulo donde no lo veía nadie más. Un codazo en el sitio exacto hizo que el policía se cayese al suelo, inconsciente.

Sin darle tiempo a nadie a percatarse de quien era, entró en la habitación con la mascarilla de médico colocada justo en la barbilla, sin taparle del todo la boca para que nadie sospechase que quería camuflar su aspecto. Al entrar en la estancia vio a Relf tumbado en la cama, y a su lado a un hombre con aspecto rudo que lo dedicó una mirada dura pensando que era un nuevo médico.

—Buenos días –saludó David con gesto tranquilo y sus característicos andares seguros.

Nada quedaba ya de esa persona vulnerable que tenía dudas sobre lo que iba a hacer y que debía de autoconvencerse. Para variar volvía a controlarlo todo, hasta el último detalle.

—Buenos días –respondió el acompañante de Relf.

—He de cambiarle una de las dosis –comentó David con aspecto profesional y acercándose al paciente.

CIUDAD DE FUEGO© (3)Where stories live. Discover now