Capítulo 8.2

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La chica dudó y una pequeña parte de ella, la más lastimada por todo lo que su padre había tratado de hacerle a David, se puso a la defensiva.

—Conozco su pasado y sé por qué llegó a hacer lo que hacía. No voy a contarte su pasado, no creo que te merezcas que lo haga, y tampoco creo que vayas a creerlo, así que preferiría hablar de otra cosa.

A Pedro aquella respuesta le produjo una gran pena. Con su comportamiento había logrado que su hija no confiase en él. Antes siempre le contaba absolutamente todo. Hasta la idea más ridícula del mundo la consultaba con su padre.

—Por muy mal que me caiga ese chico, a partir de este momento si me cuentas algo de él, jamás lo usaré en su contra, y jamás se lo diré. No cuando me ha salvado la vida y cuando he visto la paliza que le dieron en aquel lugar. Parecía como... como si estuviese acostumbrado a que le pegasen... a ser fuerte, como si no le hubiesen dado otra opción que esa. A mi Maek me pegó un puñetazo y me entraron ganas de salir corriendo, y él en cambio, aguantó una auténtica paliza sin mediar palabra con nadie y sin moverse.

La escena de la que su padre hablaba tomó forma en la cabeza de la chica e hizo que se le encogiese el corazón. No sabía por todo lo que había pasado su padre hasta que David se lo contó, y tampoco sabía que el chico había sido tan fuerte hasta que no lo había escuchado de la boca de su padre. Incluso cuando pensaba que no podía tener una mejor imagen de él, se las apañaba para que la tuviese. No era ni más ni menos que nadie por soportar una paliza, pero la entereza con la que hacía las cosas conmovía siempre a la chica. Por otro lado, Verónica se sintió orgullosa del efecto que David había conseguido en su padre. En el fondo, la chica sabía que su padre lo admiraba, aunque jamás fuese a reconocerlo.

—Papá, si te cuento algo sobre él, ¿me prometes que jamás le dirás nada ni a él ni a nadie?

Pedro asintió con la cabeza.

—Jamás volveré a traicionar tu confianza otra vez mi pequeña. Y si él te hace ser más feliz, creo que no me queda más remedio que respetarlo, aunque ni por asomo pienses que me gusta para ti ni que voy a dejar que te vayas con él así como así, pero no puedo negar que por mucho que trate de interponerme, lo único que lograré será que me odies aún más, y eso no podría aguantarlo. Además... creo que no es mal muchacho después de todo... pero el mundo del que viene... —dejó la frase a medias al tiempo que hacía una mueca.

Verónica sintió un profundo alivio al escuchar las palabras de su padre. Se alivió tanto que sintió ganas de llorar de alegría por lo que acababa de escuchar, pero también se puso tensa. Lo que Pedro había pasado esa noche con Maek le había hecho reaccionar y pensar que si se moría no quería estar enfadado con las personas que quería.

—Yo no te odio papá... —comenzó con suavidad.

Pedro le dirigió una mirada triste.

—Estoy seguro de que por muy bondadoso que sea tu corazón, en algún momento lo has hecho. Eres una adolescente.

Verónica se quedó callada. Sí que lo había hecho, pero no por David, sino por lo que él mismo le hizo a su madre hacía unos años.

—¿Me prometes por lo que más quieras que no dirás nada a nadie?

Pedro asintió. Sabía que su hija también necesitaba hablar. Soltarlo todo y quedarse tranquila al compartirlo con alguien. ¿Y quién mejor que él?

—Te lo juro por ti y por tus dos hermanos.

Verónica se percató de que su padre había incluido a Ángela en su juramento y eso le hizo no dudar.

—¿Y por mamá?

Pedro asintió con un gesto.

—También por ella.

Verónica ladeó la cabeza y su flequillo se movió con ella.

—Es italiano. Tiene un hermano del que nunca habla y que se llama Martin, y por lo poco que sé ni tan siquiera puede asegurar que siga vivo. No le gusta hablar de él y en el fondo sé que es porque le duele mucho hacerlo porque es una persona muy importante para él aunque no lo vea ni sepa de él. Sus padres se mudaron a Galicia por la profesión de su padre. Era médico. Maek mató a sus padres y a su perrito cuando él sólo tenía seis años. Luego fue de casa de acogida en casa de acogida. Todas las personas que lo acogieron murieron, y fue Maek quien lo hizo, es decir, él los mataba y luego ocultaba las pruebas. Una de sus familias, iba a darle una hermanita, Paulina... —Verónica se ahorró decirle que el primer nombre del bebé era el suyo—... y mataron a ese bebé cuando quedaba poco para que naciese. Sus padres, que habían cuidado con amor de David también murieron. Luego se vio en la calle y obligado a servir a Maek, y a hacer cosas horribles ya que si no le pegarían y le matarían a él. Lleva aguantando castigos desde muy pequeño. Su vida ha sido muy dura papá, y ahora está tratando de enmendar todos sus errores y creo que ya sabes que está tratando de salir de la mafia. Lo único que necesita es apoyo, y creo que agradecería que le dejases de poner tantas trabas a lo nuestro.

Salir de la mafia. ¿Se podía hacer realmente eso? ¿Se podía salir? Tragando saliva Verónica pensó que había demasiadas posibilidades de que no lo consiguiesen, pero tan sólo por ese pequeño margen probabilístico de que sí, quizá ese uno por ciento, merecía la pena intentarlo. Pedro se quedó en silencio asimilando todo lo que Verónica le había dicho, pero no pudo evitar repetir dos palabras.

—Lo nuestro.

Su padre repitió esas palabras como si le costase creer que su hija fuese capaz de decirlas y de hacer que significasen algo.

—Sí papá... no te quedes solo con eso de todo lo que te he contado.

—No me quedo solo con eso, simplemente a mi también me cuesta aceptar que te estás convirtiendo en una mujer independiente y que puedas darle sentido a esas dos palabras.

Verónica reprochó aquello en voz baja y chasqueó la lengua, algo molesta aunque entendiendo a su padre.

—Respecto a David... —prosiguió Pedro—. Su vida es más dura de lo que me había imaginado. Debió de ser horrible perder a sus padres tan joven y enfrentarse a todas esas muertes siendo tan pequeño. Y después estar desprotegido del mundo y sólo con Maek... Creo que necesito un poco de tiempo para procesar todo lo que me has dicho.

Ambos se quedaron en silencio mientras el coche seguía avanzado. Pedro no podía parar de darle vueltas a todo lo que le había contado su hija. Para él David no había sido más que un crío. Una especie de chico malo que quería hacer daño a su hija y alejarla de él para quizás prostituirla. Y ahora que conocía toda la versión, se estaba dando cuenta de lo equivocado que estaba. Verónica le sonrió, ajena a sus pensamientos.

—¿Vas a darle una oportunidad como yerno?

Pedro quiso negarse en rotundo a eso. Nadie sería lo suficientemente bueno para su hija a sus ojos. Iba a decir que no cuando vio la mirada de Verónica. Era una mirada de súplica. Verónica necesitaba realmente su aprobación o al menos que lo intentase. Pedro tragó saliva y se le quedó mirando reduciendo la velocidad del coche mientras lo hacía. Aún le quedaba un poco para llegar a casa, pero no podía dejar de mirar a Verónica. Sus ojos. La expresión que había en ellos. Los ojos de su niña. El corazón se le encogió al ver la imperante necesidad que había en ellos. Pedro resopló volviendo a mirar la carretera. ¿Cuántas cosas se hacían por amor? Sin darse cuenta de cómo paso, se encontró a si mismo haciendo de tripas corazón y asintiendo.

—Lo intentaré. —dijo tan sólo, y nada más hablar se arrepintió de haberlo hecho.

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