Capítulo 57.1

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Pedro contuvo el aliento al ver el ceño fruncido de Verónica. Tenía la mejilla roja por la cachetada, y los ojos del mismo color por el llanto, pero su gesto era muy serio.

—¡Claro que tenemos que hablar! ¡Tienes qué decirme en qué diablos pensabas para entrar en ese lugar!

David le dedicó una mirada condescendiente. Él se sentía igual en cierto modo.

—No. Nadie nos buscará hasta que el señor Robert se dé cuenta de que nos hemos llevado a las chicas. Así que tenemos como mínimo aún una hora.

—¿El señor Robert?

Pedro estaba desquiciado porque su hija conociese el nombre de un alto cargo en aquel mundo oscuro. De hecho, la ira dio tal paso al miedo que arrasó con todo. Al ver el cambio en sus ojos David se preparó por si acaso Pedro volvía a perder los nervios y trataba de volver a darle una cachetada. Sin embargo, el hombre se quedó muy quieto. Aquello no podía estar pasándole a él, y mucho menos a su hija.

—Mamá, será mejor que te vayas —dijo Verónica posando sus ojos en su madre.

Su padre no lo entendió, y se acercó a su madre, reaccionando al fin. Violeta había tratado de hablar en más de una ocasión, pero estaba tan perdida que no sabía ni qué decir. Si hubiese sabido lo que Verónica había hecho seguramente habría puesto ya el grito en el cielo.

—Sea lo que sea lo que quieras decirme, puedes hacerlo delante de tu madre, pero creo que hay otro tema del que tenemos que hablar antes de lo que sea que quieras decirme —repitió con dureza—. Aún estoy aturdido pero eso no quita que no sea consciente de que nos has puesto en peligro a todos.

Verónica resopló.

—Ya estábamos en peligro mucho antes. No sé si recuerdas que quisieron matarte en nuestra propia casa.

Pedro volvía a estar fuera de si, pero aún así se contuvo y fulminó a Verónica con la mirada.

—Suelta de una vez lo que quieras decir.

David admiró aquel gesto, sobre todo si lo que Verónica iba a echarle en cara era verdad. El chico agarró la mano de la chica ante la atónita mirada de sus padres. David ni tan siquiera se encogió de hombros, indiferente. Nadie iba a hacerle sentir que el coger la mano de su compañera de vida no era correcto. Cogería su mano cada vez que él desease mientras ella se la ofreciese. Todo lo demás, sobraba.

—¿De qué demonios estáis hablando? —preguntó Violeta sin poder apartar aterrada la vista de esas dos manos jóvenes y entrelazadas.

—¿Estás seguro? —inquirió Verónica ignorando a su madre.

David se dio cuenta de que a la chica le temblaba la voz mientras ignoraba la mirada asesina que Violeta tenía puesta sobre él. Esa mujer estaba llegando al límite de su autocontrol. Con una media sonrisa por ese pensamiento, vio como el padre de Verónica asentía, nervioso porque sabía que no estaban a salvo en aquel lugar.

—Totalmente —dijo.

David se acercó al oído de Verónica y ella se estremeció.

—No lo sueltes como sueles hacerlo. Ve despacio, mi amore —le pidió en un susurro, a lo que ella asintió y sus padres vieron como ambos se miraron.

—Ayer por tarde te cogí el móvil para llamar a Jorge.

Pedro dio un respingo en el sofá.

—¡Jorge! ¡¿Él sabía que ibas a entrar en ese lugar?!

—No, no lo sabía —interrumpió Verónica de la misma forma apresurada en la que lo había hecho Pedro.

—¿Dónde? ¿Qué ha hecho? —instó Violeta cada vez más atacada por los nervios.

CIUDAD DE FUEGO© (3)Where stories live. Discover now