Capítulo 55

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David colocó la mano sobre la de Verónica, que aún reposaba en su pecho, y también se centró en escuchar su corazón. Tras eso, ambos volvieron a mirarse y a besarse. El chico pegó su cuerpo al de Verónica al tiempo que comenzaba a recorrerla con las manos, en esa ocasión, con suaves y tiernas caricias. Ella hizo lo mismo con el cuerpo de él, sintiendo como su corazón latía desbocado y como la respiración de David se aceleraba en su oreja. Las manos del joven la recorrían tan lentamente que no pudo evitar estremecerse. Ambos comenzaron a intercambiar besos y Verónica pasó la mano por el hombro de David, acariciando sus músculos que se tensaron al moverse. El móvil de David comenzó a vibrar justo cuando el chico le besaba el cuello y al unísono soltaron un quejido.

—No lo cojas —pidió ella, algo desesperanzada porque su momento juntos acabase inminentemente.

Un poco más de calma, por favor. Unos minutos más con él, eso era todo lo que quería. Vaya, ¿a quién quería engañar? Incluso una vida le parecería poca para compartirla con aquel joven. David le dedicó una media sonrisa y volvió a besarla. Aquello de que él no cogiese el móvil era imposible y mucho más en un momento como aquel.

—Déjame mirar quien es.

El saber que podría ser Erick que había averiguado algo lo puso en guardia. Verónica asintió. En el fondo entendía que él no podía dejar de lado el teléfono si recibía una llamada. La vida de muchas personas dependía de él y de lo que había hecho. David echó la cabeza hacia atrás, dubitativo, y acto seguido miró a Verónica mordiéndose el labio sensualmente, pero con gesto preocupado. La chica supo de quien se trataba incluso antes de que David abriese los labios.

—¿Todo bien? –respondió el chico.

—Dime que está contigo, Cobra.

Pedro lo había llamado con el número que él metió en su chaqueta sin que el adulto se diese cuenta por si acaso Verónica planeaba escapar de su casa para entrar en ese lugar. David miró de reojo a la chica y apretó los dientes al recordar lo que había hecho a pesar de que tanto él como su padre lo habían tratado de impedir.

—Te he hecho una pregunta –prosiguió el joven.

—Yo a ti también.

Verónica era capaz de ver como las chispas saltaban. Un silencio se sobrepuso entre ambos a la par que ella contenía el aliento. Era su padre, sin lugar a dudas, y David no había querido decírselo hasta que no se asegurase de que estaba bien. Ese era el amor de su vida. Podría haberle provocado un infarto diciéndole que era su padre incluso antes de coger el teléfono, y aún así, tan sólo asintió hacia ella y se lo susurró cuando se aseguró de que estaba bien. No podía estar dispuesto a pelear con el chico si no estuviese bien, además, su voz sonaba enfadada, no dolida.

—¿Qué hace mi hija contigo a las cinco de la mañana? –se sulfuró Pedro.

David ladeó los labios.

—La pregunta más bien sería qué haces tú llamándome a CASI las cinco de la mañana.

Ambos volvieron a callarse. Pedro estaba enfadadísimo.

—No me has respondido muchacho, ¿está ahí contigo?

David cerró los ojos.

—Esto no es seguro, vamos para allí, y será mejor que empecéis a recoger vuestras cosas.

La boca de Pedro se abrió al otro lado de la línea, pero no le dio tiempo a decir nada más. El joven colgó y tanto Verónica como él vieron que el momento había llegado.

—Tu padre está bien, no te preocupes, pero la tregua que hemos tenido se ha acabado ojos azules. Ahora las cosas van a ponerse muy feas. En Maison la Noir no suele haber cámaras en la entrada ni en ninguna otra parte que no sea alguna que otra habitación por el tema de la privacidad de los clientes, pero aún así cualquiera puede reconoceros, así que en el momento en el que las chicas no vuelvan van a ir a por vosotros y van a encontraros.

CIUDAD DE FUEGO© (3)Where stories live. Discover now