Capitulo XXIV: Maestro y discípula

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El disco naranja del sol se hundía en el océano. Las nubes del cielo reflejaban el rosa y el amarillo crepuscular.

Hatsú, sentada en la arena blanca se abrigó más en un intento de protegerse del frío que traía consigo la brisa marina. Miraba el paisaje deseando poder sumergirse en la quietud que transmitía el atardecer, pero su alma no estaba en paz y empezaba a creer que nunca lo estaría.

La brisa fría sopló y le revolvió el cabello. La muchacha dio un respingo cuando percibió la presencia de una persona detrás de ella, estaba tan sumergida en sus emociones que no notó que alguien se acercaba.

Karan se sentó a su lado. Ella volteo y contempló el hermoso perfil del rubio, tenía barba de varios días, sus ojos azules miraban al frente, los labios, algo gruesos, estaban entreabiertos, húmedos, rojizos.

Hatsú se ruborizó intensamente y desvió la mirada. Agachó la cabeza para que él no notará el color en sus mejillas. No esperaba su visita, titubeando dijo:

—E, ella no está. Se, se fue con el vampiro hace algunos días.

—No vine a verla a ella —le respondió sin apartar los ojos del mar.

Hatsú se sorprendió y le dirigió una rápida mirada. ¿También quería pedirle algo?

Karan volteo y la observó con una cálida sonrisa.

—¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes aquí?

«Horrible» pensó ella. ¿Cómo podía sentirse teniendo que ver todos los días al doctor que no desperdiciaba ninguna ocasión para pedirle perdón, que buscaba mil maneras para acercársele?

Cada vez que lo veía su corazón temblaba envuelto tanto en odio como en dolor. Fue una gran decepción para ella aceptar que lo extrañaba, que a pesar de todo lo que le hizo vivir, no podía aborrecerlo como quería. Deseaba odiarlo por completo, pero en esa casa llena de hermosos recuerdos que creó junto a él se le hacía imposible.

La chica tragó y asintió.

—Estoy bien —le contestó en un hilo de voz.

—Y los Belrose, ¿cómo tomaron la verdad sobre ti?

—Son buenas personas, me tratan con cariño.

Karan asintió y luego dirigiendo de nuevo la vista al mar suspiró. Quería hablarle del doctor, podía notar que tanto Branson como ella sufrían, pero si lo mencionaba corría el riesgo de hundirse en un terreno pantanoso. Hatsú tenía altas murallas defensivas que no lograba derribar.

—¿Y el doctor también lo hace?

La muchacha se congeló por un momento, luego negó con vehemencia y dejó salir una lágrima.

—¡Perdóname, no debí mencionarle! —dijo arrepentido, mirando la profunda melancolía en sus ojos.

Karan tomó su mano y le besó el dorso. No debió tocarle ese doloroso tema, por mucho que quisiera que superara la situación con su padre ella aún no estaba lista para perdonarlo y tal vez nunca lo hiciera.

—¿Has entrenado? —le preguntó apretando su mano, en un intento de aligerar su tristeza y desviar el tema.

Hatsú lo miró con los ojos cristalizados por las lágrimas contenidas. Una pequeña sonrisa apareció en sus labios y un tenue rubor en sus mejillas, algo dentro del pecho de Karan se estremeció. El muchacho parpadeó varias veces en un intento de alejar la extraña sensación de su corazón que comenzó a latir más rápido.

—No he dejado de hacerlo ni un solo día —dijo la jovencita un poco más relajada—. Amaya dice que soy sorprendente —dudó antes de continuar, sus mejillas se colorearon aún mas— ...que tú también lo piensas.

La noche oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora