Capitulo XXXVII: La aceptación del amor

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"Toc, toc"

Tocaron suavemente la puerta de su habitación.

Amaya salió del baño descalza, envuelta en una toalla blanca, con el cabello escurriendo agua y mojando el piso por donde caminaba. Abrió creyendo que era Carmín para anunciar la cena, pero se sorprendió al ver a Ryu en el umbral. Se veía muy atractivo con el largo cabello negro sujeto en una media cola, cazadora de cuero marrón claro, camisa a cuadros y vaqueros ajustados. De inmediato se ruborizó cuando él la miró de arriba abajo sin ocultar un brillo de satisfacción en los ojos violeta.

—Llegué en buen momento, puedo secar tu espalda, si quieres —dijo él, juguetón, entrando en la habitación.

Amaya tragó con dificultad tratando de no mirar los ojos traviesos del vampiro.

—¿Qué quieres? —preguntó en un hilo de voz apenas audible. Ryu ladeó la cabeza

—¿Lo que quiero?, se me ocurren varias cosas.

Dio un paso más acercándose a ella. La ex cazadora retrocedió dos, alarmada, sujetándose la toalla con fuerza.

—Ryu, por favor —le suplicó con angustia en sus ojos.

El suspiró y cambió su actitud provocadora.

— ¿Te gustaría acompañarme a comer?

—Siempre te acompaño, ¿no? — contestó ella más relajada al notar el cambio en el vampiro.

Él sonrió viendo el mohín de irritación de la muchacha.

—Comer afuera, mi hermosa flor.

— ¿Comer o cazar?

—¡Siempre tan mordaz! Para información de la señorita, los vampiros comemos como ya habrás notado, obviamente no es nuestro plato favorito y tampoco necesitamos la comida para sobrevivir. Es más bien un hábito que algunos mantenemos, en mi caso para no sentirme tan inhumano. ¿Me acompañarás? Iríamos a un discreto café en Magnolia, hacia el norte, que me gusta bastante. La música es agradable .—Ryu no esperó a que ella aceptara para continuar—. Te esperaré mientras te arreglas, a menos que quieras que te ayude —dijo él, nuevamente con sonrisa pícara.

— Gracias, puedo sola —dijo ella, empujándolo fuera de la habitación.

Cuando el vampiro hubo salido, ella se apoyó en la puerta cerrada sintiendo los rápidos latidos de su corazón. No quería volver a intimar con Ryu, pero se le estaba haciendo difícil.

Su mente era una sopa. Se sentía cansada, el insomnio había regresado y cuando lograba dormir, en sueños repetía la muerte de Tiago: sus ojos que se apagaban mientras la miraban, Gisli hundiéndose en el pecho de Adriana... y Ryu.

Los ojos de Ryu, la sonrisa de Ryu, la voz de Ryu, el deseo avasallador. La culpa, siempre la culpa.

Suspiró acercándose al vestidor y abrió el closet que los sirvientes llenaron para ella. No hallaba que ponerse, era la primera vez que le sucedía algo así, porque jamás tuvo tantas prendas para elegir. En La Orden solo contaba con su uniforme negro, el de entrenar y unos dos o tres cambios de ropa.

Se miró al espejo y se sintió ridícula escogiendo piezas que la hicieran lucir atractiva ¿Dónde estaba la chica que odiaba su belleza? Cerró los ojos, tragó grueso, lo entendió: Quería que él la encontrará hermosa y sintió asco de sí misma.

Media hora después, Amaya entraba al salón donde la aguardaba Ryu. Iba enteramente de negro, con ropa desaliñada y el cabello cobrizo suelto, cayendo en ondas descuidadas por la espalda. No tenía maquillaje y sus ojeras resaltaban en la piel blanca. Parecía un fantasma.

La noche oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora