CAPITULO VIII: De regreso en La Orden

1.8K 183 96
                                    

La Orden se vislumbraba en el horizonte nocturno, imponente y silenciosa.

Los jóvenes descendieron del auto ayudando a Adriana a avanzar. Con paso lento se dirigieron hacia los sótanos, donde se encontraban los laboratorios y el área médica. A medida que descendían las instalaciones iban cambiando, pasando del concreto desnudo del que estaban hechas las paredes de los pisos superiores a las blancas y asépticas del componente médico y de investigación de la organización.

Karan se adelantó para colocar su llave magnética en la puerta de vidrio y poder entrar a la sala de curas.

Todo estaba en silencio a aquella hora de la madrugada y afortunadamente para los jóvenes, ningún cazador se encontraba recluido en la sala de observación que estaba junto a la de curas.

Al verlos entrar casi arrastrando a Adriana, Celmira, la enfermera regordeta y diligente, les ayudó a trasladar a la muchacha herida a una camilla. Con ojos de espanto les preguntó:

—¿Pero que les ocurrió? No sabía de ninguna misión el día de hoy. De haberlo sabido habría preparado todo para atender a los que resultaran heridos —dijo la enfermera mientras rebuscaba entre los estantes—. Creo que tengo una bandeja con instrumentos quirúrgicos esterilizada por acá.

Al escuchar las palabras de la enfermera, Amaya se volvió sorprendida a mirar a Karan. Ella creyó que era una misión de rescate, pero al parecer sus amigos actuaron a espaldas del concejo.

Karan maldijo por lo bajo las palabras de la enfermera. Al sentir la mirada de Amaya buscando la suya, la rehuyó. No quería tener que decirle que el concejo había decidido abandonarla a su suerte.

El Doctor Fabricio, un hombre joven de mirada serena, era el médico de guardia esa noche. Cuando notó la presencia de los jóvenes en la sala de cura se acercó a ellos, diligente comenzó a examinar a Adriana, quien aguardaba pálida y con rostro adolorido en la camilla. El médico quitó el chal de su vestido el cual la joven había usado para hacer presión en la herida y ahora estaba empapado en sangre.

Amaya vio que esta, afortunadamente ya no sangraba. Sin embargo, era una herida larga y ojalá no fuera también profunda. Porque si la lesión de Adriana era grave, de seguro Karan tendría que enfrentar una sanción mayor ante el concejo, mucho peor de la que ya tendría por desobedecerlos, si como ella sospechaba, había actuado a sus espaldas.

El doctor Fabricio se volvió ante los jóvenes y les pidió que se retiraran para poder hacer su trabajo, mientras Celmira le ayudaba a colocarse los guantes estériles.

Amaya y Karan salieron del área de curas y ya afuera, la cazadora decidió enfrentar a su compañero.

—¿El general no lo sabe?

Karan negó, luego dijo:

— No podía dejarte Amaya, dentro de mí sabía que seguías con vida, tenía que intentar rescatarte. Tú habrías hecho lo mismo por mí.

Amaya lo miró consternada, pero con gratitud. Él siempre arriesgándose por ella sin importarle su propio bienestar y ahora de seguro recibiría una severa sanción por su desobediencia. Como le habría gustado corresponderle con la misma clase de afecto que él sentía hacia ella.

Karan se acercó más y con una dulce mirada tocó su mejilla.

—No habría soportado perderte. Esos vampiros... ¿Te hicieron daño?

Estremeciéndose, Amaya recordó lo vivido en sus días de cautiverio y lo único que venía a su mente era la extraña sensación que el príncipe desataba en ella cuando estaba cerca. Dio gracias de que Adriana no estuviera allí y no pudiera leer sus confusos pensamientos.

La noche oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora