CAPITULO XI: Descontrol

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Ya no podía seguir evadiéndolo más, tenía que dar la cara. Aun así, esperó casi a la hora del cierre del comedor, cuando ya casi no había nadie en él para bajar a almorzar.

Seguía sin querer ver a nadie, o más bien no quería ser vista por sus compañeros. El dejarse atrapar por vampiros le pesaba como una condena, era un golpe para su orgullo de cazadora, habría sido preferible morir. La muerte en combate era honorable, el haber sido capturada, debilidad y deshonra. Cuando sus camaradas la vieran se expondría al desprecio de ellos.

Exhaló todo el aire de sus pulmones antes de entrar al recinto. Para su desgracia, a pesar de que ya era muy tarde, el comedor estaba lleno hasta casi la mitad.

Inmediatamente al entrar, los ojos de sus compañeros se volvieron hacia ella. Algunos la miraron con curiosidad, otros con indulgencia, pero la mayoría lo hizo con desprecio y sorna, tal como lo imaginó. Una de ellas era Adriana.

Extrañamente, la muchacha se mostraba altiva en su presencia. En las ocasiones en que se cruzaron desde su regreso, Adriana la miraba siempre con una media sonrisa despectiva. Si era cierto que no eran amigas, el trato entre las dos nunca fue así. Antes siempre fueron cordiales al encontrarse, por eso resentía que ahora la mirara de esa forma burlona.

Tiago en cambio, era indulgente y amable con ella. Él sabía que la chica la estaba pasando mal tanto por lo que sufrió con los vampiros como porque estaba convencida de que todos la despreciaban en La Orden.

—Parece que el hecho de haber sobrevivido es una traición, quizás si hubiese muerto estarían satisfechos —dijo la muchacha con amargura.

Amaya se sentó junto a Tiago y colocó sobre la mesa un plato con una pequeña porción de ensalada que era lo único que toleraba su estómago desde que regresó.

—No es así, Amaya. Estoy seguro que nadie desea que hubieses muerto —Tiago sonrió en un fútil intento de animarla—. Yo estoy feliz de que estés aquí.

Amaya esbozó una sonrisa triste y miró sus ojos de miel con afecto.

—Gracias, pero sé que hablan a mis espaldas.

—¿Solo eso comerás? —preguntó señalando la escuálida porción de su amiga.

—No tengo hambre.

—Casi nunca tienes hambre. Dime, ¿por qué te afecta tanto?, nunca te ha importado lo que otros piensen de ti y ahora de pronto, te altera que los demás hablen.

Era cierto. Ella no tenía muchos amigos y nunca le dio importancia a lo que los demás dijeran de ella, pero ahora era diferente. Se recriminaba y se despreciaba. Claro que ese desprecio tenía su origen en la confusión de sus sentimientos por el príncipe. No era capaz de sacarlo de su mente como quería y eso la llevaba a odiarse a sí misma, pero nada podía decirle a su amigo.

— No lo sé Tiago, quizás no debí sobrevivir. ¿Por qué no me mató?

—Tal vez nunca lo sabremos. No te atormentes más, seguro dentro de poco lo olvidarán.

—Eso espero, aunque míralos, todos me ven con burla.

Tiago iba a responder y negar el comentario, cuando una risa hiriente se escuchó claramente a pesar de estar una mesa más allá de donde se sentaban los dos amigos.

—Ja,ja,ja. ¿Pero miren quien se dignó a aparecer? Supongo que ya habrá terminado su rutina de belleza, porque solo para eso sirve, para coquetear. Esa es su más grande habilidad.

Amaya, no podía creer lo que escuchaba.

Tiago se volteó a mirarla y encontró sus ojos encendidos en ira. Antes de poder hacer algo, la cazadora ya se había levantado y se dirigía a la mesa de Adriana.

La noche oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora