Capitulo XX: Esclavitud

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***Advertencia: Este capitulo contiene escenas de violencia física y sexual que pueden herir a personas sensible. 


De nuevo, sus manos blancas de lirio que ahora lucían manchadas de mugre subieron hasta el cuello y tiraron del frío metal de su esclavitud.

Lía, recostada en el rincón de la habitación, suspiró y encogió las piernas llevando las rodillas hasta su pecho.

Llevaba días allí y la sed comenzaba a ser intolerable, pasó la lengua seca y rasposa sobre sus labios cuarteados. En otras circunstancias no estaría así. Centurias atrás juró que nunca más sería pisoteada, que nunca más se aprovecharían de ella, pero el mundo da muchas vueltas, demasiadas en el largo período de vida de un vampiro y ahora, después de tanto tiempo, era de nuevo una víctima.

No quería culpar a Ryu después de todo ella también creyó que era posible un nuevo mundo, sucumbió contagiada de su ingenuidad, aunque en el fondo siempre supo que todo eso de evitar la guerra era una mala idea.

¡Ryu!

¡Cómo culparlo si tal vez estaba muerto!

Un par de lágrimas se deslizaron dejando un camino blanco en las sucias mejillas.

Un aroma conocido se coló en sus fosas nasales, el mismo aroma que una vez amó y que ahora detestaba, el perfume de su captor.

Los pasos resonaron afuera haciendo eco en el piso de madera. La puerta de la pequeña habitación donde estaba se abrió y Dorian apareció en el umbral.

Se veía guapo con su mata de cabello castaña cayéndole sobre la frente, pulcramente afeitado y con los ojos miel posándose en ella, con afecto.

Evocó otra época no tan remota cuando atrapada en las olas del deseo y la pasión huyó con él a esa cabaña para vivir allí su historia de amor prohibido cuando él era cazador, justamente antes de que él accediera a pasar la eternidad a su lado.

En esa habitación vivieron noches de ardiente pasión entregados el uno al otro, olvidándose de las diferencias entre ellos, concentrados solo en lo que sentían.

Al verlo frente a ella mirándola con tanta devoción casi podría jurar que continuaba queriéndola. Pero el seductor aroma que antaño la hacía perder la cabeza, ahora solo provocaba que las náuseas la invadieran.

Jamás creyó que Dorian podía traicionarles. Que pudiera entregarlos a Vlad y Zahyr. Urdió junto con ellos el plan rastrero y pérfido que la llevó a donde se encontraba ahora. Organizó el ataque a la Fortaleza y robó el collar de reprogramación sináptica con el que La Orden controlaba a los supravampiros. Se lo entregó a ellos que, de alguna forma lo modificaron y adaptaron a los vampiros.

Con amargura pensó que ella era igual a Ryu, después de todo, fue tan ingenua como él al confiar en su marido.

Lía mantuvo sus ojos violetas en él solo un instante fugaz, después dirigió la mirada al piso de madera. Esa habitación le recordaba a las películas donde la protagonista acaba torturada por un obsesivo amante.

Dorian se sentó frente a ella en la cama de sábanas blancas y la miró. Vestida de rojo, aunque con el traje roto, destacaba en la habitación como algo hermoso e irreal. Su cabello, larguísimo y negro tinta, se derramaba hasta el piso y contrastaba con su atuendo encarnado en el rústico entorno.

Él podría permanecer horas allí, tan solo mirándola, ahogándose de amor por ella, pero eso no era lo que quería.

Ahora que la tenía por fin la doblegaría. Sería del todo suya para amarlo como él la amaba, no importaba si se destruían en el proceso.

La noche oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora