CAPITULO IV: Otra realidad II/II

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Al día siguiente, la cazadora pensaba en lo que Ryu le dijera: vampiros, cazadores, y gobiernos del mundo parecían tener una guerra política hasta ahora desconocida para ella. Todo era más complicado de lo que siempre pensó. Había mucho más que matar vampiros, parecía que el odioso ser tenía razón y era muy ingenua. Sin embargo, en ese momento solo existía para ella una constante: tenía que escapar.

A esa hora sus anfitriones sobrenaturales dormían, así que contaba con tiempo para buscar la manera de salir de allí. Tendría que intentar con la servidumbre y rezar para que su lealtad no fuera inquebrantable. Se acercó a la cocina donde Carmín y una señora de edad madura se ocupaban de los alimentos. Les habló con algo de fingida timidez:

—Hola, Buenos días.

Las mujeres se volvieron, sorprendidas de verla allí. Presurosa, Carmín acudió a ver qué se le ofrecía.

—Eh, pues quisiera algo de jugo —pidió para mantenerse con ellas.

Carmín le ofreció jugo de naranja y se quedó expectante frente a ella. Amaya se sentó demostrándoles que no tenía la intención de irse rápido.

—¿Y cómo es vivir aquí... con ellos?

Carmín la miró extrañada:

—Pues... el señor es amable con nosotros... nos cuida mucho y a nuestras familias —expplicó la muchacha de manera queda, pero segura—. Aunque a veces... es bastante severo.

—Sí —intervino la otra cocinera—, aunque usted no lo crea, el príncipe es mucho mejor jefe que muchos humanos.

Amaya la miró extrañada. Al parecer esas mujeres le eran más fieles de lo que imaginó.

—Pues no lo creo. Solo es un chupasangre que se alimenta de inocentes y se divierte manteniéndome encerrada aquí, al igual que a ustedes.

—Se equivoca, señorita —Ahora fue Carmín quien habló—, nosotras estamos aquí porque queremos. El príncipe salvó a mi madre de morir de cáncer. Cuando se es pobre, la salud no es un privilegio del que se goce y el señor pagó todo el tratamiento de mi madre. Mis hermanos estudian en la universidad gracias a él. Cuando se gradúen trabajaran en las empresas del señor Ryu.

Amaya no esperaba esa historia. ¿Había bondad en esa bestia infernal? No, solo era un engaño para mantener la fidelidad de esos pobres sirvientes. Ella no se dejaría engañar por falsa caridad. Decidió continuar con su tarea de convencer a las mujeres de ayudarla a escapar. Fingiría ser una víctima indefensa, apelaría a su piedad y clemencia. Dejó escapar las lágrimas por sus mejillas y las miró lastimeramente.

—¡A pesar de lo que dices, yo tengo miedo! ¡Se que tarde o temprano, él va a matarme! —dijo entre fingidos sollozos— ¡Ayúdenme, no quiero morir! Se que ese será mi destino si permanezco aquí, él me matará.

Carmín se apartó de ella como si tuviera una enfermedad contagiosa.

—Señorita por favor, no pida eso. Usted es una guerrera, lo sé. Sabe defenderse, yo en cambio no soy nadie. No puedo ayudarla. ¿Cómo podríamos alguna de nosotras hacerlo? —Ambas mujeres salieron de la cocina dejándola allí, totalmente frustrada.

Amaya suspiró ante su plan fallido. Salió de la cocina desanimada. Empezaba a creer que no escaparía de allí nunca y que no tenía sentido el haberse convencido de seguir luchando.

Su estado de ánimo iba de la desesperanza y la ansiedad a la determinación y la valentía. Pero por más que trataba de no dejarse dominar por el desasosiego, era difícil no sentirse derrotada y temerosa.

La noche oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora