Capitulo XXIII: Alianza (II/II)

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Karan llegó al caer la noche a La Fortaleza, no tuvo más que pararse frente a las cámaras de seguridad para que el portón fortificado se abriera. Cruzó con su motocicleta los amplios terrenos exteriores, atiborrados de vampiros que lo miraban, algunos con curiosidad y otros con marcada animadversión.

Para él era extraño estar ahí y más todavía porque lo hacía en plan de colaboración. Vampiros y cazadores trabajando juntos, ¿quién lo diría? Si el general Fabio lo supiera ¿qué pensaría? Tal vez jamás lo sabría, su corazón le decía que ese hombre ya no existía. Ante esa idea la pena cruzó sus ojos azules, le fue inevitable recordar además a Phill, asesinado por vampiros y allí estaba él, dispuesto a colaborar con ellos.

«¡Cuántas vueltas da la vida!» pensó Karan. Si hace algunos meses alguien le hubiese dicho que trabajaría codo a codo con el príncipe de los vampiros para restablecer la paz, habría pensado que ese alguien estaba loco. Pero el mundo es así, nadie sabe que le depara el destino.

Dejó la motocicleta en el área destinada para ello: un enorme estacionamiento lleno de potentes y modernos vehículos y accedió a los ascensores.

Sus manos sudaban un poco. En el pulido espejo de la pared del ascensor vio el reflejo de un joven rubio de ojos azules, ojeroso y con barba de varios días, pero a pesar de su aspecto cansado y desaliñado su mirada era resuelta.

Al llegar al último piso, la puerta de acero se abrió en un gran y refinado salón de suelo de mármol blanco pulido, adornado con algunas hermosas esculturas de ninfas de alabastro. Ya había estado allí antes cuando fue a rescatar a Amaya, sin embargo, en ese momento el salón estaba lleno de personas, música y luces LED, además de que su estado de ánimo no le permitió apreciar en detalle el ambiente. Esta vez sí notó la elegante decoración y los lujosos muebles de madera y piel.

Permaneció de pie en el salón, con su alta y atlética figura, ataviada en el oscuro y ajustado uniforme de cazador, reflejada en la blancura del mármol a sus pies.

Amaya, vestida con ropa informal: camiseta holgada y joggers gris, salió por una puerta de madera y acero del extremo este del amplio salón. Su cabello, casi al rape le daba una apariencia peculiar. Le dedicó una amplia sonrisa, mientras caminaba hacia él. Lucía cómoda y muy a su pesar, feliz. Al verla, Karan experimentó sentimientos ambiguos, el dolor se mezcló con la satisfacción de encontrarla tranquila y... dichosa.

—Finalmente has llegado. ¡Ven, te estábamos esperando!

Karan se inclinó un poco para recibir su abrazo y por un momento lo cautivó su aroma. Cuando se separaron tuvo que ajustar la expresión de su cara para que ella no notara lo turbado que estaba su espíritu.

La siguió cruzando el salón hasta la puerta de la que ella había salido. Del otro lado de la moderna estructura de madera y acero había otro salón de proporciones más pequeñas. Un gran librero ocupaba la totalidad de una de las paredes. En la otra pared había un monitor empotrado en ella. Sobre el gran escritorio de madera se hallaban desplegados varios papeles y una computadora portátil. Ryu se encontraba de pie entre la mesa y un amplio ventanal cuyas cortinas abiertas dejaban ver la imagen de la ciudad iluminada a lo lejos.

En uno de los sofás de piel, estaban sentadas dos vampiresas. Karan reconoció a una de ellas como la hermana de su anfitrión, la otra, que lucía asustada, no tenía ni idea de quien era. Había otros dos vampiros más allí cuya identidad también le era desconocida.

Al entrar, Ryu despegó la mirada del escritorio y la dirigió a él. Sus ojos brillaron y luego le sonrió mostrando todos sus dientes. Su actitud confiada y engreída hizo que Karan achicara los ojos al verlo. El odio brotaba de su estómago y ascendía con un sabor amargo hasta su garganta. Sin embargo, estaba consciente que debía refrenarse, no estaba allí para librar batallas personales, ya habría tiempo para eso después.

La noche oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora