Capitulo XXVI: El cazador vampiro

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Amaya abrió los ojos, lo primero que sintió fue el brazo fuerte de Ryu que cruzaba su pecho. Se giró quedando frente a él quien dormía a su lado, boca abajo y admiró la pasividad de su rostro dormido, el largo cabello negro ocultando parcialmente las facciones atractivas. Su cuerpo sin cubrir por la sábana mostraba la piel pálida, brillante, que tapizaba los músculos de una espalda poderosa. Con cuidado, quitó los mechones brillantes de la cara para contemplarlo plenamente. Suspiró con tristeza al pensar en lo que había hecho. Depositó un beso ligero en los labios delgados de Ryu y apartando el brazo, se levantó para darse un baño.

Dejó que el agua tibia despertara su cuerpo a la realidad llevándose los restos de sangre seca en sus heridas y trayendo la pena de la pérdida de su amigo y de su honor de cazadora. Con su entrega traicionaba no solo sus ideales, sino también la memoria de su familia. El destino se burlaba de ella: la cazadora que perdió su familia a manos de vampiros, enamorada del príncipe de sus enemigos. Se odio por ello. Lloró amargamente dejando que sus lágrimas se mezclaran con el agua de la ducha.

Cuando salió se miró en el espejo. Era la misma, pero tan distinta que le costaba reconocer a la mujer joven, de veinticuatro años, que le devolvía la mirada con ojos tristes y cansados. Su rostro estaba enrojecido por el llanto. Las contusiones del enfrentamiento de la noche anterior empezaban a desaparecer y solo los cortes más profundos aun eran evidentes y dolían, pero nada de eso importaba en comparación con la angustia y la desesperación que dominaba su interior.

Necesitaba irse, huir lejos de todos y más aún de Ryu.

Miró en el armario del príncipe y se puso una camiseta y un pantalón de chándal que le quedaron enormes. Sobre su cuerpo sintió el olor amaderado con notas cítricas del perfume de Ryu y la añoranza la invadió haciéndola dudar de su decisión de partir.

En el suelo estaba Gisli desenfundada, aún manchada con la sangre de Adriana. En el pasado no habría dudado de hundirla en el pecho del vampiro que ahora yacía indefenso entre las sábanas. ¡Cuánto había cambiado en tan poco tiempo!

Salió de la habitación y recorrió los salones conocidos. En la cocina encontró a Carmín quien se sorprendió al verla.

—Señorita, ¡ha regresado! Esa ropa le queda algo grande. Venga conmigo, por favor.

Carmín la llevó a la que había sido su habitación para que se cambiara de ropa. Escogió un jean cómodo y una camiseta negra del armario, conservando sus botas de agujetas. Luego se dirigió a la cocina donde Carmín la aguardaba con un sándwich de atún y zumo de naranja. Amaya le sonrió agradecida a la mujer que siempre era tan amable con ella.

Afortunadamente Carmín era discreta y no le preguntó nada, la cazadora comió en silencio. Al terminar le agradeció y perdida en reflexiones vagó por la casa hasta que, sin darse cuenta, llegó al hermoso jardín interior que tanto le gustaba.

Había comenzado a anochecer cuando Amaya se sentó en el banco de mimbre y cojines acolchados que antes compartió con Ryu. Los últimos rayos del sol pintaban de violeta el cielo crepuscular e inevitablemente recordó sus ojos y lo que estos le provocaban. El campo de guerra en que se había convertido su interior y donde parecía que no habría ganador, en lucha perenne consigo misma y sus sentimientos.

Ahora definitivamente era una proscrita. Sus compañeros la cazaban y su enemigo le salvaba la vida. Tres veces la salvó, la había protegido, le decía que la amaba.

¿Y si fuera cierto? Si realmente Ryu la quisiera, ¿cambiaría en algo su situación?

¡Lo cambiaría todo!

La noche oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora