Capitulo XXIV: Sangre que mancha las manos

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La rutina de los Belrose era simple.

Por las mañanas se desataba el caos. Lili y Max peleaban a cada instante por cualquier cosa mientras se arreglaban para ir al colegio. La señora Lilian intentaba mantener orden al mismo tiempo que preparaba el desayuno y el señor Marc corría apurado con un termo de café en la mano y una rebanada de pan tostado en la otra, le daba un beso a su mujer antes de salir disparado al hospital, donde trabajaba como enfermero hasta las cuatro de la tarde.

Cuando se iban, una deliciosa calma se apoderaba de la casa. La señora Lilian se sentaba sin prisas a disfrutar su desayuno y ahora que tenía a Hatsú, decía disfrutarlo aún más al tener alguien con quien conversar. Hatsú no hablaba mucho, pero le dedicaba miradas atentas con sus grandes ojos azules y asentía cada vez que la señora comentaba algo y Lilian parecía conforme, bastante conforme de hecho.

Pasada ya una semana desde que llegó a ese hogar, Hatsú no se decidía a irse. Le gustaba el ambiente acogedor de la casa donde todos la habían recibido con calidez, solo Max se mostraba algo receloso, interrogándola sobre su pasado cada vez que tenía oportunidad, por eso ella le rehuía y evitaba estar sola con él. Pero el chico casi no estaba en casa, tenía una vida social bastante activa.

La señora Lilian salía tres veces por semana a hacerse cargo de la panadería que administraba junto con su hermana Catherine. Esos eran los momentos de soledad que Hatsú aprovechaba para continuar explorando sus límites.

El séptimo día, aprovechando la soledad, se fue al jardín que ya se había convertido en su zona de entrenamiento. Se concentró lo mejor que pudo regulando su respiración y después de varias horas de intentar, fue capaz de crear esbozos de remolinos de energía en sus manos tal como hacían los cazadores que manejaban la psicoquinesis, pero se dispersaba antes de que pudiera dirigirlos a puntos específicos.

Estaba entretenida en el jardín trasero viendo que tan grandes podían ser los remolinos de energía que creaba, cuando sintió la puerta de la entrada abrirse y las voces de Lili y Max aproximarse.

Se apresuró a arreglarse el cabello y entró a la casa.

—¡Tris! —la saludó Lili, corriendo hacia ella para abrazarla.

—¿Cómo te fue en el examen? —le preguntó Hatsú con una pequeña sonrisa.

—Bien, estuvo súper fácil.

—Hola —la saludó Max —¿y mi mamá, en la panadería?

—Sí—le contestó ella en voz baja, sin mirarlo a los ojos.

—¡Humm! ¿Qué huele tan bien? —preguntó Lili olfateando el aire.

—El almuerzo. Preparé pollo guisado, espero que les guste.

—Si sabe cómo huele, me gustará —dijo Max haciendo que Hatsú se ruborizara.

Después de almorzar, Lili y Hatsú se encargaron de lavar los platos. Cuando regresaron al salón se encontraron con Max hablando por su teléfono móvil

—Bien, los espero entonces. No tarden.

—¿Quién no va a tardar? —Preguntó Lili con sus brazos en jarra en la cintura.

Max se volteó con la picardía bailando en sus ojos verdes.

—Los muchachos van a venir en un rato, hermanita. Hagamos chocolate caliente ¿Quieres? Afuera hace un frío de los mil demonios. Este invierno va a ser horrible.

—¡Los muchachos! ¿Qué muchachos? Con tal y no venga también la pesada de Estela —dijo Lili haciendo un mohín de disgusto.

—No entiendo por qué no la toleras. Es bellísima.

La noche oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora