CAPITULO VII: El escape

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La música llenaba el ecléctico salón envolviéndolo en una atmósfera trepidante. Cuando Amaya entró pensó que aquella parecía la fiesta de agasajo de un montón de jóvenes herederos, caprichosos y despreocupados. Ese ambiente la hacía sentir fuera de lugar.

Los sirvientes se movían con discreción entre el mar de cuerpos esbeltos y hermosos. Ofrecían exóticos canapés y bebidas de colores brillantes en vasos de fino cristal y por supuesto, también bandejas con copas rellenas de sangre.

Risas alegres y desenfadadas, así como charlas frívolas pululaban por doquier. Amaya sentía los ojos de los presentes clavados en ella, algunos observándola con agrado y otros con hambre. Ignoró la sensación de sentirse parte de los aperitivos de la fiesta y se concentró en hallar una oportunidad para escapar. Sus ojos azules se desplazaron, críticos, por todo el salón, buscando la mínima oportunidad. En la puerta de entrada había un solo vampiro recibiendo a los invitados. Era raro que una celebración como esa contara con tan poca seguridad, y más sabiendo la importancia que Ryu daba a la misma. Pensó que, probablemente, la vigilancia más acuciosa se hallaría en los terrenos exteriores, no creía que el príncipe descuidara un aspecto tan importante como ese.

Caminó evitando tropezar con alguno de los invitados. Sus intensas miradas sobre ella le eran molestas. Tomó de la bandeja que llevaba uno de los sirvientes, un coctel de un verde brillante y lo llevó a sus labios. No estaba acostumbrada a ingerir alcohol, en La Orden jamás lo hacía. En lo que la bebida se desplazó por su garganta, el ligero amargor la hizo carraspear, luego el calor del licor invadió su cuerpo infundiéndole el ánimo necesario para soportar estar allí.

A su alrededor se percató de que no solo vampiros eran los invitados, había mortales. Ese descubrimiento la confundió. ¿Acaso también ellos iban a concretar acuerdos con el príncipe?

Un aura conocida invadió el lugar sacándola de sus pensamientos. Podía sentirlo a sus espaldas, Ryu hacía acto de presencia junto a su hermana.

El magnetismo que él irradiaba la llevó a voltearse, le era irresistible hacerlo, mirarlo. Tanto Ryu como Lía se veían soberbios. Vestido él con camisa negra y pantalones del mismo color, ajustados, de corte recto, llevaba el largo cabello recogido en una cola alta. Lía caminaba a su lado envuelta en un vestido rojo granate de gran escote y falda voluminosa. Los hermanos robaban las miradas de todos, pero la del vampiro, desde que sus ojos se encontraron, estaba fija en ella.

El brillo amatista ejercía su extraño embrujo, seduciéndola, haciéndole olvidar su intención de escapar. Incluso respirar comenzó a hacérsele difícil. La música, los invitados y sus risas frívolas, todo por un momento dejó de existir. En ese mundo habitado solo por la mirada violeta, el abismo la llamaba a adentrarse en él.

El contacto visual entre los dos se rompió cuando comenzaron a acercarse al príncipe varios hombres y mujeres elegantes que estrechaban su mano o inclinaban delante de él la cabeza como gesto de respeto y obediencia. Lía, a su lado, los miraba complacida. Parecía la reina consorte y era evidente que se sentía cómoda en su papel.

Amaya sacudió la cabeza en un intento de desembarazarse de la aturdidora sensación que le robaba el aliento. Inhaló profundo y coctel en mano, se encaminó a un rincón cerca de la salida, aguardando una oportunidad para escapar.

Más que nunca deseaba hacerlo, cada minuto que pasaba cerca de él, de su aura y su mirada, sentía que se condenaba, su voluntad flaqueaba minuto a minuto.

Cerró los ojos, cuando los abrió, estos se deslizaron sin poderlo evitar de nuevo hacía él. A diferencia de los invitados, el príncipe no llevaba máscara, lo que hacía posible que Amaya no perdiera detalle de sus expresiones. Les sonreía a sus aliados vampiros, de vez en cuando sus rasgos atractivos se tornaban serios, entonces su audiencia de inmediato asentía, solícita ante lo que él les decía. Sus oficiales y guardaespaldas vampiros lo rodeaban discretamente, estudiando a todo aquel que se le acercaba. Bastaba con un gesto de su cabeza para que sus oficiales o alguno de los invitados, que se desvivía por agradarlo, se apresurara a acatar lo que sea que el príncipe necesitaba. Era notoria la influencia y el poder que Ryu tenía sobre todo y todos, un titiritero con los hilos de los presentes en sus manos.

La noche oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora