Capitulo XXXIV: Dos imágenes de un mismo vampiro

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La joven guerrera, ya recuperada de sus heridas, miraba a través del ventanal de la sala las pequeñas luces de la ciudad. Pensaba en Ryu con una extraña calidez apoderada de su pecho. Suspiró al recordar la dedicación con la que la cuidó mientras estuvo herida.

«¿Por qué tenías que ser un vampiro?» pensó con pesar.

«¡Un asesino!»

«¿Por qué tengo que sentir lo que siento? ¿Esto está bien o está mal?»

Karan estaba allá afuera, lo extrañaba, era el único amigo que le quedaba ¿Qué pensaría de ella? ¿Estaría convencido de que era una traidora? En realidad, ¿lo era?

Cerró los ojos y lo que vio fue la cara del príncipe, sus ojos violetas y la sonrisa suave que por primera vez le mostró durante su convalecencia. En el fondo sabía que estaba perdida, solo aceptando lo que sentía hallaría la paz.

—¿Sigues melancólica, mi bella flor salvaje?

Cuando escuchó la voz suave y profunda, su corazón dio un vuelco.

—¡Ryu! —murmuró sin poder evitar que el carmín ascendiera a sus mejillas y sus ojos se abrieran sorprendidos cuando al voltear, se encontró con la figura que, a pesar del poco tiempo de ausencia, había extrañado.

El vampiro sonrió y cerró la distancia entre ambos, con delicadeza la tomó por la cintura para depositar un beso corto en su frente. Luego extendió su mano y le entregó un ramillete de hermosas y perfumadas flores en tonos añil y violeta. Amaya las tomó un tanto desconcertada. Nunca antes alguien le dio flores.

—¿Jacintos?

Él asintió.

—Me recuerdan a ti. ¿Cómo te encuentras? León dice que ya estas sana.

Llevó el ramo de flores al rostro para oler el intenso y dulce perfume.

—Gracias —dijo observando los profundos ojos de Ryu, del mismo color de los pétalos de las flores es sus manos—. Mis heridas ya cicatrizaron —luego agregó apenas en un susurro—, gracias por lo que has hecho por mí.

—No tienes nada que agradecer, ya te he dicho que todo lo que he hecho contigo ha sido por amor.

Al escuchar sus palabras, sus labios temblaron. De nuevo el desasosiego se apoderó de su corazón, no quería creer en lo que le decía. Le dio la espalda para enfocar la vista nuevamente en la ciudad distante.

—No debería estar aquí.

Ryu caminó hasta colocarse a su lado, de frente al ventanal.

—¿Y dónde deberías estar? ¿Afuera? Sabes que te están esperando para matarte, ya lo intentaron una vez. En lo que salgas y estés sin mi protección, lo harán sin dudar— dijo él, algo exasperado.

—Tal vez sea lo mejor —dijo ella sin poder ocultar su aflicción.

—¡Basta ya de eso Amaya! Eres una guerrera, ¿o no? Lucha entonces —Ryu la había girado para mirarla a los ojos mientras le hablaba—. Si eres humano o vampiro o ambos ¿qué importa? Eso no te hace ser menos tú.

—¿Y que soy, Ryu? El problema es que no sé quién soy... o quien debo ser, ¿Cuál es mi lugar ahora que ya no soy una cazadora?

El príncipe la miró a los ojos encontrándose reflejado en el azul límpido de su mirada, suspiró antes de continuar:

—Eres una mujer valiente, fiel a sí misma, tanto, que no se permite ser feliz por un montón de prejuicios que sembraron en esa adorable cabecita; eres terca, irritante, escondes lo que sientes tras esa máscara de agresividad y, por supuesto muy hermosa.

La noche oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora