CAPITULO XVI: Nuevo comienzo

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—¡Es sorprendente! ¿Y me dices que el auto la impactó y la lanzó varios metros?

—Bueno, eso fue lo que me dijo Max. ¡Ese muchacho! No sé cuántas veces le he dicho que tiene que estar atento con Lili.

Hatsú, escuchaba acostada en la cama de uno de los cubículos de emergencia la conversación que sobre ella mantenía el médico que la había examinado y otro hombre.

Después de que el auto la atropellara, no duró mucho tiempo inconsciente. Quiso irse, pero cuando lo intentó, la multitud no se lo permitió. Tuvo que esperar que los paramédicos la llevaran al hospital.

—Lo cierto es que esa chica debería tener como mínimo algún hueso roto y no tiene ni un raspón, solo una severa anemia que parece tolerar muy bien porque no tiene taquicardia, ni nada que haga pensar que está descompensada. Tampoco traía identificación. Su ropa estaba sucia y algo desgarrada, parece que hubiera huido de casa recientemente.

—Sí es así, deberíamos alertar a la policía.

Hatsú sintió que el alma se le caía al piso. Si la policía intervenía, La Orden la encontraría.

Tenía que irse ya.

—Me gustaría ayudarla, retribuir de alguna manera lo que hizo por mi hija.

—Lo primero que hay que hacer es encontrar de donde viene.

—¿Y si es del orfanato que se incendió? —Era la voz de una mujer la que había hablado.

—Licenciada Sinclaire, ¿se refiere al Santa María? De ese incendio no hubo sobrevivientes.

—Hum, tal vez la chica sea la única superviviente —Volvió a decir la voz femenina.

No hubo respuesta al comentario, pues todos los participantes de la conversación corrieron al cubículo donde estaba Hatsú al escuchar algo caer.

—¿Qué pasó? ¿Te sientes bien?

El doctor fue el primero en llegar, luego entró un hombre de piel oscura, bastante fornido y alto, de unos cuarenta y cinco años con una calvicie pronunciada en sus sienes y región frontal. La enfermera fue la última en entrar.

—E, e, estoy bien, gracias ¿Cuándo me puedo ir? —dijo Hatsú sin mirar a ninguna de las personas que entraron al cubículo. Ella había tratado de levantarse de la camilla, pero en su intento, arrojó el bote de solución intravenosa al suelo.

—Pronto —contestó el médico—. Este es Marc Belrose, es el padre de la niña que salvaste.

El hombre fornido se adelantó ofreciéndole una enorme mano.

—¡Gracias, gracias! No me alcanzará la vida para pagarte que salvaras a mi niña. Pídeme lo que quieras y trataré de dártelo.

Hatsú parpadeó sorprendida.

—Quiero irme —contestó ella en un tono de voz muy bajo.

—Antes tienes que contestar algunas cosas —intervino el médico— ¿Cómo te llamas?

—Patricia Monroe —dijo Hatsú improvisando rápidamente.

El doctor la miró inquisitivo, poniéndola nerviosa. Hatsú continuó dirigiendo sus ojos a las sábanas que enrollaba entre sus dedos pálidos.

—¿Tienes casa, Patricia?

Hatsú pensó: Si decía que sí, querrían la dirección para avisar a alguien mayor. Si decía que no, llamarían a servicios sociales o peor a la policía, que de seguro tendría nexos con La Orden y entonces la encontrarían.

La noche oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora