CAPITULO XXII: Margaritas con sabor fresa

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Lía continuaba frecuentando "El dragón de Jaspe" como se llamaba la discoteca donde trabajaba Made. Llegaba pasada la media noche y se instalaba hasta poco antes del amanecer en la barra de acero y fibra de vidrio, a beber las margaritas que su nueva amiga se esmeraba en prepararle ampliando los sabores.

Había noches en que, emocionada, le daba a probar margaritas de naranja, de melocotón o de fresa. Esta última era su favorita.

Pero a Lía más que beber margaritas, le gustaba observar a Made prepararlas. Veía con sus ojos amatistas entornados las manos delicadas de piel dorada desplazarse entre frutas y fantaseaba con saborear una fresa azucarada entre esos delgados dedos. Luego veía el licor ambarino mezclarse con el jugo, un chorrito de limón y una delicada sombrillita de papel. Made la miraba con ojos cálidos esperando su apreciación.

—¡Hum, delicioso! —decía Lía relamiéndose sus labios rojos.

Made sonrió ampliamente y su bonito rostro se iluminó.

—¡Qué bueno que te gusta! Lo preparé especialmente para ti.

Lía miró complacida el leve sonrojo que decoraba las mejillas de la joven.

—Made —Se acercó un bartender rubio con una mirada aprehensiva a la chica —,necesito que me cubras.

—¿Tú madre de nuevo? —preguntó la muchacha morena con una mirada triste a su compañero recién llegado. El chico asintió— No te preocupes, vete, yo te cubro.

El muchacho se acercó para dejar un beso sonoro en la mejilla de la chica.

—¡Eres lo máximo! Te debo muchas, juró que te invitaré a comer.

—Ja, ja, ja. No es necesario.

—¡Claro que sí! Además, quiero hacerlo.

Lía miró con ojos turbios la sonrisa dulce en el rostro de Made y los ojos brillantes del bartender. En su pecho germinaba una flor amarga.

—Está bien, como quieras, solo ve y cuida de tu mamá.

Made se volvió y se estremeció al ver la expresión oscura en el rostro de Lía, pero esta solo duró un segundo. Tan rápido fue el cambio, que Made dudó si quizá no había imaginado la tórrida mueca en la cara de la mujer que, mientras se llevaba la copa escarchada a los labios, le sonreía con calidez.

—¿Qué tal la U? Preguntó la vampiresa a la chica que limpiaba la barra con un trapo.

—Bien, ya solo queda la tesis. Me está volviendo loca, ¿sabes? Mi tutor no para de hacer correcciones y de cambiar cosas que ya habíamos discutido. A veces creo que lo hace a propósito solo para retrasarme.

Lía hizo un mohín de disgusto.

—¿Y lo has confrontado? ¿Le has dicho que te incordia que se comporte de esa manera malsana?

—¿Hum? —preguntó Made sin entender muy bien que era incordiar ni que había querido decir la vampiresa. Lía se dio cuenta y aclaró.

—Quiero decir, debes decirle que es una lata.

—Ja, ja, ja, no creo que sea buena idea, no quiero estar a solas con él. El tipo tiene fama de acosador.

—Ya veo.

Lía entendió. Made tenía un aspecto frágil, era delgada y su expresión dulce dejaba ver que era incapaz de usar la fuerza o tan siquiera hacer reclamos enérgicos.

—¿Cómo se llama tu tutor?

Made le contestó en automático mientras preparaba un whisky.

—Es el profesor Vincent Black. Es el coordinador docente. Todo un pesado. Cuando voy a discutir algo de la tesis trato de que Bárbara esté conmigo, no quiero estar sola con él, además tiene mal aliento —La muchacha se echó a reír con picardía.

—Puedo imaginarlo —dijo Lía acompañando su risa.

—Y... ¿tú trabajo? —Made no sabía si ella trabajaba, ni que hacía. Sentía curiosidad, así que se arriesgó a preguntar.

Lía ladeó la cabeza antes de responder.

—No trabajo, mi hermano lo hace. Literalmente, vivo de él —dijo entre risas. Después de un momento retomó la conversación—. Y casualmente me ha dado entradas para la función de estreno de "El fantasma de la ópera". Me preguntaba si quieres acompañarme.

Made abrió sus ojos oscuros con sorpresa y emoción.

—¿La función de estreno?, pero ¡es carísima!

—Sí, y muy poca gente tiene entradas, es casi una función privada.

Made tragó con dificultad, ella amaba el teatro y no tenía muchas ocasiones de asistir ya sea por su trabajo nocturno o por sus obligaciones estudiantiles o por las costosas entradas. Ahora, esta nueva amiga le pedía desinteresadamente que la acompañara y ella por supuesto que no desaprovecharía la oportunidad.

—¡Vamos! Mi novio odia el teatro y mi hermano siempre está muy ocupado como para acompañarme, no quisiera ir sola.

—¿Estás de broma? Claro que te acompañaré, así tenga que fingir que estoy enferma para faltar aquí, iré.

Lía sonrió satisfecha. Deseaba con cada fibra de su cuerpo inmortal tener más intimidad con Made y no descansaría hasta lograrlo.  


La noche oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora