CAPITULO V: Hatsú

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Karan, en el despacho austero del coronel Vladimir, tenía la esperanza de poder convencerlo para que autorizara la misión de rescate que él ya había planeado.

El coronel era un hombre maduro con el rubio cabello corto salpicado de numerosas canas. Sus ojos grises, fríos, eran capaces de atemorizar al más valiente de los cazadores, pero, aun así, Karan esperaba que aprobara el rescate de Amaya.

—Señor, tengo información que podría ser útil en el rescate de la cazadora élite, Amaya. He averiguado...

—Algo que nadie te pidió que hicieras —lo interrumpió el coronel sin siquiera apartar la vista de los documentos que revisaba—. Creo que el general fue lo suficientemente claro: Los vampiros no toman prisioneros, no los devuelven, no hacen tratos. La cazadora está perdida.

—Pero yo sé que está viva. Tan solo deme una oportunidad. Tengo un plan...

—No está autorizada ninguna misión de rescate Karan, debes entenderlo.

—Padre, por favor.

Los ojos del coronel Vladimir por fin se fijaron en el muchacho frente a él y pudo ver desesperación en su semblante.

—Tienes sentimientos por ella y eso te hace ver la situación distorsionada. No haces una adecuada valoración de los riesgos y quieres exponer a tu equipo a una muerte segura. Por salvar a una cazadora pretendes que la orden arriesgue ¿a cuantos miembros? Dime, ¿cuál será tu plan? ¿Tratar de entrar a la fortaleza del príncipe para salvar a Amaya? ¿Una fortaleza que es infranqueable? Llevarás a todo tu equipo a la muerte y no podrás rescatarla. ¿Quieres que autorice eso?

—Padre, por favor, ella es de los nuestros.

—Todos ustedes son de los nuestros —habló el coronel mientras se levantaba del amplio sillón tapizado en cuero y caminaba hasta quedar frente a Karan—. Lo siento mucho, pero la cazadora está sola.

—¿Sería igual si me capturaran a mí, padre? —La voz del joven estaba teñida por la ira. ¿También me dejarías solo?

Aunque no quería, todo el abandono emocional de su niñez afloró con fuerza en ese momento. A pesar de que no era huérfano siempre se sintió como uno. La falta de afecto y la frialdad de su padre, esa que él trató de ignorar, de justificar con el hecho de que cumplía con su deber de cazador, en ese momento, ante el peligro en que se encontraba Amaya, lo llenaba de frustración. Su padre no quería darle la ayuda que buscaba.

El coronel le dio la espalda.

—Tú eres el líder de la élite. Debes pensar como un líder y en lo que es mejor para tu grupo. Algún día, Karan, estarás en mi lugar y tendrás que dirigir no solo al grupo élite sino a todas las divisiones, entonces entenderás que es necesario hacer sacrificios.

—¿Cómo me sacrificaste a mi durante tantos años? ¿Cómo lo haces ahora con Amaya? Rezaré para que ese día nunca llegue, coronel.

Karan salió dando un portazo antes de que su padre pudiera ver las lágrimas de rabia y dolor que quemaban su rostro. Iba tan ofuscado que no vio a la persona que caminaba hacia a él mirando unas notas en sus manos. Sin poderlo evitar, ambos chocaron cayendo al piso.

—Disculpa, iba distraído. No te vi —dijo el cazador limpiando con disimulo sus lágrimas para luego recoger las notas que traía la muchacha con la que tropezó.

—También yo estaba distraída, lo siento.

Al entregarle las notas, Karan se dio cuenta que la muchacha con quien había chocado le era familiar.

—Hatsú, ¿no es cierto?

La joven se sorprendió al escuchar su nombre e inmediatamente agachó la cabeza llena de timidez.

—¡Hatsú! Estás aquí —interrumpió el doctor Branson con una amable sonrisa llegando hasta donde estaban los jóvenes—. Hola Karan. ¡Aquí estás hija! Debo hacerle algunos exámenes a mi niña. Creo que está mejorando sorprendentemente, Karan.

El cazador miró a Hatsú, la hija del doctor Branson. La muchacha, una adolescente de cabellos oscuros y ojos de un azul intenso, que lamentablemente era muy enfermiza, le rehuyó la vista

Desde muy pequeña la veía deambular por los pasillos del ala médica, donde su padre la sometía a diversos tratamientos en su empeño de curar una rara afección en su metabolismo que la hacía necesitar de transfusiones frecuentes para sobrevivir.

El doctor Branson, jefe de la división médica, estaba a cargo tanto de la salud física de los cazadores, como de las investigaciones genéticas dirigidas a desarrollar sus habilidades suprahumanas. Era un hombre alegre, amable, muy inteligente y bastante joven para los descubrimientos que había hecho. Pocas veces se le veía en los pasillos de La Orden, permanecía casi siempre en las blancas y asépticas instalaciones subterráneas dedicadas a la investigación. Cuando no estaba sumergido en sus trabajos científicos para la organización, se dedicaba a encontrar una cura que aliviara a su hija de su extraña enfermedad. Con el tiempo su esfuerzo rindió frutos y logró sintetizar un suplemento alimenticio que sustituía a las transfusiones, pero de vez en cuando, Hatsú requería chequeos médicos.

—Me alegro de escuchar eso —dijo Karan, notando como el rubor teñía las mejillas de la joven—. Hatsú siempre me parece tan familiar.

—Ha de ser porque la has visto desde pequeña por aquí —dijo el doctor mientras rodeaba con su brazo los hombros de la chica—. Ha sido tan enfermiza, pero espero poder cambiar eso pronto. Bien, ¿nos vamos, hija?

Sonrojada, Hatsú permanecía con la mirada baja, sus tímidos ojos evitaban mirar los de Karan. Finalmente, se despidió con una pequeña sonrisa para seguir al médico a las instalaciones subterráneas. La sensación de familiaridad que le producía Hatsú se afianzaba en él mientras la veía alejarse.


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La noche oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora