Capitulo XXVIII: Desesperación.

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—No es bueno cuando él me abraza. Menos mal que casi nunca está.

En aquel momento la miró confundida, no entendió porque era bueno que su papá nunca estuviera. Ahora sabía que los padres no siempre hacen bien, y que hay padres que es mejor no tener.

De improviso, Nicole la miró a los ojos y le dijo:

—Tú eres rara, jamás conocí a alguien que tuviera tanta gente cuidándola —y señaló a los cazadores que estaban a pocos metros de ellas.

—Es que mi papá trabaja para matar vampiros —dijo ella orgullosa.

Los ojos de Nicole se abrieron sorprendidos.

—¿De verdad? ¡Wuao! ¿Tú eres un vampiro? —le preguntó la niña, ilusionada.

Ella negó con la cabeza, pero le contó sobre los cazadores y sus geniales poderes.

Ambas se acostaron en la grama y comenzaron a soñar como sería ser un cazador o un vampiro con superpoderes.

Cuando ella cumplió diez años, Nicole dejó de ir al parque, ya antes le había dicho que se mudaría. Ella lloró rogándole que no lo hiciera, era su primera amiga, la única que tendría en su vida.

El día que le dijo que se iría con su mamá, ella le pidió a su padre que se mudarán ellos también a la ciudad donde se iría su amiga. Su padre, sorprendido, le explicó que eso no era posible. Al ver que Hatsú lloraba, la abrazó confundido, no entendía que le pasaba.

La señora Alicia le dijo que la entendía. La consoló acariciando los cabellos castaños y le explicó que encontraría otros amigos, Nicole no era la única niña del mundo. Ahora que lo pensaba mejor, tal vez la señora Alicia tampoco lo entendió.

El día que regresó al parque sin Nicole en él, trató de hablar con otras niñas de alrededor de ocho o diez años como ella, pero las niñas hablaban de cosas que Hatsú no entendía. Hablaban de cantantes y programas de televisión que ella jamás había visto. Al no tener nada que decir, se mantenía callada viendo a esos seres tan extraños a cómo eran ella y Nicole. Esas niñas no corrían, ni se montaban en los juegos, eran diferentes y, aunque quería agradarles no lo conseguía, así que dejó de tratar.

Los niños actuaban diferentes a las niñas, ellos si se montaban en los juegos y corrían tal como lo hacían ella y Nicole, por eso creyó que alguno de ellos podría ser su nuevo amigo, pero estaba equivocada. Los niños la miraron, se burlaron, la amenazaron:

—Vete de aquí niña, si no quieres que te peguemos.

Se apartó asustada. Fue unas veces más al parque, pero no era divertido sin tener con quien jugar, entonces se convenció que eso, al igual que las bicicletas, los patines, las risas, los amigos, no eran para ella y dejó de ir. Continuó viendo la vida por la ventana de la sala de su casa o la de su cuarto, viendo como otros niños se divertían y reían, saboreaban la vida que ella anhelaba volver a probar y ya no se atrevía.

Después empezó todo lo malo.

La casa donde vivió en Pries era bonita, tranquila y apacible. Pero si esta le traía paz, la casa que su padre poseía en la costa oeste le daba felicidad.

La casa de la playa era una construcción amplia de madera y acero que se levantaba sobre el acantilado de una zona escarpada y casi desierta de la costa. Desde sus ventanas de madera, Hatsú podía ver como las olas chocaban furiosas contra las piedras. A veces pensaba que el mar trataba de romper la roca para escapar.

Adoraba el olor a mar, el salitre que lo perfumaba todo. Cuando iba hasta allá no había cazadores cuidándola, ni siquiera la señora Alicia los acompañaba, solo eran ella y su padre, el resto del mundo no existía en su perfecto aislamiento.

La noche oscuraWhere stories live. Discover now