Miró a su alrededor y notó decenas de macetas con ramilletes de flores de un color añil que no estaban la primera vez que estuvo en ese jardín.

—¡Jacintos!

Pasó la yema de sus dedos por los tersos pétalos sintiendo la embriagadora fragancia de las flores. Flores oscuras como ella, como él.

Un vampiro que decía querer evitar la guerra con los humanos, que no tenía intención de esclavizarlos, sino que, muy por el contrario, ayudaba a las familias de sus empleados. Parecía ser mejor que muchos humanos, que sus superiores en La Orden incluso, para quienes los cazadores no eran diferentes a armas.

Pero Ryu seguía siendo un vampiro, necesariamente se alimentaba de sangre humana y Amaya estaba segura, había crueldad en él.

Miró de nuevo los jacintos. Flores oscuras, pero de exquisito perfume.

Se pasó las manos por su cabello cansada de pensar, agotada de sentir. Le fue imposible no recordar a Tiago, su sonrisa amable e inevitablemente una lágrima solitaria escapó de sus ojos azules. Naufragaba de tal forma en su dolor, que no notó que tenía compañía. Al levantar la vista vio a su lado a un hombre con apariencia juvenil de cabello castaño y ojos color miel. Al detallarlo mejor se dio cuenta que era un vampiro.

—Buenas noches. Tú debes ser Amaya, la invitada de Ryu. Soy Dorian, digamos que su cuñado.

Amaya miró con recelo la sonrisa afable que exhibía el vampiro castaño.

—¿Su cuñado?

—Sí, soy la pareja de Lía. Discúlpame si soy inoportuno, pero me gusta mucho este sitio, la paz que se respira. No sabía que estabas aquí.

—Será mejor que me vaya —dijo Amaya levantándose.

—Por favor, no te marches. No quiero incomodarte.

El vampiro le dedicó una larga mirada, estudiándola.

—Parece que estás triste, pero lo entiendo. También pasé por lo que tú estás pasando ahora —Amaya lo miró interrogativa—. Yo antes fui un cazador.

Ahora los ojos de la muchacha denotaban sorpresa. Dorian suspiró acercándose al balcón, Amaya lo siguió.

—¿Eras un cazador?

—Sí, tú eras apenas una chiquilla. Recuerdo cuando te llevaron a la Orden. Yo conocí a tu madre y a tu abuelo. En aquella época yo era un cazador de primer rango igual que tú, tu abuelo era un cazador élite, el líder de nuestra división. En una de nuestras misiones conocí a Lía. Mi grupo debía asesinar al líder de un clan vampírico de los Estados Unidos durante una reunión con un delegado del príncipe Ryu. El delegado era Lía. Esa noche la misión fue un éxito, pudimos acabar con todos los vampiros. Yo tenía a Lía acorralada, solo debía darle la estocada final, pero no pude hacerlo. Ella era tan bella y me miraba con esos hermosos ojos violetas que brillaban cautivadores —El vampiro hizo una pausa para mirarla—. Ya sabes cómo es, no pude matarla. Me sentí derrotado, un traidor. Había asesinado a muchos y ahora frente a aquel ser dudaba, mi mano temblaba. Sentía que si la mataba cometería un sacrilegio. Caí derrotado a los pies de ella, esperando mi final. Lo merecía por ser débil y haber fallado, pero contra todo pronóstico, Lía se acercó a mí y en lugar de clavar sus colmillos en mi cuello, clavó su mirada amatista en mi corazón. Tampoco ella pudo matarme y de esa forma nos encadenamos el uno al otro. Lía perdonó mi vida y yo la de ella, desde ese momento un vínculo se formó entre nosotros que ni siquiera la atávica enemistad de cazadores y vampiros ha podido disuadir. Yo lo abandoné todo por ella y con ella gané todo.

Amaya lo miraba sin entender muy bien porque le contaba aquello.

—No debes culparte si te sientes atraída por el príncipe —continuó hablando el vampiro—, es inevitable sentirse deslumbrado por los vampiros. Está en nuestra naturaleza, es un mecanismo de defensa producir fascinación en los humanos, eso hace que no sean capaces de matarnos sino por el contrario, desencadena el deseo de entregarse a nosotros, a la deleitante sensación que producimos. Cuando nosotros escogemos una víctima, esta disfruta intensamente su entrega, experimenta el éxtasis más profundo mientras muere.

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