CAPITULO X: Obsesión

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Los científicos de la división médica comprobaron hace mucho que la mente humana es más de lo que las personas comunes utilizan. Ellos les realizaban una reprogramación sináptica activando áreas poco usadas en la corteza cerebral para poder aprovechar todo ese potencial cerebral y sensorial.

Psicoquinesis, telepatía eran la meta, así que ellos y sus maestros se esforzaban por alcanzarlas para ser capaces de enfrentarse en igual de condiciones a un vampiro. Pero no era fácil, solo pocos dominaban esa capacidad aunque todos habían sido mejorados genéticamente por la división médica para hacerlos sanar más deprisa, desarrollar elevada resistencia, fuerza muscular y extraordinaria percepción.

Por supuesto, entrenaban también incansablemente en el manejo de las armas. Sus espadas eran construidas en la armería de la organización con una aleación de plata y estrancio, único material capaz de producir daño en los vampiros, tanto como para que una estocada en el corazón no les permita regenerarse y decapitarlos sea mortal. Las armas de fuego en cambio, no eran útiles, no las usaban contra los vampiros porque la pólvora alteraba la composición química de la aleación y neutralizaba el efecto letal en ellos, aun así, practicaban tiro y eran buenos en ello.

Amaya poseía una hermosa espada claymore: "Gisli", único recuerdo de su abuelo quien también fue un cazador. Hermosa, ligera en su mano, era como una prolongación de ella misma, filosa, podía cortar lo que fuera. Con ninguna otra arma se sentía tan cómoda.

Comenzó a sonar "Human" en el ipod. Corrió más lento mientras sentía a su corazón bombear y oxigenar todos sus músculos. Se concentró en su respiración.

A medida que entrenaban y se desarrollaban sus habilidades, eran clasificados en rangos. Los de tercer rango eran los más jóvenes, niños ya adolescentes casi siempre, buenos en el combate cuerpo a cuerpo, pero aún no despertaban todo el potencial del que era capaz su cerebro. Ellos eran los indicados en misiones de reconocimiento o para enfrentar vampiros menores. Los de segundo rango a través de su entrenamiento comenzaban a vislumbrar todo el potencial oculto en la mente y el cuerpo. Y los de primer rango como ella, eran la élite, los más poderosos. A ese nivel, conocían a la perfección el dominio de su cuerpo y utilizaban casi el cien por ciento el potencial de su cerebro y sus sentidos. Eran expertos en el combate cuerpo a cuerpo y manejo de armas, tenían habilidades extrasensoriales y suprahumanas. Eran los indicados al enfrentar vampiros antiguos y comandaban las misiones.

Criados juntos en sacrificio y camaradería, compañeros de agravios y luchas, capaces todos de morir por el otro y, sin embargo, a pesar de que los quería y sentía por ellos devoción, rehuía de su compañía. Prefería estar sola, no era capaz de crear lazos afectivos y era mejor así, sin encariñarse, concentrada en su deber de acabar con los vampiros.

Solo Karan y Tiago tenían cabida en su corazón. El cazador rubio más que su líder era su amigo, en quien confiaba y sabía que jamás la abandonaría. Y a Tiago, el menor de la élite, era a quien amaba como a un hermano. Si Karan la cuidaba a ella, ella cuidaba del pequeño Tiago.

De cabello oscuro y ojos del color de la miel, el chico con su alegría e inocencia, era un soplo de brisa cálida en su frío corazón, además la comprendía sin forzarla. Sonrió al pensar en él. Aun no lo saludaba. Seguro se pondría furioso con ella por no buscarlo de inmediato.

Se dobló sobre sus rodillas, agotada y sin aliento. Sacó su botella de agua y bebió con avidez. No percibió las pisadas que se acercaban, ni los brazos que se aferraron desde atrás en su cintura. Sitió el aliento cálido en su cuello y otro cuerpo pegado al suyo. Rápidamente se volvió y empujó al osado que la había agarrado. Phill cayó al suelo emulando una sonrisa burlona.

La noche oscuraWhere stories live. Discover now