CAPITULO II: En la Guarida del vampiro (I/II)

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El vampiro, aunque sorprendido, volvió a reír por —a su juicio— la inútil valentía que exhibía la cazadora en esa difícil situación.

—Veamos, creo que no estás en posición de amenazarme, dulzura. Te tengo a mi disposición para hacer contigo lo que me plazca y lo que quiero es vengar la muerte de mi hermano.

Deslizó uno de los dedos por la sangre que cubría su frente y luego lo saboreó con deleite. Un temblor recorrió el cuerpo de la joven ante el repugnante acto.

Entonces el vampiro hizo algo que ella no esperaba: Caminó hasta la pared oeste y abrió las cadenas que la ataban. Su cuerpo cayó pesadamente en el suelo de frío concreto.

Sin otorgarle siquiera una mirada luego de liberarla, el vampiro giró para marcharse quedando de espaldas a ella. Entonces Amaya creyó tener una oportunidad. Se le abalanzó encima, pero antes de que pudiera siquiera tocarle, con un rápido movimiento de su mano, él la elevó en el aire para luego estrellarla contra la pared. La cazadora se deslizó hasta el suelo y se quedó allí, adolorida.

—No lo vuelvas a hacer —le dijo en un susurro mientras se inclinaba sobre ella—, no deseo matarte... aún. No me hagas cambiar de opinión.

Con otro movimiento de su mano la levantó y la atrajo ante sí. Amaya miró el rostro pálido tan cerca que podía notar con toda claridad las vetas azules en sus iris violetas. Aunque no lo quería, empezó a temblar. El terror se apoderó de su ser al darse cuenta que no podía moverse, incapaz de escapar o defenderse, si él lo deseaba su vida terminaría en ese preciso momento.

El vampiro, mirándola, ladeó la cabeza con curiosidad.

—¿Tienes miedo? —le preguntó con una media sonrisa— ¡Debes tenerlo!

Y ante la sorpresa de ella, él la besó.

Apenas fue un suave roce de labios, pero la cazadora sintió llenarse del más absoluto pavor.

El vampiro se separó de ella y la soltó dejándola caer en el suelo. Quería levantarse, deseaba darle pelea, demostrarle lo valiente que era, pero por primera vez en su vida de cazadora el miedo la inmovilizó.

Cuando se dio cuenta, él ya se había marchado.

Amaya se hizo un ovillo en el suelo de concreto. Su cuerpo comenzó a temblar violentamente cuando las lágrimas, sin ningún pudor, rodaron por sus mejillas.

Desde que era niña había aprendido a odiarlos. Sucias bestias sedientas de la sangre inocente de la humanidad. Ella, al igual que sus compañeros, tenía una misión: habían ofrecido su existencia para liberar al mundo de aquellos seres siniestros. Daría su vida con gusto para lograrlo. Siempre tuvo claro que ese era su único propósito en la vida y para eso contaba con su habilidad con la espada, además, era muy buena en el combate cuerpo a cuerpo. Había librado mil batallas y nunca se había sentido débil en presencia de un vampiro. Nunca. Hasta ahora.

Débil.

Indefensa.

A merced de su enemigo, se dio cuenta de que no era nada.

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La noche oscuraWhere stories live. Discover now