43. A veces te quiero.

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Me puse de pie y comencé a alejarme lo más rápido que pude de aquel lugar. No quería mostrarme sospechoso por lo que no me eché a correr, pero de todas maneras cualquiera que me viera podría pensar que acaba de robar algo o que había hecho algo que había salido muy, muy mal.

Me sentía como aquellas veces en que en las que consumía cocaína indiscriminadamente llegando a un momento en que no podía controlar mi cuerpo, mi corazón latía con fuerza dolorosa golpeando con ritmo agitado sobre mi pecho, mi respiración era audible y pesada, y mis movimientos involuntarios me llevaban al borde del delirio porque no había manera que yo pueda controlarme. Ese efecto mortífero duraba un par de horas hasta que poco a poco volvía a tener control de mi vida, pero ahora no sabía cuánto podía durar aquello ya que justo ese día no había consumido ninguna sustancia. Ese día sólo había comido mi hamburguesa con papas fritas.

–Me voy una semana a lo de Tara –dije con voz temblorosa a mi madre que se limitaba a verme empacar. No estaba sorprendida, siempre me iba algunos días donde mi tía. El problema esta vez es que no estaba tan calmado como lo estaba siempre. Mi ropa no entraba en el bolso, me temblaban las manos y necesitaba urgentemente golpear a alguien o tomar un trago, o fumar algo, no sé, necesitaba hacer algo para calmarme pero no sabía qué. Yo era experto en los efectos de las drogas, no tenía idea qué hacer con los efectos del amor.

–¿Paso algo malo?

–No mamá, sólo necesito ir donde Tara hasta que empiece a trabajar –realmente trataba de calmar el temblor de mi voz pero mis pensamientos no me dejaban tranquilo. Podía soportar que esté con otro, pero me había dicho que con Lautaro no tendría nada más y ahora se estaban besando como si estuvieran realmente enamorados. Me sentía tan estúpido, tan traicionado.

–¿Por qué necesitas hacerlo? –insistió. Abrí la boca para responder y me llamé al silencio cuando unas risas inundaron la casa. ¿Sinceramente? Ellos estaban allí. Mi mamá prestó dos segundos de atención al arribo y volvió a verme. –Kalen...

–Discutí con Ricky –largué sin vueltas. Ricky era uno de mis amigos, era una persona muy violenta, no le gustaba pelear pero cuando lo hacía la otra persona no salía bien parada. –Quiero evitar un problema en el grupo y no quiero pelear con él... es por eso que me voy. Espero que cuando vuelva se le pase un poco el malhumor.

–Ricky es... –mi mamá volvió a ver a los muchachos en la sala y tragó saliva –no es el chico que terminó dos meses en prisión por golpear a ese seguridad.

–Sí, él –largué un suspiro. No podía salir en ese momento. –Sólo para cuidar a Lautaro, no le digas que pasó ni a dónde voy ¿De acuerdo? Es que él lo conoce y no quiero que se involucre, sólo... sólo saldré cuando él se vaya y le dirás que me fui con algún amigo.

–Está bien –aceptó ella acercándose para besar mi frente y abrazarme. –Estoy contenta que hayas conseguido un trabajo Kalen, ojalá te vaya bien.

–Espero lo mismo –suspiré. Aunque lo dudaba. Había conseguido ese trabajo por Cleo, pero ahora no quería tenerla cerca.

–Vamos por un té –ofreció mi madre obligándome a mirar la hora. Alcé las cejas porque apenas pasaban de las 8. Ella sonrío y revolvió mi cabello. –Está bien, compartamos una cerveza.

–Me gustas mamá, a veces te quiero –confesé saliendo tras de ella. Miré a los tórtolos sentados en sillones separados y entorné los ojos. –De repente la sala está llena de gente, hagamos una fiesta...

–Kalen que pesado –espetó Lautaro. –Ven a saludar por lo menos.

–¿Qué hay? –saludé levantando la mano desde lejos. No volvería a tocarla. Nunca. Ni siquiera quería mirarla.

–Nada nuevo –respondió ella con cara de nada. Absolutamente fría.

Fui a la cocina y me senté de espalda a ellos mientras mi madre se sentaba frente a mí luego de tenderme una cerveza y ella tomar una también.

–¿No hay cerveza para nosotros? –consultó Lautaro ingresando al lugar y tomando asiento con ella tras sus talones. Me paré de inmediato cuando se sentó a mi lado y me apoyé en la mesada, lejos de ellos. –Cleo dice que le gustaría beber algo.

–Alguna gente necesita dejar de creerse grande –sugiero volviendo mi vista a mamá que había sacado dos cervezas más.

–Tan molesto...

–Deberías darle algo más fuerte ma, a ver sí es tan grande como dice y no tiene que llamar a sus papis para que la vengan a buscar.

–Cleo sabe tomar.

–¿Ya has intentado embriagarla para aprovecharte de ella no? –acusé provocando un sonrojo notable en las mejillas de mi hermano. –Lo ves bebé, la cosa es que Lauti tiene un lado oscuro.

–Kalen... –mi madre dice mi nombre en un susurro cuando me encuentro con la cara de desconcierto de la chica. Sí, yo la había llamado "bebé" y lo había hecho apropósito porque quería molestarla, aunque sea una décima de lo molesto que me encontraba yo.

–¿No te has puesto a pensar que quiero que él se aproveche de mí? –consulta cuando logra reaccionar. Ella también quería molestarme. Eso era lindo.

–Lo pienso todo el tiempo bebé –dije arrimándome a ella para posar mis labios en los suyos. Allí, frente a mi hermano y mi madre, porque ya no importaba, ya nada con respecto a ella me importaba.

No forcé el beso. Sólo apoyé levemente mis labios en los suyos porque sentía asco. Hacía unos minutos atrás esos labios estaban besando los de mi hermano, mezclándose con ellos, acariciando su lengua e intercambiando saliva. Eso era asqueroso.

Cuando vi la mano de ella alzarse supe sus intenciones, no iba a golpearme, ella iba a obligarme a acercarme porque ese beso era el más distante que habíamos tenido nunca y se sentía asquerosamente mal. Pero mamá fue más rápida y tiró de mi cabello para alejarme de Cleo.

–¡Kalen! –exclamó Lautaro poniéndose de pie dispuesto a partirme la cara pero la mano de Cleo que antes había querido acercarme a ella lo detuvo.

–No es necesario –respondió con voz temblorosa tocando sus labios con la punta de sus dedos.

–Claro que sí, cómo...

–Está bien, no pasó nada –aseguró soltándolo y apretando la cerveza entre sus manos sin mirara a nadie.

–Fue sólo un beso Lautaro, no te alteres –sonreí y mamá me golpeó la nuca fulminándome con la mirada. –Lo lamento.

–Eres tan pendejo Kalen, sinceramente, madura.

–Sí señor –dije levantando mi cerveza en forma de brindis pero ninguno quiso brindar conmigo por lo que tomé mi bebida de un solo trago y besé la mejilla de mamá. Era mi hora de partir.

Fui a mi habitación, tomé mi mochila y me largué. Sé que ninguno me vio salir porque lo hice en silencio y mamá ocupaba su atención en ese momento. A poco caminar un cesto de basura fue el objeto indicado para descargar mi furia.

Caminé a la terminal y compré el boleto a casa de Tara para las 10, lo que me dejó apenas media hora para llenarme de humo los pulmones, de música los oídos y de oscuridad mi corazón.


Sin Planes Ni RecetasWhere stories live. Discover now