9. Que gustos más raros tienes

3.7K 486 60
                                    


Cuando salimos Lautaro ya le había informado a Rob que iría con ellos, no pareció molestarle, de hecho invitó a una de nuestras compañeras y dijo: Ahora será una cita doble. No le dije nada, pero mi cara se lo dijo todo.

La chica que acompañaba a Rob era Cecilia y ella tenía auto, así que viajamos al poblado vecino y en menos de una hora estuvimos allí; antes que nada fuimos a comer, yo tenía hambre y Lautaro me había invitado a ello. Unas hamburguesas con papas fueron suficientes, aunque Cecilia prefirió comer ensalada y un jugo, estaba a dieta y era vegetariana. Me miró cuando comía, yo sabía que se moría de ganas de comer como yo, pero no me dijo nada, se limitó a verme.

–¿Así que? –la chica llama nuestra atención. –Ustedes saben que los rumores corren rápido... –mira a Lautaro y le regala una sonrisa burlona. –Que gustos más raros tienes.

¿Se refería a mí no? La cara de mi compañero se tensó y desvió la mirada mientras le daba un trago a su gaseosa.

–¿Lo crees? –consulto yo. Ahora todos me miran. –Yo lo encuentro bastante lindo, conmigo es simpático, no veo nada de raro en que me guste...

–Oh...

–Ah, pero tú te referías a él por mí –su cara se enrojece un poco. Me encojo de hombros. –Supongo que se cansó de las zorras como tú... ¿No? –mi nuevo amigo está sonriendo y Rob también. Me pongo de pie y tiro la mano a mi compañero. –¿Vamos?

Lautaro me mira dudoso y toma mi mano para salir de allí. Caminamos un poco de esa manera y lo suelto; ahora nos habíamos quedado solos y yo no tenía tanto dinero como para volver a casa en colectivo. Claro que podía pedirle prestado a él, pero no me rebajaría a eso.

–Así que me encuentras lindo...

–Silencio Romeo –digo de mala gana ingresando a un local mientras él me sigue.

–Eso es bueno. Y lo que hiciste fue genial.

–Soy genial, ya sabía eso –digo sentándome en un sofá frente a los probadores. Él sonríe moviendo la cabeza y va por un par de trajes que le ofrece una de las hermosas empleadas; no solo la que lo atiende lo mira como si fuera algo comestible, el resto de ellas está cuchicheando acerca de él. Una de ellas me mira y comienza a comentar algo a la otra, supongo que algo malo porque ambas se ríen, pero sinceramente no me importa. –Date prisa... –lo digo en un susurro pero él alcanza a oírme. –No avisé en casa y si seguimos así no alcanzaremos el último colectivo de vuelta.

–No exageres –me tranquiliza entrando con un par de ropas. Se tarda unos minutos y sale a desfilar con lo que parece es lo que ha elegido. Una camisa blanca y unos pantalones negros de vestir, con zapatos formales. –¿Te gusta?

–Te queda bien –digo encogiéndome de hombros. De hecho si se pusiera un saco de papas le quedaría bien, así es la gente bella. Lautaro sonríe y va por su ropa para luego pagar: el precio es una fortuna pero procede a pagarlo sin problema ante mi cara de espanto.

Cuando salimos del local podemos ver a Rob en una esquina del mismo; su acompañante parece aburrida y afectada por los comentarios de las otras muchachas que la envidian por estar con alguien como él.

Sigo a mi compañero hasta una tienda de ropa femenina y lo miro.

–Hará frío el sábado –dice encogiéndose de hombros e invitándome a pasar, pero no me muevo de mi lugar. –Pensé en comprarte, tú sabes, un chal o algo.

–No hace falta –digo de mala gana. Se estaba tomando todo esto muy a pecho.

–Quiero hacerlo –insiste tomando mi mano. Pero me libero de él y lo miro en forma de advertencia. –Quiero que aprendas a dejarte mimar, a un hombre le gusta tener bien a su mujer.

Lo miro dudativa y asiento una vez desviando mis ojos de los suyos. Ese chico era imposible. Lo sigo dentro y comenzamos a ver chales, eran todos bellos y delicados, pero era extremadamente caros; le dije no a varios y cuando estaba a punto de enfadarse tomó uno del montón y lo fue a pagar. Me dio la bolsa de mala gana y me invitó a salir del lugar; no le dije nada y no abrí el regalo hasta que estuve en el baño de mujeres. El chal era de un color blanco, con detalles rosa pastel, realmente era bonito.

–Mira la hora –dice mirando su teléfono. Era evidente que no estaba para nada preocupado, de hecho le parecía divertido que hayamos perdido el último colectivo.

–Está bien, papá le prestará el auto a Sol y vendrá por nosotros –digo tomando mi celular para hacer la llamada. Pero él me lo saca de las manos y niega con la cabeza. Guarda el aparato en su morral y me sonríe.

–Ya sabía que se haría tarde, ahora vienen por nosotros.

–¿Quién?

    Lautarono tiene tiempo de responder cuando un ruido corta el poco silencio de la nochey una moto se acerca furiosamente a nosotros.     

Sin Planes Ni RecetasWhere stories live. Discover now