42. Eso fue todo

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Insistí en que se quede un poco más pero ella dijo que no quería cruzarse con Lautaro, no tenía ganas de dar explicaciones y estaba segura que no tardaría en llegar. Por lo que se vistió y esperó impacientemente a que yo también lo haga ya que sería el encargado de acompañarla a casa.

Esta vez me abrigué un poco más porque el frío realmente penetraba los huesos. A Cleo le presté una de mis camperas de algodón que le quedaba sensualmente grande la cual aceptó gustosa.

Caminamos de la mano una vez más. Siempre había pensado que aquello era ridículo e incómodo, pero no lo era con Cleo. Su mano encajaba perfectamente en la mía y no se sentía para nada ridículo, de hecho se sentía natural y lindo.

–¿Nos vemos mañana? –consultó cuando me detuve porque ya estábamos los suficientemente cerca. No podía ir más allá de ese límite si no quería causarle problemas con sus padres o sus vecinos.

Asentí acercándome a sus labios que respondieron de inmediato. Creo que nunca había sido tan meloso con una muchacha, nunca había querido estar sobre ella todo el tiempo como en ese momento me estaba ocurriendo.

–Te esperaré a las 8 ¿De acuerdo?

–¿Quieres ir a dar una vuelta en moto? –consulté y ella me miró dudosa por un momento hasta que cedió con cautela. –Entonces a las 8 haré sonar el motor de la pequeña y te esperaré aquí.

–No me falles –sonrió abrazándome una vez más antes de volver a mis labios.

No sé exactamente cuánto tiempo estuvimos ahí, simplemente besándonos, pero supongo que fue bastante tiempo porque el frío tomó nuevamente la totalidad de nuestros cuerpos obligándonos a despedirnos con la promesa de vernos una vez más en apenas un par de horas.

Volví a casa más rápido de lo que normalmente lo hacía. Me recosté en mi cama donde segundos atrás había compartido con la mujer que me traía loco y no tardé en caer dormido.

Cuando desperté todo estaba sumido en un incómodo silencio. Miré la hora y pasaban de las 5 de la tarde, más tarde de lo que había esperado, por lo que decidí salir a comer algo por ahí antes de pasar por Cleo.

Salí con cuidado de mi alcoba y no me encontré a nadie, tampoco había comida por ningún lado y recordé que habían dicho algo de ir a visitar a unos amigos. Seguramente no habían podido despertarme para que los acompañe o simplemente no me habían querido invitar. De todas maneras no me importaba.

Salí con dirección al famoso carrito de papas fritas y hamburguesas de la plaza central e hice mi pedido al hombre que ya me consideraba un cliente VIP; siempre que mamá no cocinaba o era una comida fea, ese carrito era mi salvación. Esperé mi comida mientras me fumaba un cigarrillo y la comí disfrutando cada parte de ella. Tenía más hambre de lo que me había dado cuenta.

Para cuando terminé con mi "almuerzo" de la tarde pasaban de las 6.30 por lo que decidí regresar a casa a tomar un baño para luego pasar por mi chica. "Mi chica"... que bien se oía eso si hacía referencia a Cleo.

Estaba contento porque ahora compartiríamos el mismo trabajo lo que implicaba que estaríamos más tiempo juntos. No le había preguntado pero por lo menos mi puesto requería un trabajo puertas adentro; si el de ella también entonces podríamos dormir juntos y la persuadiría para que fuera así todas las noches. Claro que no estaba seguro, quizás ella hacía un trabajo más normal que el mío.

Una vez más cuando pensé que nadie podía sacarme la sonrisa de la cara el universo se puso en mi contra y me escupió directo en la cara: Cleo se encontraba a escasos metros de mí, sentada junto a Lautaro, compartiendo un helado. Respiré obligándome a recordar que ella habían dicho que eran sólo amigos, me había prometido que no había nada entre ellos y yo sabía que Cleo no era de esas muchachas que prometían por prometer. O eso quería creer.

Tragué saliva recordándome que los amigos salen juntos sin necesidad de que algo pase entre ellos. Pero sentía cómo los celos se iban apoderando más y más de mí sin que pudiera hacer nada para detenerlos mientras observaba cómo mi hermano parecía absolutamente fascinado con su presencia, nunca lo había visto así de estupidizado. Quizás si estaba enamorado de Cleo después de todo. Ella también sonreía y lo miraba con ojos tiernos, y hasta estaba jugando con el cabello de él. Insisto en que si ella no quería que Lautaro confundiera la amistad con algo más, ella no debería ser tan coqueta con él.... Pero nada podía decir yo. A ella le gustaban mis manos, mis labios y mis ojos, pero no el combo completo. Ella nunca me había mirado como lo estaba mirando a él en ese preciso momento.

Me quedé allí, en un banco alejado torturándome con la imagen de dos estúpidos chicos que se gustaban pero no estaban juntos porque la estúpida de la muchacha le tenía miedo al amor y se acostaba con el estúpido del hermano del que realmente le gustaba porque era más simple y más fácil. Pero muy a mi pesar no estaba dispuesto a ser sólo el chico del sexo. No más.

Respiré profundamente cuando ella, Cleo, se acercó a sus labios y los besó... con tranquilidad, amabilidad, nada de deseo y necesidad sexual que mostraba generalmente para como conmigo. Él obviamente respondió al beso y la atrajo a su cuerpo; ella no se resistió en lo absoluto y hasta una sonrisa apareció en sus labios. 

Eso fue todo. Regresé a casa, no quería más de eso. No podía más con eso.

Sin Planes Ni RecetasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora