5. Otra vez mi sinceridad le ganó a mi pensamiento

4K 504 14
                                    


Así fue que terminé caminando con los dos chicos más populares de fin de curso, con los que entraría el día de la graduación. Rob se apartó de nosotros unas calles antes y seguimos con Lautaro en completo silencio hasta llegar a la peluquería donde la mujer nos recibió amablemente y nos invitó a pasar al comedor de su casa que resultaba estar detrás de la peluquería. El mocoso psicópata delincuente estaba allí, en la sala mirando la televisión desparramado sobre el sofá; nos miró distraídamente cuando entramos y volvió su vista al programa de muchachos tontos gastándose bromas pesadas.

—Toma asiento, en unos momentos estaré contigo —dice la mujer dirigiéndose a atender a la clienta que seguramente acababa de ingresar. 

Me siento en uno de los sofás individuales y miro a Lautaro mientras va a la cocina; tarda unos segundos y vuelve con unos vasos de jugo.

—Discúlpate con Cleo, creo que es el momento —dice Lautaro luego de sentarse frente a mí.

—Lo lamento, fue un descuido —dice de inmediato. No me mira y su mentira es patente. —De todas maneras ayudé a mejorar tu imagen ¿No crees?

—Mocoso idiota —largo sin darme cuenta. Ambos muchachos me miran sorprendidos. Tomo un trago de mi jugo y miro la televisión; mi boca había funcionando más rápido que mi cabeza.

—Tenemos la misma edad ¿Sabes? —consulta de mala gana sentándose en el sillón. —Sólo que repetí un año... incluso creo que puedo llegar a ser más grande que tú.

Miro a Lautaro.

—¿Acaso son gemelos o algo? —quiero saber. Mi compañero niega con la cabeza.

—Simplemente un poco más tontos que el promedio de la gente —dice encogiéndose de hombros. —Yo también repetí un año...

—No creo que su inteligencia tenga que ver con la pérdida de ese año —dice la mujer llegando de la nada. Ambos muchachos la miran y su ojos son de advertencia para con ella. —Vayan, necesito hablar un poco con Cleo sin tener a las moscas revoloteando.

Lo dudan unos segundos y luego proceden a retirarse. La mujer se sienta frente a mí y me sonríe amablemente antes de abrir su billetera y comenzar a revisarla.

—Sé que mis hijos no son el mejor ejemplo del mundo... pero no son malos muchachos —dice distraídamente y casi en un susurro. Estoy segura que ella piensa igual que yo: sus hijos están espiando lo que hablamos. Aunque no estoy muy de acuerdo con lo que acaba de decir, después de todo si yo le contara quiénes habían sido los responsables del desastre de mi pelo del día anterior su opinión no sería la misma. —Pero luego de lo que pasó con su padre, es difícil que sean muchachos normales ¿No crees?

—No sé que pasó con su padre —digo de pronto. Otra vez mi sinceridad le ganó a mi pensamiento. Ella me mira y me sonríe.

—Hace cuatro años mi marido cayó enfermo en el hospital y estuvo allí casi un año. Nunca pudieron diagnosticarlo correctamente y pasó de enfermedad en enfermedad hasta que falleció... Kalen tenía 13 años y Lauti 14... no fue fácil para ellos y por eso son así ahora. Ojo, no digo que sean malos chicos, sí un poco difíciles. Y no es que haya repetido porque son tontos, te imaginarás que cuidar de un enfermo demanda tiempo y ellos fueron de mucha ayuda para conmigo...

—Ya veo —digo buscando en mi mochila. Me acerco a ella y le tiendo mi paquete de pañuelos. Me arrodillo a su lado y tomo su pierna, ella estaba llorando. Me sonríe revolviendo mi pelo y limpia sus lágrimas silenciosas. —No creo que sean malos muchachos —aunque tenga por seguro que al pequeño psicópata lo patearé un día hasta que pida disculpas reales por lo que le hizo a mi pelo —sí que son difíciles, eso sí se lo puedo decir...

—Pensé que no los ubicabas —dice y le guiño un ojo. Ella asiente y me tiende una tarjeta y se pone de pie, la puerta del local se ha vuelvo a abrir. —Llama a este número cuando termines las clases, me dijeron que podían conseguirte algo, temporal o fijo, eso depende de ti. Diles tu nombre, ellos ya te conocen —arregla su ropa, su pelo y sus ojos. —¡Lautaro! Despide a la visita... —me sonríe una vez más y se despide perdiéndose tras la cortina.

Guardo mis pañuelos, la tarjeta y espero a que el chico venga a despedirme. Pero él tarda un poco así que recorro su casa. Hay muchas fotos y ciertamente son de otras personas... todas son anteriores a la muerte del hombre de la casa, todas muestra a una familia distinta a lo que había visto a ese momento, en todas los dos jovencitos parecían amorosos y no como era ahora: fríos.

—¿Vamos? —consulta. Doy un salto y miro a Lautaro. Se ha ido a cambiar y tiene un casco en su mano. —Te voy a llevar a tu casa. Tengo que ir a buscar a Rob y me queda de paso.

—No hace falta — aseguro. Mi casa no quedaba tan lejos. Él insiste. —No me gustan las motos... —de hecho era otra cosa la que quería evitar, pero el miedo a las motos era una buena escusa.

—Yo la acompaño —dice el mocoso psicópata apareciendo tras él. Lautaro lo mira frunciendo el ceño y con la mirada seria. —Le debo un disculpa sincera, creo que es el momento para pagárselo... de todas maneras debo ir cerca de su casa así que... —quiero preguntarle cómo sabe dónde vivo pero me distraigo en la guerra de miradas silenciosas.

—Está bien. Pero no la molestes —dice saliendo delante de nosotros por la puerta trasera. La salida da un callejón y de ahí a la calle que me lleva directamente a casa, sólo 10 cuadras.




Sin Planes Ni RecetasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora