13. Golpes y Quejidos

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Los ojos de Lautaro me dijeron todo lo que necesitaba saber: nuestro paseo había terminado y debía irme. 

Me despedí sin demasiados rodeos y desaparecí de sus vistas lo más pronto que pude; eso había sido raro y por lo que había entendido ese muchacho y Kalen se habían metido algún tipo de droga. En realidad eso fue lo primero que supuse dado a lo que había hablado Sol el día anterior, pero no podía decirlo con certeza.

Divagué por las calles por mucho rato sin saber qué hacer con exactitud. Ya era tarde para ir al colegio y muy temprano para volver a casa, no tenía dinero para ir a tomar algo a algún lugar y no cargaba con ningún libro para sentarme a leer por allí, así que simplemente seguí vagando por mucho rato hasta que llegué a la bahía. No es que fuera la gran cosa, era un puerto de carca y descarga de maquinaria, pero había un muelle y el agua era cristalina (no para bañarse claro, estaba contaminada) pero era un lindo lugar para sentarme y disfrutar el momento.

Así lo hice, por más de una hora me quedé allí con el molesto ruido del cantar de las gaviotas y algún que otro descargue. Deseé tener un cigarrillo conmigo, hubiera sido el momento indicado para probarlo, pero no lo tenía y no tenía a quién pedírselo... o eso pensé, hasta que vi a Kalen un poco más alejado, metiéndose entre dos contenedores.

Al principio me asusté, pensé que quizás me estaba siguiendo, pero luego de reflexionarlo un poco llegué a la conclusión de que eso sería estúpido así que me puse de pie y partí en su dirección. Claro que cuando llegué allí noté que no estaba sólo... él estaba fumando, sí, pero no tabaco, marihuana; a pesar de nunca haber tenido contacto con ella sabía con certeza que era marihuana. Miré a sus compañeros y no veían para nada amigables, así que decidí hacerle caso a mi hermana y giré sobre mis talones...

Todo, todo en mí me decía que me aleje de allí. Eso no estaba en mis planes. En ningún punto de ellos, o subpuntos si es que los hubiera, había alguno que dijera que me involucrara en algún problema con "tipos malos" o psicópatas delincuentes como Kalen, pero algo más fuerte que mi inteligencia y mi plan de seguridad me obligó a volver cuando oí unos golpes y unos quejidos.

Ambos hombres, grandes y corpulentos, le estaban dando una paliza al mocoso. Realmente lo iban a matar si no intervenía de inmediato... yo apenas me había alejado menos de dos minutos pero ellos ya lo habían lastimado lo suficiente como para dejarlo en el suelo.

–¡Viene la policía! –fue lo primero que salió de mi boca cuando uno de ellos asentó una patada en la cara de Kalen y éste comenzó a sangrar.

Ambos me miraron fijamente, dudaron unos segundos, miraron a su víctima y salieron de allí en dirección contraria a donde yo me encontraba.

Eran apenas 10 metros que nos separaban pero podía ver a la perfección cómo la sangre salía a borbotones de su nariz. No pensé demasiado cuando eché a correr hacia él y caí torpemente de rodillas: Kalen estaba consciente, pero no lúcido. Yo no sabía mucho de drogas pero definitivamente él estaba pasado de ellas.

Saqué un pañuelo de mi bolso y tapé su nariz tratando de parar el sangrado. No sabía qué hacer con exactitud, a pesar de que mi padre era médico a mí nunca se me había dado bien eso de tratar con heridas y mucho menos con sangre.

–Oye... –susurré por encima de sus quejidos. Puse su cabeza en mis piernas y apreté suavemente su nariz. –Kalen...

–Déjame... –logró decir con voz apretada tratando de apartarse de mí. Yo no lo iba a dejar, ya me había metido en ese lío y no saldría sin asegurarme que estuviera bien. Si lo dejaba allí esos hombres podrían volver y terminar su trabajo.

–Kalen, llamaré a Lautaro –informé pero antes de que pudiera tomar mi teléfono él estiró su mano para evitarlo y terminó golpeándome el rostro.

Nunca nadie me había pegado antes. Mis padres no eran amantes de los castigos físicos y con mis hermanas no teníamos ese tipo de tratos; nunca había peleado con nadie en el colegio y no era de salir mucho como para tener algún pleito en una fiesta. Ese había sido mi primer golpe y realmente había dolido.

Aparentemente él también notó aquello porque se reincorporó de inmediato, aún con su nariz sangrando, y me miró espantado. Parecía haber recuperado sus cinco sentidos, parecía que el efecto de lo que fuera que se había metido había dejado de funcionar, pero lo puse en duda cuando se acercó a mí y acarició mi rostro.

–L-lo lamento –tartamudeó moviendo su mano a mi nuca y acercando su cara a la mía. Sentí de inmediato su sangre en mi mejilla y luego el peso de su cuerpo cayó sobre mí: se había desmayado, o peor, muerto.

Nunca me había percatado de la dimensión de su cuerpo. Para mí siempre había sido el "mocoso" pero a decir verdad él era más grande que yo, su cuerpo era pesado y me estaba aplastando en ese momento. Todo mi cuerpo estaba temblando, no sabía qué hacer mientras su sangre mojaba cada vez más mi hombro.

Como pude alcancé el teléfono pero no llamé a Lautaro, llamé a Sol. No sé porque la llamé a ella, lo cierto es que debería haber llamado al hospital o a la policía pero no se me ocurrió en ese momento, sólo quería a mi hermana allí, ella sabría qué hacer, siempre sabía qué hacer.

Sin Planes Ni RecetasWhere stories live. Discover now