OCHENTA.

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Las siguientes semanas pasaron de una manera lenta. Más de lo que hubiese querido.

Las cosas con Harry no cambiaron. Nuestra unión colgó de una cuerda y hoy no quedaba nada de ella, nos mantuvimos alejados lo suficiente para continuar con nuestra postura de no ser nada. Los encuentros a solas se volvían incomodos, se apreciaba de manera incómoda, justo como jamás me sentí con el.

Había aprendido a calmar mis impulsos y dejar que mis padres tuvieran el control en casa, desobedecerlos y estar en una continua guerra era exhaustivo, y después de mucho tiempo supe que no servía de nada, además de que agotaba mis energías y no me aportaba nada bueno.

A pesar de sentirme con más equilibrio, con un dolor más llevadero jamás volvería a sentirme tan llena de vida como cuando estaba con él.

Y mientras tanto, intenté de todos los modos posibles olvidarme él, de lo que había conocido y encontrado en él, pero lo extrañaba y más de lo que podía admitir. No estaba tenido buenos resultados, el único que tenía era aceptar cada vez más que había desaparecido de mis manos y que posiblemente ya no me amaba. El estar sola me recordaba a él, porque siendo su novia jamás me sentí de esa forma, y ahora sentía que necesitaba su amor, sus caricias y sus besos, extrañaba sus risas entre ellos, y las pláticas de madrugada, la forma en la que me acurrucaba en sus brazos y me hacía sentir pequeña, pero al mirarme me sentía la mujer más invencible del planeta.

Y ahora ese sentimiento no existía y en mi había una gran ausencia, aunque intentara sentirme mejor.

—¡Jessica! —La voz de mi padre me quitó de mis pensamientos, parpadeé y lo miré. —Que me pases el agua. —Suspiró con cansancio. Se la extendí.

—Estas distraída... —Me dijo mamá. —Que te sucede.

Bueno si, habían pasado semanas desde lo de Harry y según ellos, al ser un capricho debía haberlo superado, pero no era así.

—Nada... —Aseguré. Como todo viernes Harry nos acompañaba, como si hace semanas atrás no se hubiera desatado en esta casa una guerra irreversible por amarlo tanto. Me impresionaba como papá con él actuaba como si nada hubiera sucedido, y conmigo aún estaba ese rechazo en sus ojos.

—Bueno, pues avísale a tu cara. —Me regañó ella, detestando que tuviera mala cara en el almuerzo. Parecía que mi yo conflictiva y amenazante y mordaz le agradaba mas.

Tomé aire antes de hablar, y continuar fingiendo que ya no dolía. Porque si algo había hecho desde la última pelea con papá era no dejar que volviera a verme llorar por su maldita culpa.

—Mañana, durante la noche habrá una fiesta a unas cuadras de aquí, iré con mis amigos. —Les comenté. —Quizás ahí cambie de cara... —Le sonreí.

Mamá me miró unos instantes, analizándome. Y no entendí qué.

Bajé mis utensilios para mirarla también, buscando cual era el problema ahora. Pero noté en ese instante que papá ya los había bajado también para mirarme con molestia.

Y no pude evitar suspirar. Pero cuando pasaron tres segundos y nadie decía nada reprimí una risa.

—¿Qué sucede ahora?

—¿Acaso no piensas preguntarnos si tienes permiso? —Inquirió mi padre reposando finalmente sus utensilios a los lados de su plato.

—En realidad no. —Acepté. —No pensaba pedir permiso.

—Mientras vivas bajo esta casa seremos nosotros quienes autoricemos tus decisiones. —

Me miró con fuerza, un eje de gusto.

ARDER EN LIBERTADWhere stories live. Discover now