CINCUENTA

2.2K 89 1
                                    

Conseguir un taxi en pleno barrio y un 25 de diciembre era totalmente imposible.

Disgustada al tener que hacer uso de mis piernas aceleré el paso para llegar pronto a casa. El frío dolía cuando llevabas una falda y tu piel inevitablemente entraba en contacto con el helado aire invernal.

Mientras caminaba no pude evitar pensar que siempre salía mal de su casa, por alguna razón o por otra huía de allí con la garganta asfixiándome y mis ojos lagrimosos.

Me dolía la situación, me dolía no tener la confianza suficiente y no poder estar segura de que él jamás me engañaría con alguien más. No quería pensar que otra vez jugarían conmigo y me dañarían, pero sencillamente lo hacía.

No controlaba eso. Y esta vez si eso pasaba sabia bien que de él, con mi amor consumiéndome cada segundo, me destruiría.

—Déjame llevarte a casa. —Su voz agitada a mis espaldas me tensó. El muy demente me alcanzó corriendo.

—Estoy bien. —Lo miré de reojo. —Vete.

—Hace frio, Jessica. Enfermarás. —

—Debes irte. —Le recordé, molesta, soltando un gemido cuando sentí la brisa filtrarse por mi ropa y erizar mi piel. —Catherine te espera. —Si, quizás el hecho de estar pasando frío me hacía enojar aún más.

—No seas cruel. —Su paso se detuvo, y tuve que hacerlo también para enfrentarlo.

—¿Yo soy cruel? —Una risa carente de humor me asaltó. —Dejaré de ser cruel contigo y te daré la posibilidad de que vuelvas a tu casa, te metas en tu auto y vayas calentito con aquella mujer que parece muy ansiosa todo el maldito tiempo por verte. —Lo miré con dureza. —Escucha, aunque tenga una asquerosa escasa libertad se cuidarme y ubicarme sola, no te necesito. Ve.

—Jessica te comportas como una niña. Déjame llevarte a casa, puedes seguir molesta, pero me aseguraré que llegarás bien.

Solté una exhalación con indignación. La furia me recorrió entera.

—Te recuerdo, Pierce, que solo tengo diecisiete años, y así y todo te encanto. Si te molesta puedes buscar una de tu jodida edad, idiota. —

Él me miró con dureza, pero sus facciones se volvieron divertidas y tuve que contenerme para no golpearlo con mi puño congelado por el frío. Me volteé irritada, mientras seguía caminando.

—Jessica.

—Por dios, no quiero oírte eres un imbécil.

—¿Disculpa? —Lo miré, me miraba sorprendido, e incluso intrigado.

—Porque eres un cobarde, porque no arriesgas todo por mí, porque estoy segura que si mi padre viniera justo ahora arrojarías todo lo nuestro a la basura, porque siento que no me amas, porque siento que esa persona que te llama y tú corres hacia ella es más importante que yo ¿Y sabes qué? Está bien, pero no vuelvas a buscarme y prometerme amor cuando ni siquiera pones las manos en el fuego por mí. —Le escupí en la cara, furiosa, sin aliento.

Toda su autoridad se desplomó.

—Puedes tener casi diez años menos que yo, pero sabes muy bien cómo herir.

—Por supuesto que sé cómo herir. —Continué caminando.

—Entonces no lo hagas conmigo. —

—Vete. —Exigí. —Hablo en serio, necesito estar un momento lejos de ti. —

—No puedo alejarme... —Murmuró, dolido. —Me duele hacerlo, dejarte ir me... asfixia, nena. —Confesó, y su voz no traía la fuerza que me dejaba sin aliento, pero aún así, mi aire se esfumó. No quise detenerme, no podía ceder. Continué caminando. —Lo siento. —

ARDER EN LIBERTADWhere stories live. Discover now