VEINTIDOS.

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Una semana se fue volando desde mi ataque de pánico, desde mi encierro.

No volví a salir de mi habitación mientras ellos estuvieran en casa porque todo continuaba siendo duro, frío y hostil. Cuando lo intenté todo se seguía sintiendo horrible al estar cerca de ellos, necesitaba alejarme, necesitaba que sus miradas dejasen de tener tanta furia al mirarme. Ya no quería sentirme insegura con cada paso que daba y necesitaba recuperarme antes de salir al mundo exterior otra vez. Sin embargo, encerrada entre paredes mi inseguridad comía mi alma, peor que antes, pensaba más y suponía de más. Mi mente se llenó de preguntas, de respuestas creadas por mí misma sin saber si eran ciertas o no.

William estaba también ahí, persistía y molestaba, estaba ahí para hacerme sentir peor, para hacerme creer que todo lo que sucedió había sido mi culpa, recordaba a su vez a mis amigas repitiéndome mil veces y obligándome a que repitiera que no lo era, que jamás dejara ganar esa parte de mí, pero entonces ahora me completaba, me consumía completamente.

Mis hermanos venían a distraerme y pasar el tiempo seguido, me hacían distraer de la lucha conmigo misma. A veces Lou venía a contarme chismes que oía en la sala, o lo que decían de mí, otras veces Bruno venía con preguntas que parecían dichas por un robot, automatizadas por mis padres.

Intenté arreglar mi mente, fallé muchas veces, pero puse sobre la cama quien soy ahora y quien quiero ser, retomé cosas que me gustaban, como libros olvidados de mi biblioteca y reparé muchas de las cosas que había roto sin querer hace una semana, también hice una gran limpieza y boté a la basura muchas cosas. Muchísimas, a decir verdad.

Ethan entró a mi vida. Agendé al moreno de la comisaría como tal y desde entonces cuando se me ocurrió escribirle hizo mis días más llevaderos, él era realmente gracioso y muy maduro para tener veintidós años, también, me hizo comprender muchas cosas, a excepción del hecho de estar encerrada, él dice que de este modo no gano nada, pero siento que tampoco pierdo mucho.

También aseguré mi teoría de que es muy atento y muy dulce, pero si no tuviera en la cabeza a la persona que me consumía día y noche, quizás hubiera sentido algo.

Porque si de algo estaba segura era que aun cuando lo intenté veces incontables, Harry Pierce estaba allí en mi mente, recordaba sus besos, sus manos en mí y sus palabras cargadas de amor. Y aun así no podía si quiera mandarle un breve mensaje con solo una línea. Me acobardaba de una manera descomensurada.

—Jessica ¿Estás ahí? Oh, Claro que estás ahí. ¿Puedes abrirme la puerta? Claro que puedes. ¿Quieres dejarme pasar por favor? —La voz de Lou sonó tras la puerta. Sonriendo me puse de pie para abrirle.

—Estaba abierto, pasa. —Le sonreí.

—¿Quieres que te traiga el almuerzo?

—No, cariño, no tengo hambre aún.

—Mamá dice que deberías dejar de escaparte de los problemas. —Mencionó y oír eso me hizo dar un respingo. La miré, sin saber que decirle. —Se irán en horas, entonces puedes bajar a buscar algo.

—Lo sé, no te preocupes, ve a comer.

—De acuerdo. —Me dijo insegura. —Te amo.

—Te amo más. —Canturreé mientras la veía irse. Mi teléfono sobre la cama comenzó a sonar, al tomarlo sonreí, arrojándome a la cama.

—Buen día, bonita. —Me saludó alegre el moreno. —¿Aun no sales a la vida? —

—¿A caso estas presionándome?

—Sí, la verdad sí. —Confesó. —Quiero que salgamos a... ¿tomar algo? ¿Caminar?

—No estoy lista.

ARDER EN LIBERTADWhere stories live. Discover now