OCHENTA Y CUATRO.

354 26 0
                                    

Con el correr de las doce siguientes horas me encontré donde toda esa avasallante historia con Harry comenzó, aquella cima en donde podías ver cada mundo de allí abajo, exactamente a solo una hora de la boda de mi hermano y mi mejor amiga.

El aire recorría mi cuerpo tras la tela de mi vestido, mis tacones estaban en un riesgo bárbaro por ser rotos entre piedras un poco de césped y tierra inestable del precipicio, estaba sola y ni siquiera sabía porque estaba allí. Había llegado sin pensarlo.

Tomé una fría bocanada de aire y cerré mis ojos abrazándome a mí misma, presa por el sentimiento de estar perdida, deseando tener orden en mi mente y en todo lo que me rodeaba. Pero, la verdad, me afectaba saber que me equivocaba en estar allí, sabia a la perfección todo lo que ese sitio me traía y que jamás conseguiría superar al dueño de ese maravilloso lugar ni el sentimiento que me causaba.

Aquella última despedida, tan dulce, me traía calma, pero me dolía que fuera el fin. Sentía que la cuerda se soltaba poco a poco.

Un crujir de las piedras se oyó a unos pocos metros de donde me situaba, las luces a una distancia aún más escasa me dejo ver parte de un auto, de su auto. Con el corazón en la boca corrí hasta detrás de un árbol cerca de unos grandes arbustos, me acuclillé y respiré profundo. El dueño del auto bajó y se recargó en el capó, mirando donde antes yo veía, tratando de recuperar la tranquilidad. Vestía un fascinante traje color negro tan sublime, tan elegante que terminó robándome un suspiro. Su mirada estaba tan perdida y cansada a la vez, y era raro verlo así en el silencio y su soledad porque la mayoría de las veces frente a mí se veía demasiado fuerte a pesar de a veces quebrar...

Él tomo un cigarro de su blazer negro y lo llevó a su boca encendiéndolo con un pequeño objeto rojo.

Inhaló el humo, inclinando su cabeza hacia atrás. Exhaló y cerró sus ojos.

No parecía mi Harry.

—¿Por qué es tan difícil, Jessica? —Emitió a si mismo con molestia. El bello de mi piel se erizó ante sus palabras, su estado y su voz. Hubiese sido un hermoso momento si hacía acto de mi presencia y le confesaba cuanto la amaba y que quería estar con él, pero las cosas eran diferentes, nada dependía de mí, al contrario, nunca importó lo que pensara y sintiera. Yo no tenía nada más que hacer en esta relación, o lo que quedara de ella.

Pero tampoco entendía porque me ocultaba de él ahora. Todo estaba dicho, estábamos bien, ¿por qué ocultarme?

Me reincorporé arreglando mi vestido.

—¿Pensando en mí Doctor Pierce? —Salí de mi escondite, aun procurando lucir bien, caminando hacia él. Su rostro giró a mí, tomó aire, intentando decir algo, pero nada salió de sus labios. —Lo siento, puedo tomar forma de Lucifer y aparecer como tu peor pesadilla en donde menos lo esperas. —Sonreí. Me ubiqué a su lado y en su silencio miré la ciudad también. —Supongo que no soy la única que se siente perdida en este último tiempo. —

—Que... ¿Qué haces aquí preciosa? —Y reaccionó, arrojó el cigarro al suelo como si le asustara que lo viera de esa manera. Le di una miradita.

—No lo sé. —Fui sincera.

—Tienes que estar en la boda... Eres la dama de honor, nena. —Su voz era dulce o tal vez débil. Harry se veía como si lo hubiese sido descubierto en su peor momento, en el único lugar que realmente podía ser él. Y me sentí mal por invadirlo.

—También tú, y sin embargo... —Miré mi alrededor. —Estamos aquí. —Presioné mi labio y luego con mi dedo índice lo toqué. —Harry lo siento, no tendría que haber invadido tu lugar, no creí que vendrías, solo quería pensar...

ARDER EN LIBERTADWhere stories live. Discover now