TREINTA Y TRES.

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—Te extraño. —Le dije a Nick al teléfono.

—¿Puedes decirme que sucede, Jess? Estamos preocupados por ti. —

—Mis padres volvieron a irse, me dejaron con mi hermana y un niñero. —Le expliqué. La línea se sumió en un silencio profundo, fue el quien lo cortó con un suspiro.

—No puede ser...—

—En realidad sí, sí puede ser, aquí todo puede ser. —Asentí.

—Es decir, acabas de tener unas semanas horribles.

—Pero debían irse. —

Él suspiró.

—¿Dijiste niñero? —

—Sí, ahora creo que pudo ser peor...

—¿Es agradable...?

—Es un amigo. —Asentí.

—¿Qué amigo? —Inquirió. —No tienes más amigos que nosotros. —Reclamó.

—Es un amigo desde hace semanas. Lo conocí hace poco. —

—¿Por cuánto tiempo se fueron Jess?

—Cinco meses.

—¡No pueden dejarte por cinco meses!

—Si pueden. Ahora intento superarlo.

Lo oí quejarse.

—¿Qué más hay?

—No, nada más. —Le dije, había muchas cosas, pero la que repiqueteaba con mayor fuerza en mi mente era sobre la idea de ser modelo en una de las agencias más conocidas del mundo.

—Estas mintiéndome.

—No es así, Nick.

—Cuéntamelo.

—Quiero verlos. Te lo diré en persona. —Intenté distraerlo, para cuando lo hiciera ya no lo recordaría.

—Está bien, ¿Cuándo puedes?

—El día que ustedes quieran.

—Quiero hablar contigo a solas, como antes, quizás no les avise a los demás. —Me dijo, yo comencé a reír. —¿Tengo el derecho de tomar esa decisión verdad? —Preguntó con gracia.

—Siéntete con la libertad de hacerlo. —Me reí, yendo a apagar la luz de la habitación y recostándome en la cama. —Solo porque tú tienes privilegios.

—Genial... —Me respondió, divertido.

—¿Cómo van con los exámenes? ¿Ya les entregaron las calificaciones?

—Uhm... no me las dieron.

—¿Por qué?

—Nos sancionaron.

—¡Dime que no intentaron defenderme! —Lo regañé, en una súplica.

—Está bien, no lo haré. —Soltó una risa con gracia. —Insulté a Liz, sus amigas y la profesora. Fuimos a discutir con el director, y bueno...

—¡Estás loco! —Exclamé atónita.

—No fue justo lo que sucedió contigo y lo sabes, tenía que hacer algo y si no podía ayudarte por lo menos debía descargar mi furia.

—No debiste hacerlo Nick. ¿Ya volviste a clases? —Le pregunté preocupada.

—Sí, descuida. —Suspiró.

—¿Todos?

—Todos arremetimos contra el director, lo que hizo bastante ruido. Por eso no nos lo perdonaron. —Sin poder creerlo suspiré. —Pero pedíamos justicia, más que unas sanciones no podían darnos. Son unos desgraciados.

ARDER EN LIBERTADWhere stories live. Discover now