EPILOGO.

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Amarlo fue salvaje, fue dulce, fue una tormenta huracanada, y un paraíso en el cielo, fue caliente e intenso, amarlo me dio amor. Y libertad.

Recuerdo como los nervios me comían viva cuando lo veía por la casa, cuando estaba frente a mí, cuando luego de mostrar toda esa imagen fuerte y seria ante el mundo, sonreía, solo para mí. Recuerdo no querer bajar a comer por el solo hecho de que él estaría allí, sabiendo que no podía con los nervios que me hacía sentir. Recuerdo nuestras primeras miradas dispuestas a esconder emociones por miedo a la reacción del otro, sentimientos negados y ocultos, el primer beso, la primera confesión, nuestros miedos expuestos ante el hecho de amarnos, sueños de un futuro brillante juntos.

Y de repente todo se nubló, mi vuelo en las nubes comenzó a caer, mis risas se desvanecieron en el aire y me asfixié. En el vacío, el dolor y la confusión.

Porque creamos fuego y ardimos en él. Construimos una cima y nos derrumbamos entre escombros e ilusiones.

Luego de todo, de discusiones por no poder soltarnos, de distancia, de rencor enojo y anhelo, con el miedo entre nosotros, Pierce, aun se conservaba en mi corazón como mi más grande tesoro, no podría jamás decir que lamentaba haberme enamorado de él, tampoco podía definirlo como la persona equivocada, ni como un amor imposible, porque él se había convertido a mi lado más de lo que esperé que fuera y lejos de mí como mi amuleto de la suerte. 

Seguía siendo mi amor. Aún no siendo destinada para él.

En mi memoria solo habitaban nuestros recuerdos más dulces, solo un amor descomunal por la persona que más me amó en mi vida, la que más confió en mí, la que me protegió como un pequeño y frágil cristal, aun cuando me mirara con una admiración sorprendente, como si fuera la mujer más fuerte e indestructible del mundo. Harry fue mi crecimiento, mi despertar. Mi fuerza y mi valentía.

Lo extrañaba, extrañaba al Pierce que me recordaba cada segundo cuanto me amaba, extrañaba su sonrisa en la mitad de un beso, sus caricias, ser testigo de su inteligencia y oírlo hablar con esa magia que me cautivaba y me dejaba de rodillas enamorada, embelesada, admirando sus expresiones, su voz, su mirada. Extrañaba amarlo sin límites, sin impedimentos, y lo extrañaba a él, al Pierce que conocí al amarlo.

Y la decisión que tomé se quebrantaba en mi corazón cada vez que lo veía mirarme con esos ojitos dulces, cargados de amor. No podía mentir, no podía fingir, no podía mostrar que ya no dolía, pero al final, en este camino, a lo largo de toda esta historia, aprendí a amarme a mí también.

¿Recuerdas cuando eras pequeña y tu autoestima llegaba a las nubes? ¿Cuándo nada te derrumbaba y eras fuerte? ¿Cuándo todo era hermoso y perfecto, la vida carecía de problemas, el príncipe azul aparecería en cualquier momento, la torre jamás se derrumbaría y los finales eran siempre felices? El tiempo corre, creces y te encuentras en un mundo completamente diferente, cruel, insensible, salvaje, donde una bendita no sanará el dolor. Donde los príncipes existen, solo que mienten, dañan y se destiñen, y jamás debes esperar a que ellos te salven, porque les das el privilegio de destruirte si lo quisieran.

Él no me hacía daño, en lo absoluto, pero al aprender a amarme entendí mil cosas de golpe, y en cada una de ellas me sentía segura de mi decisión, aún mientras mi corazón se estrujara por él. Sentía hoy que poder decirle adiós era parte de crecer, aunque él continuara siendo por siempre mi tesoro, mi sueño y mi anhelo más grande.

Y ahora, sola, contra el mundo pelearía si era necesario, orgullosamente, y ganaría todas las veces por las que decidiera pelear.

Bruno entró a mi habitación y cerró la puerta tras él. Lo miré.

—Te ves fatal. —Me dijo. Di un respingo.

—¡Lo siento mucho! —Exclamé, indignada.

—No soporto que vistas así, quítatelo, vuelve a la cama y espérame cinco minutos. —Señaló como estaba vestida.

ARDER EN LIBERTADWhere stories live. Discover now