SETENTA Y NUEVE.

1.5K 93 5
                                    

Fuiste una estrella inalcanzable, te admiraba con el amor que en ese entonces no sabía que sentía por ti, me derretía mirarte, mirar el mundo de tus ojos y las curvas de tus labios, tus movimientos, tan elegantes selectos y deleitables, tus labios al hablar. Deseé y anhelé entender tus ojos, y que al verlos pudiera saber que había en tu corazón, descubrir que había dentro de aquella apariencia perfecta que presumías.

Amaba que me discutieras, me pelearas tanto hasta hacerme reír. Amaba que de toda una habitación llena buscaras mi mirada. Amaba con miedo, que amarte en secreto fuera lo peor que pudiera hacer.

Y antes de que todo comenzara, me volví loca por ti, en secreto, esperando que volvieras a mirarme solo una vez.

Y entonces, sin esperarlo, sin entenderlo, sucedió de golpe, y allí todo cambió. Me hiciste vivir y sentir la vida, me desperté de lo que parecía ser un día a día. Mi mundo se transformó, con tanto amor, tan dulce y bonito, era imposible que no sucediera.

Nada de lo que tú me diste lo había sentido o experimentado antes y haber tenido tanto de ti me duele haber perdido también tanto, porque fuiste más de lo que pude creer que seríamos. Porque tu amor es avasallante, porque con cada beso, mi mundo se detiene y con cada caricia reinicias mi vida.

Porque conocer cada sitio de tu cuerpo, me hizo admirarte, y conocer tu mente me hizo venerarte. 

Gritar una vez más... Gritar por despertar.

Mi cuerpo no respondía, estaba consciente, pero una pesadez descomunal me impedía abrir mis ojos. Mi piel ardía tanto que creí que estaba siendo quemada. En mi abdomen sentía una punzada aguda que dolía tanto que angustiaba.

Aquella sensación llena de dolor me hizo reaccionar completamente y abrir mis ojos. Agitada, respiraba con dificultad.

El ardor en mi piel era a causa del impacto.

Mi visión estaba borrosa, y perdía fuerza con los segundos. Un farol se encendió y se apagó dos veces, y a la tercera se mantuvo encendida, iluminando mi ubicación abajo.

Me di cuenta que no estaba dentro del auto. Estaba sobre el frío asfalto lleno de partículas de vidrios en el medio de la calle.

Pensé en que había salido despedida con el impacto, pero era imposible, porque hubiera muerto y estaba a metros.

Llena de miedo miré mi abdomen, entre lágrimas porque ardía y mucho. Un charco de sangre había a unos pocos metros de mí, pero estaba casi segura que no me pertenecía.

Gimiendo del dolor me reincorporé, el aire se me comprimió. Las naucias me desorientaron. Llorando esperé recuperarme antes de levantarme.

Al hacerlo me percaté del impacto del auto, del hundimiento del lado izquierdo, la falta de ventanas, y la ausencia de la camioneta responsable. Entonces, con mi suelo moviéndose, noté las cuatro puertas abiertas. Y al no haber un segundo auto entendí todo tan rápido que me mareé.

Como supuse, al buscar sin aliento mi bolso, no lo encontré. No había nada en el auto, nada que pudiera servirme, y por lo que veía tampoco estaban las pequeñas cosas de valor de mi hermano que traía hace minutos o horas atrás.

Mi celular no estaba y supe que había sido lo primero que me habían quitado.

Sin fuerzas me senté débilmente en el asiento cayendo en cuenta que había sido un robo, un choque intencional para robar a la víctima, me sacaron del auto y me dejaron a un lado. El dolor en todo mi cuerpo era insoportable. No podía conducir hasta casa, y aunque pudiera dudaba que el auto encendiera.

Miré mi alrededor. Estaba sola, aterrada, en peligro, podía incluso estarlo más de lo que había estado.

Pero no podía salvarme sola. Porque tenía miedo, y no era tan fuerte como parecía.

ARDER EN LIBERTADWhere stories live. Discover now