CINCUENTA Y NUEVE.

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A Albert lo encarcelaron por asesinato en serie calificado y agravación. Lavado de dinero, amenazas y acoso.

Mi audio no pudo ser modificado, planeaba cortar lo último por una cuestión de resguardarme a mí en un juicio que no era del todo privado, pero el abogado no me dejó hacerlo porque nos perjudicaría a todos. Afortunadamente esto le sumó aún más años a la sentencia.

Todo el comité, mi hermano y los familiares de las victimas fallecidas estuvieron en el juicio. Dieron aporte y realmente fue muy aliviador tenerlos allí testificando en contra de Albert.

Antes de irnos me acerqué a las familias víctimas, quienes destrozadas, a pesar del dolor, se aferraban a la justicia.

De pie frente a ellos me mantuve sin saber que decirles. Me sonrieron un poco, entre lágrimas y allí supe que nada saldría de mi. No podía. Pero una madre tomó mis manos con cariño y mencionó que cumplí mi promesa y se sentía muy agradecida por ello. Sus ojos brillaban con lágrimas deslizándose por sus mejillas. Me abrazó y al sentirla, un nudo se instaló en mi garganta. Su hijo no volvería, ninguno de las vidas que Albert robó, y eso es lo aún me dolía.

Bruno se acercó y en nombre de mi familia dio consuelo y el cariño más grande para ellos, ofreció que cualquiera que sea el motivo podían acercarse a nosotros o pedirnos ayuda, porque siempre estaríamos para todos ellos.

Allí, trabajando en el escritorio de papá, días después del juicio recordaba la fortaleza de cada uno de ellos, sus fuerzas, su fe y esperanza, y agradecí enormemente que sus almas fueran tan dulces con nosotros.

Sabiendo que me distraía fácilmente continué con mis documentos, completando las fichas  que estaba aplazando hace días. Mis ojos ardían.

—Ya vamos, nena. Es tu cumpleaños, para con eso. —Una vez más Pierce entró a la oficina de papá para intentar sacarme de ahí, pero, aunque fuera mi cumpleaños número dieciocho no podía dejar todo así como así. Aún había demasiado trabajo y no podía hacer como si no existiese. Estaba cargada de una responsabilidad que no era mía, lo que me daba más presión por hacerlo bien y que nada fallara. No era como si pudiera omitir cosas, como lo haría en mi vida normal.

—No puedo. —Lo lamente en verdad. Haciendo hacia atrás su cabello como si así pudiera quitarse la frustración tomó aire dificultosamente. —Lo siento mucho. —

—De acuerdo. —Lo oí decir. Continué con esa maldita planilla.

Lo sentí adentrarse. De pronto cerró la puerta en cuestión de segundos haciendo un fuerte estruendo, sobresaltándome.

Se encaminó hacia mí a paso veloz rompiendo la distancia que nos separaba. Me puse de pie, algo insegura y temerosa sin saber que es lo que haría conmigo. Entonces, cuando llegó a mí, tomó mis muñecas y me obligó a retroceder, logrando que chocara contra el escritorio, y sus ojos se oscurecieran al instante.

Inspiré entrecortadamente.

Sus manos me soltaron y viajaron a mi cintura, rompiendo los espacios entre su silueta y la mía, obligándome a que lo besara.

Mi cuerpo sufrió, una vez más, una sobredosis de adrenalina y calma por su alma. Me hacía sentir un vaivén de emociones y sentimientos en tan solo segundos, desde la desesperación al sosiego.

Todos mis músculos calmaron, destensé un estrés que no sabía que cargaba, y justo allí, disfrutando en su boca me sentí muy bien otra vez. Nuestras respiraciones se enlazaron y pronto mi boca le dio paso a su lengua, ella sabiendo el juego con inteligencia y seducción me hizo delirar. Sus manos en mi cuello se deslizaron por mi cuerpo y bajaron en segundos lentísimos, torturantes bajo el estado de mi piel ardiente con su tacto. De pronto, con éxito, en mi mente ya no había nada más que él.

ARDER EN LIBERTADOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz